España

Rajoy, el 20-N y el cierre del bucle de oprobio iniciado el 11 de marzo de 2004

Asistimos este 20 de Noviembre al cierre del bucle de oprobio que se inició el 11 de marzo de 2004, con los atentados de Madrid. Casi ocho años después de aquella infausta fecha, España está donde quienes planificaron aquel crimen masivo seguramente pretendían: sumida en la miseria económica, desnortada en lo moral y aquejada de una aguda crisis de identidad.

Asistimos este 20 de Noviembre al cierre del bucle de oprobio que se inició el 11 de marzo de 2004, con los atentados de Madrid. Casi ocho años después de aquella infausta fecha, España está donde quienes planificaron aquel crimen masivo seguramente pretendían: sumida en la miseria económica, desnortada en lo moral y aquejada de una aguda crisis de identidad. Aquella sensación de orgullo de ser españoles que durante unos años nos inundó se ha tornado en el bochorno que supone formar parte de un país que vuelve a tener un 22% de tasa de paro, un país corroído por las termitas de una ideología que a lo largo de dos legislaturas ha hecho de España la tierra de nadie de un buenismo ramplón, paradigma del todo vale, donde no hay ninguna diferencia entre el bien y el mal, entre lo verdadero y lo falso, entre lo bello y lo feo. País del aprobado general, de los derechos sin obligaciones, de la revisión del pasado, del pacifismo de salón. Lo decía esta semana el ministro Gabilondo: puede que tengamos problemas económicos, pero somos “los campeones de la igualdad”. Perfecto resumen de un sistema de valores que parece haber renunciado al mérito, al valor del esfuerzo, a la recompensa del trabajo bien hecho. Rige entre nosotros aquel eslogan escrito en las paredes de la Sorbona en mayo del 68: “Vive sin obligaciones, goza sin trabas”.

Esa ideología feble se ha encargado de envenenar el inconsciente colectivo mediante la fórmula de otorgar a la masa una serie de dádivas –derechos a todo trapo- que la sociedad no reclamaba y a un coste inasumible, de imposible financiación en cuanto las cañas del dinero fácil se tornaron lanzas. Toda una marabunta de progres desorejados, intelectuales de medio pelo, periodistas de tertulia y escritores de la nada, consideran el Estado del Bienestar una especie de dádiva divina que nadie tiene derecho a poner en cuestión. Lo asombroso de tal ideología es que esas tribus jamás se plantean la pregunta de si es posible financiar ese Estado del Bienestar sin arruinar el presente e hipotecar el futuro de varias generaciones de españoles.

Quiebra material y ruptura institucional, con la Nación más en el alero que nunca. El deterioro que en términos de España como seña de identidad, proyecto en común y hogar en el que proteger las libertades y prosperar, ha supuesto lo ocurrido en Cataluña con el Estatut y en el País Vasco con Bildu parece difícilmente remediable en el futuro. El socialismo se despide del Poder dejando por herencia la misma quiebra económica que en el 96 y una no menor ruina moral, bandera de la cual es santo y seña el último escándalo de tráfico de influencias, si no de corrupción, que envuelve al número dos del PSOE y ministro de Fomento, José Blanco. Quienes tan fría como cruelmente, sabiamente cabría decir, planificaron los atentados del 11-M, seguramente jamás llegaron a imaginar que su diabólica iniciativa se vería coronada por tamaño “éxito”.

El resultado es un país empobrecido y desarmando moralmente, que ha perdido sus señas de identidad y no cree en el futuro, porque no parece tenerlo. Un país carente de autoestima que camina abocado a uno de esos periodos de retraimiento, de ensimismamiento, que tanto contribuyeron a lo largo de nuestra Historia a alejarnos del mundo. Un país envejecido en tanto en cuanto atenazado por los miedos: miedo a nuestro pobre sistema educativo, a la ausencia de una gran industria capaz de crear riqueza, a la carencia de elites intelectuales susceptibles de ejercer de faro, a la miseria de una clase política aferrada al poder por el poder, y a la presencia siempre amenazante de los poderes fácticos del dinero, que siguen campando a sus anchas.

El partido de Camps, Gallardón y Aznar
Bajo el predominio abrumador de lo económico, nada se ha dicho en la campaña del agotamiento de unas instituciones que reclaman a voces un golpe regenerador; nada de imponer racionalidad en nuestro Estado autonómico; nada de abordar una reforma constitucional en profundidad; nada de devolver la dignidad a la Justicia… Ni una palabra sobre la necesidad de acabar de cuajo con la corrupción que todo lo inunda; Y no es eso, no es eso, porque, con ser muy graves, nuestros problemas no son económicos o no son solamente económicos, de modo que con tantos mercados, tanto BCE y tanta prima de riesgo corremos el riesgo, nunca mejor dicho, de estar empezando la casa de las inaplazables reformas políticas por el tejado del puro y duro dinero, de lo simplemente material.

