Alexia Putellas Segura nació en Mollet del Vallès, provincia de Barcelona (España), el 4 de febrero de 1994. Es la mayor de las dos hijas que tuvieron Jaume Putellas Rota y su esposa, Elisabet Segura Sabaté, a quien todo el mundo llama Eli. Una familia de clase media en una ciudad dormitorio a media hora escasa de Barcelona. Nada fuera de lo normal. Ni siquiera el hecho, tan evidente como corriente, de que los padres de la niña fuesen culés acérrimos, convictos y confesos. Los dos.
Pero sí había algo raro. Desde que dejó de gatear y comenzó a correr sola, Alexia prefería mil veces darle patadas a un balón que jugar con muñecas. Hasta hace pocos años, y en muchos lugares todavía hoy, los balones eran cosas de chicos y las muñecas cosas de chicas. Había una barrera infranqueable entre ambas cosas. Cuando nació Alexia, las niñas bien educadas no jugaban a la pelota. El fútbol femenino ya existía, es verdad, pero era un exotismo del que nueve de cada diez ciudadanos ni se habían enterado. Y nadie soñaba con ver un partido “de chicas” por televisión, al menos en esta vida.
Pero Alexia había salido rubia, llamativamente guapa, muy inteligente, muy trabajadora, divertida, ágil y fuerte, responsable y, esto sobre todo, más cabezota que un rebeco. En el patio de la escuela Anselm Clavé, de Mollet, donde estudió, no es que jugase al fútbol; es que era aquella sabandija de siete u ocho años la que decidía qué niños jugaban en cada equipo y siempre lideraba el suyo. Luego se iba a clase de danza con el Esbart Dansaire, muy bien. Pero en cuanto podía volvía a darle a la pelota.
Los padres empezaron a sospechar que en aquella chiquilla que no se estaba quieta un segundo había un talento oculto. En vez de regalarle barbies, como hacía todo el mundo con sus hijas, la llevaban a los viajes en autobús que organizaba la Peña Barcelonista Mollet para seguir al Barça. Y, a los siete años, la apuntaron al equipo del pueblo, el Mollet. A veces, bastantes veces, lo pasó mal porque los chavales, en el campo, le recordaban muy agresivamente que el fútbol era para ellos, no para ella. Pero eso solía suceder siempre que Alexia, que se movía como una lagartija, les driblaba, corría más que ellos, o les marcaba un gol. Así que aguantó, vaya si aguantó. Pero sus padres, hartos de aquellas burlas crueles que todavía no se llamaban bullying, la llevaron al C. E. Sabadell, que era uno de los pocos clubes que tenía fútbol formativo… para chicas. Allí estuvo hasta 2005, cuando ya había cumplido los once años.
A los doce “fichó” por el Barcelona. Su padre, que tenía la sangre no roja sino a rayas granates y azules, se llevó una de las grandes alegrías de su vida. Pero duró poco: hubo en el club una reestructuración burocrática del rango de edades y Alexia, para seguir jugando, no tuvo más remedio que cometer pecado de apostasía: se fue al R. C. D. Espanyol, algo que rara vez se perdona. Jugó ya en el primer equipo… femenino, claro está. Estuvo allí cinco años. A los 17, Alexia Putellas fichó por el Levante y llegó la erupción de la muchacha: marcó 15 goles en 34 partidos, algo completamente fuera de lo común porque jugaba como centrocampista o lateral izquierda; pero cuando la chica se ponía a correr no había quien la parase.
El Barça la recibió con los brazos abiertos en la temporada siguiente, 2012-2013. Pero aquella mocita, que idolatraba a Eto’o, Ronaldinho y por supuesto a Messi, llegó al club (uno de los primeros “grandes” que apostó sin reservas por el fútbol femenino) con lágrimas en los ojos y el corazón roto: su padre, al que adoraba por encima de todo, había fallecido poco antes, a los 50 años, y no pudo ver el retorno de su hija al equipo de su vida, y encima por la puerta grande. Eli, la madre, se convirtió desde entonces en el más firme apoyo de Alexia: “Si una hija quiere jugar al fútbol no se le ha de reprochar nada. Es deporte. Cualquier madre debe apoyarla”, sentenció.
Alexia se convirtió en la líder natural del equipo. Era irresistible y todos lo sabían. En estos diez años, de 2013 a 2023, el Barça femenino de Alexia ha ganado siete Ligas (la última, hace apenas unas semanas), seis Copas de la Reina y tres Supercopas de España. Además, han ganado dos Copas de Europa o Champions League: la primera, contra las británicas del Chelsea en Gotemburgo, Suecia, en 2021; la segunda, contra el Wolfsburgo alemán, en los Países Bajos, en junio de este mismo año. Alexia Putellas lució el brazalete de capitana del Barça, por primera vez, en octubre de 2017. Ha jugado 425 partidos y ha marcado 180 goles, algo que, con toda probabilidad, no puede decir ninguno de ustedes (ni yo tampoco), sean chicos, chicas o militares sin graduación, como se decía hace muchos años.
