Normalidad es un término que expresa un continente, nunca un contenido. Ayer hablaron de "normalidad" Fátima Báñez, Mariano Rajoy, Ignacio Fernández Toxo, Cándido Méndez e incluso Juan Rosell para referirse al transcurso más o menos sosegado de la huelga general que ayer recorrió España. Y, sin embargo, debe de tratarse de la normalidad más belicosa: nunca las partes estuvieron más enfrentadas, con un Gobierno a un lado convencido de "las reformas que necesita España" y con los sindicatos y parte de la oposición a otro. En medio, un PSOE titubeante, que defiende la huelga contra la reforma laboral pero no la hace; que abarata el despido y carga contra el Gobierno por hacerlo.
La manifestación de Madrid, llena hasta reventar, fue el colofón a un paro que superó al de 2010 –quizás no al de 2002, contra Aznar-. La de Barcelona fue otra gran marcha, secundada por decenas de miles de personas y que degeneró en graves disturbios. Antes, por la mañana, todo ocurrió con la normalidad que merece: un puñado de detenidos -107 según los últimos datos- y paro en los sectores previstos –en industria, transportes, construcción fue general, bastante menos en la Administración Pública y sin apenas incidencias en el sector servicios-. El Gobierno cifró la participación por debajo de la de 2010 –no es cierto- y los sindicatos en el 77% -tampoco-.
Toxo avisó al término de la manifestación. "El conflicto no acaba aquí. No a una reforma que conduce rápidamente al camino de los seis millones de parados en España". Y Cándido Méndez también: "Esta huelga es una respuesta justa a la reforma. No dejaremos de salir a la calle porque reivindicamos un buen sistema laboral".
Anuncian así los líderes sindicales una movilización 'in crescendo' que, el tiempo lo dirá, puede desembocar en una nueva Grecia. Bien es cierto que España no ha sido intervenida y, aunque el paro es el mayor de la UE -23,5%-, parece que el país resiste mejor los embates de la crisis financiera que el resto de periféricos rescatados –la citada Grecia, Irlanda o Portugal-. Ese es el margen de Rajoy. El desastre sería un país intervenido de 46 millones de habitantes. Aquí Cándido Méndez fue contemporizador con el Ejecutivo: "Señora Merkel, señores mercados, sus medidas no tienen aceptación social en España".
Rajoy fracasó estrepitosamente el domingo en dos elecciones simultáneas, con el agravante de que perdió unas cantadas en la región más poblada de España; ayer vivió una huelga de relativa repercusión, con indudable apoyo en las calles. Y hoy los Presupuestos Generales, que serán de todo menos populares. España, polarizada.
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