Para superar esta crisis, España ha decidido entregar el mando al hombre menos carismático que podría hallarse en el arsenal del liderazgo, un tipo corriente, aparentemente desconfiado, con su parte alícuota de misterio, abonado a las dudas y blasonado, eso sí, por recias dosis de sentido común, incapaz, en todo caso, de provocar grandes y espontáneos entusiasmos. ¿Lo mejor? Que estamos ante un conservador que llega al poder libre de cargas, ligero de equipaje, sin deberle nada al capitalismo madrileño de medio pelo que corrompe todo lo que toca. ¿Lo peor? Que, preocupado por no asustar, no ha sido capaz de formular un discurso medianamente salvable de liderazgo, susceptible de ensanchar el horizonte de un país atenazado por el miedo al futuro.

El español que va a disponer de más poder del que jamás tuvo presidente alguno llega a Moncloa sin haber logrado hacerse con las riendas de su propio partido, un conglomerado de intereses, un enjambre de banderías en el que conviven tribus del más diverso pelaje, tal que franquistas de corazón, falangistas adoradores del Estado, falsos liberales, caciques de viejo cuño, conservadores puros, simples demócratas, socialdemócratas incluso, democristianos “pa” los leones y naturalmente reaccionarios de extrema derecha. Un partido con su lista de corruptos en nómina, horteras de bolera capaces de aceptar trajes baratos gratis total (Camps); personajes dominados por la pulsión del gasto desmedido –querencia típicamente sociata- que, oh casualidad, termina siempre engordando los bolsillos de sus amigos constructores (Gallardón); daguerrotipos atrabiliarios caso de Aznar, espécimen empeñado en hacer dinero en serio al servicio de los grandes lobbies (el que hoy integran Borja Prado, Florentino Pérez, Rodrigo Rato y otros), ello sin apearse del confesionario desde el que predica la salvación de la patria. Un partido, en suma, al que solo se puede votar con la nariz bien tapada.

“Tiempo muerto” concedido por los mercados
Dicen que Rajoy no se fía de verdad más que de cuatro personas, tres de las cuales son sus hijos y su mujer, Viri, rasgo que completa el dibujo de un prócer que, tras haber pasado por la oposición como el rayo de luz a través del cristal, sin romperlo ni mancharlo, se va a ver obligado de golpe a ser lo que no ha sido nunca, un tipo convincente, forzado a hablar alto y claro, directo al corazón, lejos de la niebla verbal del que trata de rehuir el bulto. A las diez de la noche de este domingo, España se juega un match ball. No hay margen para especular. El presidente electo está obligado a hacer un par de cosas de inmediato: en primer lugar, salir al balcón de Génova para dirigir a los españoles el discurso del sangre sudor y lágrimas, que ya es hora, y enviar a nuestros acreedores, vulgo “mercados”, un mensaje concluyente de que su Gobierno está dispuesto a tomar las medidas necesarias para enmendar el rumbo, procediendo esta misma semana al nombramiento de su equipo, en particular del responsable de Economía, y segundo, forzar al Gobierno en funciones, a instancias del nuevo Presidente, a adoptar las decisiones precisas para rebajar la presión de los acreedores e insuflar la confianza que todos reclaman.

No hay tiempo para un traspaso normal de poderes. No hay tiempo que perder. Los mercados nos han concedido un tiempo muerto, nos han dado un fin de semana de propina en consideración a la jornada electoral, de modo que si a Rajoy se le ocurriera hoy salir al balcón con alguna gallegada al uso, el todavía presidente Zapatero podría verse obligado a pedir la intervención mañana mismo. Se trata, pues, de acabar de golpe y porrazo con el sedicente “programa oculto” y llamar esta misma noche a frau Merkel para contarle sus cuitas y pedir árnica en forma de tregua. Eso, con todo, será solo el principio. ¿Sabrá Mariano Rajoy estar a la altura de las circunstancias? Si en estos cuatro próximos años lograra hacer del PP el partido de la derecha democrática que el país necesita, y además consiguiera dejar ese gran paquebote que es España en mar abierta y enfilando el rumbo correcto, habría culminado con éxito su gestión, aunque a la altura de noviembre de 2015 quedaran todavía muchas cosas por hacer. Los dioses le guíen.

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