Con la selección nacional de España la trayectoria ha sido no muy diferente. Fue llamada por primera vez para la selección sub-17, en 2009. Se estrenó con la selección “grande” en 2013, en un partido frente a Dinamarca. Es de las “fijas” en el equipo y también ha sido capitana varias veces, la primera en 2021. La selección nacional, con Alexia, ha jugado tres Mundiales y cinco Copas de Europa; de estas ganó las dos primeras, con la sub-17, en 2010 y 2011, en las cuales las españolas vencieron a Suiza y a Francia.
¿Distinciones? Todas las imaginables. Mejor jugadora catalana, mejor centrocampista de Europa, The Best FIFA, el World Soccer y el Globe Soccer Award a la mejor jugadora del mundo. Pero hay algo que no tiene nadie en el mundo más que ella. El Balón de Oro femenino empezó a entregarse en 2018, lo cual es la demostración definitiva e irreversible de que el fútbol ha dejado de ser un deporte “de niños” y no de niñas en la mayor parte del planeta. Alexia Putellas Segura es la única deportista del planeta que ha ganado en Balón de Oro dos veces, en 2021 y 2022. Cuando recibió el primero no pudo evitar las lágrimas: se lo dedicó a su padre, el primero que creyó en ella. En su discurso en el Théatre du Chatelet, en París, dijo: “Quiero que este premio sea un antes y un después (…) No hay excusa para que todo el mundo tenga el derecho a poder soñar con ser futbolista y hacerlo con condiciones dignas para ser profesional”. Por algo le llaman “La Reina” desde hace años.
Cuando se escriben estas líneas, Alexia Putellas vuelve a ser el alma de la selección nacional de fútbol en el Mundial de Australia-Nueva Zelanda. Las chicas de La Roja vencieron a Costa Rica (3-0) y arrollaron a Zambia (5-0). Alexia, que tiene ya 29 años, no marcó ningún gol en esos encuentros, pero las jugadoras africanas, entristecidas por la derrota, fueron a abrazarla a ella en busca de consuelo, al terminar el encuentro. A ella y a nadie más.
El próximo partido será el lunes 31 frente a Japón. España está ya clasificada para los octavos de final. Gane quien gane los próximos partidos, y se lleve el Mundial quien se lo lleve, hay algo incontestable: esta chica de Mollet del Vallès que, a los ocho años, hacía enfadar a los chicos porque jugaba mejor que ellos, está ya en la historia gloriosa del fútbol, tanto del español como del europeo. Eso no se lo va a quitar nadie, jamás.
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El corzo (Capreolus capreolus) es una especie de mamífero herbívoro artiodáctilo de la familia de los cérvidos. Es más pequeño y menos aparatoso de cornamenta que su primo el ciervo, pero ahora mismo es más numeroso y está muchísimo más extendido, cosa que al ciervo –un poco machista, digámoslo así– no le gusta que le recuerden. Hay corzos desde Noruega a la península de Corea o el mar Caspio, y en España puede vérsele lo mismo en Ribadeo que en Cádiz o en Mollet del Vallès.
Es un animal extraordinariamente inteligente, resistente, rápido y que se adapta con facilidad a cualquier hábitat, clima o equipo. Lo mismo le dan los tibios bosques caducifolios que los de coníferas. Come lo que le pongan, lo mismo pastos tiernos que arbustos o el suntuoso césped de los grandes estadios. En Europa, la progresiva ausencia de sus depredadores naturales, como el lobo, hace que el corzo se esté multiplicando apreciablemente y que ya no sea raro ver su elegante y airosa figura cerca de pueblos y ciudades. Y lo mismo le dan casas abandonadas que huertas y sembrados, fuentes rurales que parques grandes, culés que periquitos. Va donde quiere.
Hay, sin embargo, una hermosa leyenda que escribió Gustavo Adolfo Bécquer hace ahora 160 años. Es el mito de la corza blanca: un animal extraordinariamente hermoso y carismático, líder natural y seña identitaria de su manada, a la que dirige con arrojo, sabiduría y extraordinaria inteligencia. Es, como puede suponerse, un animal a la vez poderoso y rarísimo de ver, porque se dan muy pocos. Para Bécquer, la corza blanca tenía la facultad de transformarse en extraordinaria mujer, aunque en la leyenda que le dedica (y cuyo final prefiero no contar aquí) no termina de quedar claro si esa metamorfosis era real o fruto de la pasión de los aficionados.
En cualquier caso, tiene mucha suerte quien logre ver con sus ojos una elegante y ágil corza blanca. Sobre todo si juega de centrocampista.
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