Mientras la interminable quiniela de ministrables sigue acumulando nombres variopintos, Mariano Rajoy dio ayer las primeras pinceladas a un cuadro que se supone ha de gustar y convencer, dentro y fuera de nuestras fronteras. Y pese a que al de Compostela se le supone previsible, el nombramiento de Jesús Posada ha dejado con la boca abierta hasta al analista más curtido. Ya se sabe que es afición acrisolada entre los presidentes del Gobierno de nuestra democracia sorprender al personal. Y, a menudo lo consiguen, aunque de forma muy desagradable.
El soriano Jesús Posada, 66, es uno de esos políticos profesionales de trayectoria casi infinita (empezó en esto de la política como Gobernador Civil de Huelva en 1979, ahí es nada), afición ésta muy extendida en nuestra piel de toro. La legión de tertulianos que ahora aplaude a rabiar no ya los gestos sino la más leve mueca del nuevo Mariano Presidente, dicen de él que es un tipo con mucho sentido común y por tanto muy adecuado para buscar acuerdos en entornos complejos y hasta viciados como los que vivimos. Lo cual, de ser cierto, acrecienta más si cabe ese tufillo un tanto rancio que despide la pasión por los consensos que, desde hace tiempo y sin estar aún nombrado, ya destila el próximo Gobierno. En cualquier caso, no es aventurado afirmar que Posada es, por trayectoria, poco propenso a probar nuevas esencias y a asumir riesgos. Y quizá en estos tiempos no vendría nada mal un poco más de aire fresco.
De otra parte, el de Soria es hombre muy cercano al ex presidente José María Aznar. Y pese a que Mariano Rajoy se deshace en elogios hacia el futuro presidente de la Cámara baja, no deja de resultar preocupante lo que puede entenderse como algo más que un guiño al sector aznarista del PP. En cierta manera este sorprendente nombramiento es una vuelta a otros tiempos y a otra forma de hacer. Por muy conciliador que sea el personaje, y sin querer restarle mérito alguno a su más que dilatada carrera, se esperaba que en estos primeros esbozos el pulso de Don Mariano generara un cuadro de trazos más finos y, por añadidura, más frescos. No ha sido así. El primer brochazo ha sido grueso, burdo y con un estilo trasnochado. Y el segundo, el nombramiento de Pío García Escudero como presidente del Senado, aunque menos desconcertante, abunda en el mismo estilo hasta dibujar en escorzo un guión que va desde el centro a la derecha más conservadora.
Algunos afirman que se trata de confiar en la vieja guardia del PP, con el fin de encarar con ciertas garantías un futuro lleno de violentas turbulencias. Otros sostienen, sin descartar la tesis anterior, que el gallego, desconfiado por naturaleza, ha optado por tirar de hombres de su absoluta confianza, al margen de los méritos y/o del talento que, como al soldado, se les supone. Sea como fuere, no deja de ser cuando menos decepcionante que Mariano Rajoy haga recaer sus primeras designaciones en dos políticos tan fuera del registro centrista que él mismo ha defendido a capa y espada. ¿Va a ser esta la tónica que rija la elección de su equipo ministerial? Un olor a naftalina invadió ayer Madrid. Un mal presagio. Y un preocupante comienzo.
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