Ada Colau Ballano nació en Barcelona el 3 de marzo de 1974. Es hija del también barcelonés Ramón Colau Rami, publicitario, y de la soriana (de Almazán) Agustina Ballano Bernal. El matrimonio de sus padres se deshizo cuando Ada tenía apenas tres años; su madre formó otra pareja y fruto de esa relación tiene Ada tres hermanas, de apellido Layunta, con las que se lleva muy bien. La madre de Ada, persona bravía, ha recordado siempre a su hija que esta vino al mundo a las pocas horas de la ejecución de Salvador Puig Antich, lo cual de algún modo la marcó mucho. Esto se nota porque lo ha repetido en innumerables ocasiones a lo largo de su vida.
La niña Colau Ballano comenzó a estudiar en la cooperativa de profesores Àngels Garriga. Este centro, a finales de los 70, acabó por convertirse en un colegio público, después de una serie de manifestaciones y protestas. Y resultó que aquellas “movilizaciones” fueron las primeras en las que participó la niña, que aún no tenía diez años. Es evidente que le cogió gusto a la actividad movilizatoria, protestataria y quejosa de lo que fuere, porque no ha dejado de practicarla jamás.
En su adolescencia acudió a la antigua y prestigiosa Academia Febrer, aunque, de creerla ahora, habría que pensar que la llevaron a rastras porque era un centro concertado, y la niña (dice hoy) hubiese preferido la escuela pública. Quizá se trata de un típico “repinte” del pasado hecho muchos años después, pero quizá no, porque por entonces ya estaba bastante definido el carácter de la muchacha: brava, inquieta, bullidora, altisonante, impetuosa, un punto teatral, con dotes de liderazgo y… no demasiado lista. Colau tenía las luces que tenía y ni un vatio más, como todo el mundo. Fue ese carácter el que le hizo participar en sus primeras movilizaciones juveniles: fue voluntaria de Amnistía Internacional, se apuntó a Amics de la Gent Gran y el primer grupo político al que perteneció fue el Moviment de Crítica Radical. Era una cría.
Se matriculó en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona. No concluyó los estudios a pesar de (dicen sus seguidores) su brillantez intelectual. Eso no es verosímil. Si hubiese tenido brillantez intelectual habría terminado la carrera, caramba, como los demás. Pero Ada Colau, además de que le costaba, no tenía tiempo para estudiar, eso era lo que le pasaba. Se desvivía por ayudar a los demás esta mujer, y así se le iban las horas, los días y los cursos en los encierros y manifestaciones contra el “desmantelamiento de la enseñanza pública” (de la que tan poco provecho sacó), contra el Banco Mundial, contra la Europa del capital, contra lo que se pusiese por delante; quién iba a sacar un rato para dedicárselo a Hegel, a Spinoza o a Kant, ¿verdad? Con todo, pasó un tiempo en Milán, con una beca;
Sin estudios, sin oficio ni beneficio, trabajó en lo que pudo. Daba globos a los niños disfrazada de Santa Claus. O de gato. Daba clases particulares. Echaba una mano en una consultoría de algo. Hacía traducciones del italiano. Lo que salía y lo que le daba tiempo a hacer entre movilización y movilización, porque si no salía a la calle contra la guerra de Irak (estamos ya en 2003: Ada iba a cumplir los 30) se apuntaba al movimiento okupa, al antiglobalización, a las manis contra el G-8, a iniciativas como Miles de Viviendas, a Espai Social Magdalenas, al movimiento V de Viviendas, al movimiento Por una Vivienda Digna o al “taller” contra la Violencia Inmobiliaria y Urbanística.
Daba globos a los niños disfrazada de Santa Claus. O de gato. Daba clases particulares. Echaba una mano en una consultoría de algoaprendió italiano, porque los idiomas sí se le daban bien.
