Jim Wormold, Our Man in Havana, era un vendedor de aspiradoras que vivía en la Cuba de Batista y que, para poder costear los estudios de su hija, decidió convertirse en espía del M16 británico. Sin embargo, su falta de habilidad para el oficio era tal que, según la memorable novela de Graham Greene, decidió engañar a Londres remitiendo a sus superiores los planos de sus propias máquinas como si fueran secretas instalaciones donde se fabricaban bombas y otros artilugios. The beuaty of the thing es que los sabios ex alumnos de Eton y Oxford con mando en Vauxhall Cross hallaron el material remitido por Wormold increíblemente interesante, hasta el punto de terminar considerándolo uno de los mejores agentes secretos de Su Majestad en el exterior.
Jorge Dezcallar, Nuestro Hombre en Washington, es, como el héroe de Greene, uno de esos tipos corrientes (“Quienes lo conocen destacan su talante afable y simpático, que compagina con la opacidad propia de los diplomáticos”) que, dueño de las claves del más grave problema sufrido por la Monarquía española desde la restauración franquista, acaba de remitir al diario La Gaceta un descabellado comunicado desmintiendo lo que todo el mundo sabe: que Iñaki Urdangarin se ha paseado en los últimos años por la embajada de España en la capital norteamericana como Pedro por su casa, usando para fines privados medios públicos que, como yerno de Juan Carlos I, en el 2375 de Pennsylvania Avenue se daban por supuesto le pertenecían. Lo dijo en su día Juan Bautista Soler –ex presidente del Valencia CF- a la policía: “me sentí obligado a dar dinero al Instituto Nóos porque era Urdangarin quien lo pedía”.
Dezcallar, 66, un hombre de Estado en sentido estricto, guarda en su magín secretos que harían temblar la tierra de más de cuatro instituciones en caso de publicarse. Su discreta carrera de diplomático pasó a primer plano cuando José María Aznar decidió nombrarle, junio de 1997, embajador en Rabat, lugar siempre delicado para España por razones geoestratégicas y por la especial relación que une al Rey con la dinastía alauí. En esas estaba cuando el 29 de junio de 2001 fue nombrado director del CNI –antiguo Cesid-, convirtiéndose en el primer civil al frente de unos servicios secretos cuya principal misión, además de apoyar la lucha contra ETA, ha sido el de “cuidar en la sombra” la figura de Juan Carlos I, con especial dedicación a la hora de tapar los “pecadillos” de dinero del Monarca y atender cualquier movimiento desestabilizador que pudiera surgir contra la institución. Su designación como capo del CNI fue recibida con satisfacción por el PSOE, que destacó su “perfil institucional” y su talante de “hombre de Estado y no de partido”. Incluso Izquierda Unida (IU) aplaudió.
Mucho se ha dicho en voz baja sobre la eventual participación de los servicios secretos marroquíes en los atentados del 11-M que mandaron al PP a la oposición. El caso es que Rodríguez Zapatero premió el dudoso papel de nuestro hombre con la embajada en el Vaticano, junio 2004, lugar idóneo para impetrar el perdón del Altísimo por el patético, tal vez siniestro, desempeño de nuestros espías en aquel episodio. En febrero de 2006, fue sustituido en Roma por el alcalde de La Coruña, Francisco Vázquez. Dos meses después, sin embargo, nuestro flamante embajador reaparece reconvertido en “secretario general del nuevo consejo sobre asuntos internacionales”, creado por Repsol YPF como un traje a su medida, previa mediación de Isidro Fainé ante Antonio Brufau. Hay quien afirma que es La Caixa, no Telefónica, el referente empresarial de la Casa Real y sus vástagos, y es el propio Fainé, no Alierta, el hombre de confianza de Zarzuela. En efecto, es Caixa la que da trabajo a la infanta Cristina, y es Caixa (Criteria) la que acaba de “recoger” al ex jefe de la Casa del Rey, Alberto Aza.
Dezcallar y las comisiones del petróleo que importa España
Sostienen en el mundo del petróleo que nuestro enorme diplomático se dedicó en Repsol a cuidar de cierta comisión –al parecer del 1%- que desde tiempo inmemorial el Estado cobra sobre el crudo que importa España. Entre junio de 2006 y noviembre de 2008, Dezcallar, fue, además, “consejero de Maxam Holding, matriz de Unión Española de Explosivos, la compañía de la que salieron los explosivos del atentado […] del 14-M” (La Gaceta, 21-Nov-2009). Sus servicios al Estado, cabe decir al Rey, eran ya tan apreciados en Palacio que Zapatero decidió nombrarlo en julio de 2008 embajador en Washington, la más importante de nuestras legaciones en el exterior. Apenas unas semanas antes, Mayo de 2008, Su Majestad piropeaba al bueno de ZP: “un hombre muy honesto, que no divaga” y que “sabe muy bien por qué hace las cosas”. Cuatro años antes, 2004, la pareja formada por Urdanga y Cristina de Borbón había adquirido un elegante palacete en Pedralbes (Barcelona) valorado en más de 6 millones, con dinero supuestamente caído del cielo.
