Ayer Baltasar Garzón Real, 56, fue condenado por el Tribunal Supremo a 11 años de inhabilitación y a la expulsión de la carrera judicial por las escuchas ilegales a los abogados de la trama Gürtel, una condena por prevaricación que pone fin a su trayectoria profesional como juez. Y de cara al revuelo que semejante afrenta a la sagrada doctrina de que el fin justifica los medios a buen seguro va a provocar dentro y fuera de nuestras fronteras, hay que destacar que la resolución fue acordada por unanimidad de los siete magistrados, de los cuales, que se sepa, dos son progresistas.
Decía Ulpiano que la Justicia es la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno lo suyo. Y por eso esta resolución es brillante en la forma y ejemplar en el fondo; sólida y perfectamente fundamentada, que no interpreta -y aún menos violenta- los hechos, sino que los compadece de forma exquisita con la Ley, otorgando a cada cual lo que merece. Es, en suma, una resolución para enmarcar y un baño de dignidad para nuestra maltrecha Justicia. Un prometedor comienzo de cara a su imprescindible regeneración. Frente a los contundentes argumentos esgrimidos en la sentencia no hay recurso posible, si acaso queda, como es costumbre en los más sectarios, el recurso al pataleo. Lamentablemente, la izquierda española en bloque se ha echado al monte como suele, olvidando una vez más en qué consiste un Estado de Derecho.
Más allá de las filias y las fobias y de todas las trampas que tratan de convertir cualquier proceso a Baltasar Garzón en una cruzada ideológica, esta es una buena noticia para todos los ciudadanos, y en especial para los más disconformes, pues parecen ser los más necesitados del beneficio aleccionador de esta clase magistral de Derecho. A fin de cuentas, lo que esta resolución judicial ha puesto por fin en valor, duela a quien duela, es que por encima de la Ley no puede haber no ya jueces estrella sino tampoco ideologías, asignatura pendiente ésta en un país como el nuestro. Porque ser justo consiste precisamente en eso, en no juzgar a los hombres por sus ideas, sino tan sólo por sus actos. Y precisamente por éstos, y no por sus presuntos ideales, a Baltasar Garzón se le ha hecho Justicia.
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