De estas últimas experiencias nació el movimiento que más fama y proyección pública le ha dado: la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), fundado y representado durante cinco años por esta indomable mujer que jamás en su vida contrató una hipoteca. No fue hasta 2007 cuando encontró un trabajo relativamente sensato o, al menos, aparente: el Observatorio DESC (un grupo de activistas como era ella misma) le permitió figurar como “técnica de cooperación” y como responsable del área de Derecho a la Vivienda y a la Ciudad. Eso es lo que aparece en varios currículos de Ada Colau en la casilla “profesión”: técnica de cooperación o, con mucha más frecuencia, activista.
Su carrera específicamente política comenzó en 2014, después de tantos años de febril y variada actividad. Heredero de la mencionada PAH (que sí tuvo una gran repercusión pública: llegó a impedir más de 500 desahucios) y de los convulsos y muchas veces efímeros impulsos nacidos tras el 15-M, nació el movimiento Guanyem Barcelona, que acabaría por llamarse Barcelona en Comú (BComú); casi desde el principio, aquella heterogénea suma de personalidades comandada por la impetuosa y brillante Colau recibió los apoyos de ICV-EUiA, Podemos, Procés Constituent y Equo. Estaban con ella el catedrático Joan Subirats y el abogado Jaume Assens. Y es evidente que mucha más gente. Se trataba, esta vez sí, de una iniciativa ciudadana muy nutrida que se presentó a las elecciones municipales del 24 de mayo de 2015, con Colau al frente.
Ganaron. La animosa y variopinta hueste de Colau obtuvo el 25,2% de los votos y once concejalías. En segundo lugar quedó quien hasta entonces era el alcalde felizmente reinante, Xavier Trias, de CiU (eran los tiempos en que aún existía un partido que se llamaba así, Convergència i Unió, y nadie tosía ni hacía chssst cuando se mencionaba ese nombre), con el 22,7% y diez concejalías. Pero los 41 asientos del Consistorio se repartían entre siete partidos distintos. Eso sí, Colau logró la Alcaldía de Barcelona con el apoyo de ERC, de los socialistas y de un concejal de la CUP, pintoresco grupo ultraindepe que repartió sus tres votos por razones más ideológicas que otra cosa, pero que le dio a Colau la mayoría absoluta.
Colau, en su toma de posesión, prometió que sería la alcaldesa de todos los barceloneses y ofreció diálogo, rasgos ambos de originalidad política que dejaron pasmados a los casi 3.000 ciudadanos que llenaban la plaza de Sant Jaume.
El trabajo fundamental de Ada Colau como alcaldesa de Barcelona, y al que ha dedicado la mayoría de sus esfuerzos, ha sido seguir siendo alcaldesa de Barcelona. Lo ha conseguido gracias a una política de gestos mucho más que al cumplimiento de sus promesas electorales, aunque hay que admitir que también se ha esforzado en eso.
Le tocó vivir el período más convulso del procès independentista, lo cual no es fácil para nadie. Colau deslumbró a la ciudadanía con medidas contundentes de innegable eficacia para mejorar la vida de los barceloneses, como retirar el busto del exrey Juan Carlos I del salón de plenos del Ayuntamiento o quitar el nombre de una calle al almirante Cervera, al que llamó “facha”; hubo que recordarle a la Ilustrísima Señora Alcaldesa que el gran Cervera, héroe de la guerra de Cuba y hombre de honor reconocido antes que nadie por sus enemigos, falleció en 1909, una década antes de la aparición del fascismo en Europa; quizá el día que dieron aquello en clase la señorita Colau estaba en alguna manifestación.
Colau deslumbró a la ciudadanía con medidas contundentes de innegable eficacia para mejorar la vida de los barceloneses
Retiró la subvención municipal al Gran Premio de Formula 1 de Montmeló; luego se echó atrás y se la devolvió casi entera. Se negó a recibir al rey Felipe VI, que llegaba a Barcelona al más importante evento comercial de la ciudad en todo el año, el Mobile World Congress de 2018. Rompió con el PSC tras la aplicación por el gobierno (del PP) del art. 155 de la Constitución para parar la subversión independentista del otoño de 2017. Se declaró víctima de acoso sexual siendo ya alcaldesa, algo que dejó perplejos incluso a sus incondicionales. Peleó duramente contra los desahucios y se esforzó en mejorar la vida de los barrios más pobres, aunque su legendaria militancia en favor de una vivienda digna terminó en el uso de contenedores y de habitáculos prefabricados para ser usados como viviendas.
