Es el título de una película estadounidense de 1986 en la que, dirigidos por Adrian Lyne, Kim Basinger y Mickey Rourke viven una relación de sexo desenfrenado que terminará por hacer aflorar los demonios ocultos de los protagonistas. Nueve semanas y media, quizá diez, es el título de la película de miedo que nos va a tocar vivir a los españoles antes del verano, para saber si definitivamente seremos devorados por las fuerzas del mercado. Nueve semanas y media en las que nos lo jugamos todo a una carta. Diez, para saber si seremos o no intervenidos. Se acabaron las bromas. Llegó el momento de demostrar que somos capaces de salir del atolladero. El listón está muy alto, cierto, y hasta ahora ninguno de nuestros atletas, a derecha e izquierda, ha demostrado ser capaz de salvarlo. Vamos a ello.
Con el accidente en Botswana del Rey cual guinda del pastel, esta ha sido una de tantas semanas críticas vividas por España desde aquella del 8/9 de mayo de 2010 en que, Zapatero a tus zapatos, nos despertamos al borde del abismo. Tras un jueves en que las tensiones parecieron remitir después de que el patético Rajoy diera el miércoles la cara ante los medios, el cierre del viernes nos enfrentó a la realidad de un Ibex en caída libre, con la prima de riesgo en 425 puntos. Y, sin embargo, nada está perdido, o todo se puede salvar siempre y cuando el Gobierno y el partido que le apoya se pongan manos a la obra, abandonen las mariconadas y decidan trabajar con un mínimo de coherencia. Diez semanas clave en las que el Ejecutivo tendrá que reparar en el trámite parlamentario las averías que tantos expertos han advertido en el proyecto de PGE para 2012. A finales de mayo conoceremos el techo de gasto para los PGE de 2013 –dos Presupuestos en un mismo año por primera vez en nuestra Historia-, cuyas líneas generales estarán listas antes de julio y, en el intermedio, toda una batería de reformas, muchas ya apuntadas, capaces de diseñar el perfil de un economía susceptible de generar riqueza y empleo.
Es opinión general que el Gobierno Rajoy ha hecho muchas cosas en muy poco tiempo, iniciativas meritorias sobre todo si se comparan con la tierra quemada de la era ZP. El problema es que el registro del de León fue tan pobre, la situación heredada tan calamitosa, que no basta una actuación aseada para salir del atolladero. Cumplir no es suficiente. Durante meses la presión de los mercados cedió en espera de un nuevo Gobierno que se presumía capaz de coger el toro por los cuernos. Ha hecho un buen trabajo, cierto, pero las incoherencias, los cortocircuitos, las contradicciones posteriores han contribuido a emborronar la planilla. El Gobierno Rajoy no ha dado con la tecla. No ha sido capaz de despejar las incertidumbres que se ciernen sobre España, cosa que los mercados se encargan de recordarnos todos los días.
No es admisible que el presidente del Gobierno salga huyendo de la prensa por el garaje del Senado
Y ello porque la valoración de la prima de riesgo es la resultante de un conjunto de hechos probados, de medidas ya adoptadas con acierto, pero también de una larga lista de sospechas, contradicciones, globos sonda y mensajes cruzados que actúan como elemento abrasivo que diluye la confianza y levanta interrogantes sobre la voluntad política del Gobierno para fajarse en serio. No es posible que el responsable de Economía diga una cosa y el de Hacienda otra; no es aceptable que Carlos Floriano desmienta a Luis De Guindos; no tiene un pase que la Cospedal trate los sábados de enmendar la plana a lo que Sáenz de Santamaría dice los viernes desde el altavoz del Consejo de Ministros; es difícil imaginar más incoherencia, improvisación y descoordinación. No es admisible que el presidente del Gobierno salga huyendo de la prensa por el garaje del Senado, en una de las actuaciones más lamentables que se le recuerdan en mucho tiempo. Y no es tolerable porque, al final, la acción del Ejecutivo despide en su conjunto un aura que llena de zozobra a los mercados, en lugar de tranquilizarles.
Cumplidos cuatro meses de Gobierno, hay cosas difíciles de comprender en Mariano Rajoy. ¿A qué se dedicó este hombre y su equipo de Génova durante los muchos meses de 2011 en que, antes del 20-N, era una evidencia que indefectiblemente estaba llamado a gobernar, fuera con mayoría absoluta o sin ella? En qué ocupó su tiempo? Parece que en nada. Los Gobiernos en ciernes del ancho mundo suelen utilizar la labor de sus think tanks para, cuando llegan al poder, tener preparados una serie de estudios y decretos listos para ser publicados. Lo hizo Aznar en el 96 con la ayuda de FAES. El Gobierno Rajoy, por el contrario, se ha presentado tan pobre de equipaje en la línea de salida que la acción de Gobierno se ha visto moteada en todo momento por la improvisación y por esa sensación de que todo le ha cogido por sorpresa, más allá del dato de déficit heredado de ZP.
Cristóbal Montoro y la socialdemocracia
A esta incuria operativa se añade una dispersión doctrinal de asustar. El cajón de sastre que es el PP, paraguas bajo el que se cobijan familias políticas que van desde el centro a la derecha dura, con sus respectivas opciones ideológicas, está dificultando la adopción de un hilo argumental sólido en la acción de Gobierno. El hombre que corta el bacalao, Cristóbal Montoro, es el representante del ala socialdemócrata del partido. El ministro de Hacienda es hoy el tipo más denostado por el mundo académico y profesional cercano a la derecha. Es el maestro del amagar y no dar; el representante del quiero y no puedo, el embajador del sí pero no. La puntita nada más, que soy doncella. “Es como si Margaret Thatcher hubiera elegido como chancellor a James Callaghan…”, asegura un reputado economista, “Con Montoro esto tiene difícil solución, porque representa una vía de salida de la crisis muy distinta a la que encarna De Guindos”. Y, en medio, un Alvaro Nadal que, al frente de la Oficina Económica, intenta hacer una síntesis digerible para el presidente. “Es verdad que fui segundo de Montoro en la oposición, pero por encima de todo soy un hombre fiel a mis jefes y ahora mi jefe se apellida Rajoy”.