Algo más tarde, mayo de 2007, el PP perdía el Gobierno de las Baleares. Jaume Matas, uno de los “hijos políticos” de Aznar, principal imputado, con Iñaki, del caso Palma Arena, dejaba de ser presidente balear. Unos pocos meses después, el hombre que estos días se sienta en el banquillo con la sonrisa boba del samurai desnortado y sin honor, se instalaba en Washington dispuesto a vivir del momio como directivo del Grupo Barceló (menos de un año antes, le había adjudicado la construcción y explotación por 40 años del Palacio de Congresos de Palma, con hotel, centro comercial y aparcamiento. Un negocio redondo). En Abril de 2009, Urdangarin y Cristina empaquetaban sus muebles en Barcelona y se mudaban a Washington (¡mira que hay sitios…!), donde Iñaki acababa de encontrar trabajo dizque como presidente de una tal Comisión de Asuntos Públicos de Telefónica Latinoamérica (¡Latinoamérica en Washington!), previa petición del Rey a César Alierta aunque hay quien sostiene, de nuevo, que la gestión fue realizada por el mentado Fainé ante su amigo y compañero de Consejo en Telefónica.
Más de uno imaginará que la presencia de Matas, Dezcallar y Urdangarin en Washington al mismo tiempo, pululando todos juntos y en unión en torno a la embajada de España, no puede ser casual. Se admiten, sin embargo, las siguientes variables: a) ¿Llegó Dezcallar a Washington (julio de 2008) con el encargo de vigilar a Matas (diciembre de 2007)? b) Lo hizo más bien porque el Rey ya había decidido enviar al exilio a su yerno, temerosa la Zarzuela de la dimensión del escándalo Nóos? c) ¿Mandaron a Iñaki a Washington (abril de 2009) porque allí estaba Dezcallar? Ninguna de las hipótesis citadas es excluyente; por el contrario, todas juntas pueden ser perfectamente válidas.
El papel de Fernando Almansa como “correo” del Rey
En este puzzle conviene aclarar que our man in Washington -que entró en Palacio en 1993 de la mano del entonces jefe de la Casa, Fernando Almansa, ahora consejero privado del Monarca-, prestó su primer gran servicio a la causa con motivo del escándalo KIO, asunto que se llevó por delante al “intendente” e íntimo amigo de S. M., Manuel Prado y Colón de Carvajal, pero del que, en contra de toda evidencia, el Monarca consiguió salir indemne. Hay constancia de que Almansa ha sido utilizado también como “correo” real en el caso Urdanga: a primeros de diciembre, el vizconde del Castillo de Almansa con Grandeza de España fue enviado a Washington con un mensaje real. Doña Cristina y su marido se encontraban a la sazón esquiando en Denver, Colorado, siendo obligados a regresar a uña de caballo a la capital. Con todo, el papel de Almansa parece de segundo orden en el reparto de los escándalos que rodean a la familia Borbón. La estrella del momento es Dezcallar, depositario –muerto Prado- de no pocos secretos capaces de conmover los pilares del templo.
Es obvio que el matrimonio Urdangarin se ha servido de la embajada de España en Washington a su antojo, porque para eso fue enviado allí el señor Dezcallar, our man en Rabat, en el CNI, en la Santa Sede, en Repsol, en Washington y donde sea menester. Medios públicos para fines privados, en la mejor tradición borbónica. Las protestas en contrario de nuestro Wormold son, por eso, irrelevantes. El todavía duque de Palma podría, sin embargo, eludir la acción de la justicia gracias a la prescripción -¿casualidad?- de la mayoría de los delitos que se le imputan. El incendio, no obstante, parece imparable. Aunque el Rey haya dejado caer como un peso muerto (“esto nos lo han montado desde dentro”, se queja, dolida, Cristina) a su yerno, el fuego ha alcanzado tales proporciones que son muchos los españoles acostumbrados a pensar por su cuenta que sospechan que este es el final de la Monarquía juancarlista, y de ahí la urgencia de preparar un relevo inteligente en la persona del Príncipe Felipe, quien, a diferencia del padre, no se ha visto implicado hasta el momento en escándalo económico alguno. Que se sepa. Es el único camino que se intuye posible para “moralizar” de una vez por todas la Monarquía española.
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