Logró lo más difícil de todo, que era seguir siendo alcaldesa.
Su último gesto para la galería (para su galería) en este largo baile de contradicciones ha sido romper el hermanamiento que la ciudad de Barcelona mantenía con Tel Aviv desde 1998. No consultó con nadie: lo hizo ella sola, subida muna vez más a la parra reivindicativa que ha protagonizado su vida, ante las constantes agresiones que el “Estado judío del apartheid” perpetraba contra el inocente pueblo palestino. Usó para ello la terminología del movimiento antisemita BDS, originaria de la URSS. La iniciativa de Colau ha provocado incontables reacciones adversas tanto en Barcelona como en medio mundo, que pueden resumirse en una frase: si esta mujer hubiese leído un poco más…
Antes de que la alcaldesa Colau amenace a Francia si no devuelven inmediatamente a la “república catalana” el Rosellón y la Cerdaña, y antes también de que envíe a la Policía Municipal de Barcelona a vigilar a la Estrella de la Muerte, que es siempre una amenaza que pende sobre los ciudadanos, Colau ya ha anunciado que se presentará a un tercer mandato como alcaldesa en los comicios del próximo mes de mayo.
Oremus.
El desmán ibérico
El desmán ibérico (galemys pyrenaicus) es un pequeño mamífero soricomorfo de la familia de los tálpidos que habita mayoritariamente en los bosques, riachuelos y montañas del norte de España, desde Galicia a Cataluña.
Es curioso el desmán. Parece una rata: sus patas traseras y su endiablada velocidad son las de una rata. Pero no es una rata. Parece un topo: las poderosas patas delanteras, que usa para escarbar, y la forma de su cabeza, son las de un topo. Pero no, no es un topo. Y parece una musaraña: su hocico, en forma de trompa o trompetilla, muy sensible, es casi igual al de las musarañas, pero ¡tampoco es una musaraña! Es casi una mezcla de esos tres animales, sin llegar a ser ninguno de ellos. Es como si hubiese empezado la carrera para ser topo, rata o musaraña, pero por alguna razón no llegó a terminar los estudios. Y se quedó en desmán.
Es pequeñajo (unos 15 centímetros; diez más si contamos la cola, que también se parece a la de una rata) y su característica principal es su atolondramiento. Va y viene de un sitio a otro sin motivo aparente. Corretea de aquí para allá. En busca de uno de los insectitos de los que se alimenta es perfectamente capaz de destrozar una planta entera, pero o no se da cuenta de lo que hace o le importa un pimiento. Luego decide que el insectito no le gusta, lo tira y se va corriendo a otro sitio. No sabe por qué ni para qué.
No tiene pabellones auditivos, lo cual quiere decir que es sordo como una tapia; y sus ojos son poco más útiles que los de un topo, quizá por falta de estudios, pero da igual: el desmán es animal nocturno, con lo cual no parece que le haga falta ver muy lejos… O eso se cree él, que ya hemos dicho que es un atontado. Los búhos y otras rapaces nocturnas, que sí lo ven y lo oyen (arma unos estrépitos tremendos, parece que le encanta hacer ruido y ser el centro de atención), se lo zampan sin contemplaciones a la menor oportunidad. El desmán se fía sobre todo de su impresionante morro, que tiene un morro tremendo este bicho en comparación con el resto de su cuerpo. La trompeta nasal es muy sensible, la mete en todas partes (con razón o sin ella, con motivo o por puro afán de cotilleo) y así va el bicho de un sitio a otro, arroyo arriba, arroyo abajo, tropezando con todo y haciendo bobadas.
Pero así consigue lo más importante de todo: sobrevivir. Prácticamente no le preocupa nada más.
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