Pero Cristóbal no es un hecho aislado, un bicho raro. Antes al contrario, representa el consenso, el equilibrio básico del partido a la hora de elegir entre opciones de política económica distintas. Todas las derechas europeas son socialdemócratas, porque las sociedades a las que representan lo son. Aferradas a unos Estados del Bienestar solo financiables en época de boom, no terminan de ser conscientes de la gravedad del momento y se niegan a ajustar de verdad, jugando a escaquearse con reformas más o menos cosméticas. La clave del arco español, sin embargo, es que no va a ser posible llegar al 3% de déficit en 2013 sin meterle mano en serio a los pilares de ese Estado del Bienestar, sin hincar la navaja en el gasto en Educación, Sanidad, Pensiones y Desempleo. Es el trompillón que soporta la pelea soterrada Montoro-Guindos: saber qué criterios, con qué prioridades vas a ajustar el gasto del Estado y, sobre todo, el de las CCAA. Todo deberá quedar retratado antes de julio. Nueve semanas y media. Pero si el Gobierno duda o se contradice, los mercados toman nota, la prima de riesgo se dispara y el horizonte de España se nubla hasta parecer noche cerrada en apenas una semana.
Una semana en la que Rajoy y su Gobierno se han pegado un tiro en el pie, perdiendo buena parte del crédito cosechado en cuatro meses. Si cuatro días después de presentados por PGE usted anuncia un recorte adicional de 10.000 millones, no conseguirá generar confianza, sino avivar el miedo. Y si dos días después usted sale por pies del Senado, el miedo se convertirá en pánico. Este no es un problema de comunicación, sino de credibilidad. Se trata de que sea usted capaz de decir dónde estamos, a dónde quiere llegar y cómo piensa efectuar la travesía. Coherencia. Tampoco es una cuestión de ruido, sino de orden. “Prometer y cumplir”, tal es la regla de oro de la credibilidad. Nada está perdido, con todo. Depende de que Rajoy demuestre redaños suficientes para coger el timón y poner orden sin esconderse, para lo cual tal vez sea necesario dar un golpe de autoridad sobre la mesa de su partido y poner firmes a unos cuantos. El dilema es claro: o hacemos en dos años el ajuste, por duro que sea, por doloroso, o nos despeñamos por el barranco de la intervención, con su correlato de 10 ó 20 años de miseria. Tiene usted en su derredor gente que sabe lo que hay que hacer. Hágalo. Tiene mayoría absoluta. Pase de socialistas y nacionalistas. Inmólese. Decida. Y pida, más bien exija, la protección del BCE durante los dos años que dure la prueba.
El accidente del Rey como metáfora de España
España se enfrenta a una economía de guerra, pero en el puente de mando tenemos generales de cartón piedra, dubitativos ositos de peluche. El material humano del país es de primer nivel, contamos con profesionales liberales en las distintas áreas de actividad de gran prestigio y solvencia profesional, y millones de gente del común que hacen su trabajo diario con diligencia y sensatez. Con sentido común. ¿Por qué entonces, sufrimos a la que seguramente es la clase política más pobre de nuestra reciente historia, circunstancia que hace bueno el aserto barojiano de que España nunca ha tenido suerte con sus políticos? Al frente del primer partido de la oposición, los Rubalcaba y Valenciano, unos tipos que están muertos, aunque seguramente ellos no lo saben. Son “Los Otros” en versión Amenábar. Y en el partido del Gobierno, un guirigay de intrigas, envidias y aspiraciones soterradas, que la falta de autoridad de Rajoy convierte en jaula de grillos. Es el momento más bajo de España como país serio y respetable, respetado, como demuestra el desafío de Cristina Fernández desde Argentina.
Y como remate de fiesta, la primera autoridad del Estado se va a cazar a Botswana, se rompe la cadera y necesita ser evacuado de urgencia y operado, aunque lo que tendría que ser tratado de inmediato es la insensatez de su conducta, ejemplo excelso de esa falta de valores en que navega nuestra clase dirigente, que no el noble pueblo español. ¡Qué gran ejemplo de dedicación al servicio público acaba de ofrecernos Su Campechana Majestad! El País en las últimas, y él escapándose 10 días para matar elefantes a 50.000 la pieza, más gastos de envió del marfil y demás. No es que se haya roto la cadera: es su imagen, ya muy dañada, la que ha saltado por los aires. Y el presidente del Gobierno, a quien por ley la Zarzuela debe comunicar cualquier salida del Monarca del territorio nacional, mirando hacia otra parte para no molestar. Lo que ocurre con la Familia Real española se lo inventa un guionista de telenovela y lo echan de los estudios por loco. Pero esto es lo que hay, y tiene muy difícil vuelta atrás. Todo despide un aroma a La caduta degli dei que asusta. Y, mientras el barco se hunde y la Corte se solaza con sus escopetas, la orquesta ataca briosa el arrivederci Roma. Dolorosa metáfora del momento que vive España. Y en un 14 de Abril.