España

En un cruce de caminos, España reflexiona sobre sí misma

No se trata de describir aquí los síntomas de ese enfermo casi terminal que es hoy España, porque de eso hemos hablado largo y tendido en esta página un domingo sí y otro también. Conviene, no obstante, reconocer que no es solo el porvenir económico lo que ahora se dilucida, sino que es la propia supervivencia de España como nación lo que está en juego.

“En este momento tan bajo, España debe elegir tocar fondo. El país se enfrenta a una elección transcendental: o modernidad o peronismo. En una dirección está el bienestar, el trabajo duro pero con recompensa justa, la seguridad jurídica, las instituciones en las que podemos creer. En la otra está el dinero fácil, el capitalismo de amigos en el que las ganancias son del que tiene contactos y las pérdidas de la sociedad en su conjunto. La elección es nuestra”. La frase es de Luis Garicano, uno de los más reputados economistas españoles, catedrático de la London School of Economics, y figura en la introducción del libro “El dilema de España” (Ediciones Península), cuyo subtítulo reza “Ser más productivos para vivir mejor”, que esta semana ha sido presentado en sociedad en la mayoría de los medios de comunicación. Dice Garicano que le hubiera gustado más subtitular su trabajo con la antítesis “modernidad o peronismo”, pero que a la editorial no le gustó la idea, a pesar de lo cual esa y no otra es la columna vertebral del libro: saber qué camino de futuro quiere tomar España, instalada ahora mismo en uno de esos puntos cruciales que jalonan su azarosa Historia.

Porque España ha tocado ya fondo. Lo que estamos viviendo no es solo un final de régimen -el agotamiento de la etapa histórica que se abrió con la muerte de Franco y cristalizó en la monarquía constitucional articulada en torno a la Constitución de 1978, y que ha llegado exhausta por culpa de los devastadores efectos del binomio crisis económica-corrupción política-, sino uno de esos cruces de caminos en los que un país se juega su futuro, un momento crítico que está pidiendo a gritos la apertura de un proceso constituyente capaz de inaugurar otro periodo de 30 ó 40 años de paz y prosperidad, de convivencia entre españoles, sobre la base de cambiar de arriba abajo la piel ajada de un sistema escasamente democrático, obligado a corregir los errores de diseño cometidos en los años setenta.

España se encuentra ante uno de esos cruces de caminos en los que un país se juega su futuro

No se trata de describir aquí los síntomas de ese enfermo casi terminal que es hoy España, porque de eso hemos hablado largo y tendido en esta página un domingo sí y otro también, en línea con ese afán regeneracionista que es razón de ser de un diario de vocación liberal como Vozpopuli. Conviene, no obstante, reconocer que no es solo el porvenir económico lo que ahora se dilucida, sino que es la propia supervivencia de España como nación, directamente amenazada por el nacionalismo catalán, lo que está en juego.

Los sarpullidos que, a modo de reacción, aparecen en la epidermis del enfermo se manifiestan en estos inicios de 2014 en varios fenómenos, interesantes a más no poder, que responden y tratan de dar salida a ese dramatismo. Por un lado, la réplica airada de los vecinos de un barrio de una tranquila ciudad castellana, que se echan a la calle para impedir la realización de unas obras no queridas o no adecuadamente consensuadas por la “autoridad”, sea municipal, autonómica o nacional. ¿Principio del fin del arbitrismo, del ordeno y mando, del todo por el pueblo pero sin el pueblo y en la operación me llevo cuatro? ¿Tiene algún sentido que la señora alcaldesa de Madrid se esté planteando –como ha denunciado este diario- poner de nuevo patas arriba la céntrica calle Serrano de la capital, tras la fastuosa y millonaria remodelación llevada a cabo hace cuatro días por su caprichoso antecesor, el faraón Gallardón? ¿Se han vuelto locos algunos munícipes o sencillamente es que la corrupción ha hecho callo y necesitan seguir llevándoselo, en santa alianza con los señores del ladrillo locales?

La segunda novedad de este 2014 es la aparición de nuevas formaciones políticas dispuestas a reñir el espacio electoral a los partidos tradicionales. Esta semana se ha presentado “Vox”, el nuevo partido que lideran Ortega Lara, Santiago Abascal e Ignacio Camuñas, entre otros, y que podría arañar muchos votos del PP por su ala derecha, particularmente entre las huestes más ofendidas por la política del Gobierno Rajoy con el final de ETA. No solo a la derecha le surgen brotes verdes. A Izquierda Unida (IU), al fin y al cabo partido del establishment, le ha salido también un grano con un tal Pablo Iglesias, un profesor con mucha labia que acaba de presentar su plataforma “Podemos”, dispuesto a concretar candidatura a las europeas con el respaldo del activismo de la izquierda radical, si la formación que dirige Cayo Lara no pasa por el aro de convocar elecciones primarias, todo un peligro en lontananza para el tradicional medio de vida del susodicho.

La necesidad de repensar España

La tercera y última de esas buenas nuevas que trae el año es la eclosión de una cierta intelligentsia que, desde el campo de la economía y/o el derecho, se ha lanzado a plantear propuestas de regeneración para España, animando el tristemente anodino panorama de un país huérfano de debate a pesar de hallarse en uno de los momentos más cruciales de su historia. Son los herederos del “Oligarquía y caciquismo” de Joaquín Costa, de la “España invertebrada” de Ortega, o de la “España como problema” de Laín Entralgo. Hablamos, entre otros, de “El dilema de España”, del citado Garicano; del “Qué hacer con España” (Ediciones Destino), del también brillante economista César Molinas, aparecido hace unos meses, y del “Informe sobre España: repensar el Estado o destruirlo” (Editorial Crítica), Premio Nacional de Ensayo 2013, obra de Santiago Muñoz Machado, Catedrático de Derecho de la Complutense y miembro de la RAE. Ellos y otros estudiosos vienen a coincidir, con escasas diferencias, en el diagnóstico del enfermo: colusión entre lo público y lo privado, capitalismo de amigos, ausencia de controles independientes, instituciones desprestigiadas, partidos oligárquicos, Justicia devaluada, Educación pobre, corrupción y más corrupción. Lo relevante, lo interesante para los lectores de VP que con insistencia vienen reclamándolas en esta página, es que también se atreven con las soluciones.

¿Se han vuelto locos algunos munícipes o sencillamente es que la corrupción ha hecho callo?

“Reforma o ruptura, ¿qué tipo de cambio político? Si todas las instituciones están rotas, empezando por las autonomías y la monarquía, ¿no será que hace falta una refundación completa de España?”, se pregunta Garicano. “Es necesaria una reforma en profundidad de la Constitución que deje los dos elementos clave de la estructura del Estado, monarquía [afirmación polémica, dado el desprestigio al que la conducta del titular de la Corona ha sometido a la institución] y perímetro de España [expresión cursi para hablar de la unidad de España], sin tocar, pero que permita modificar tres aspectos cruciales de la infraestructura institucional: el sistema de partidos, el Estado autonómico y la rendición de cuentas, y el sistema judicial. Tras estas reformas, España continuaría siendo España. Seguiría siendo una monarquía constitucional, pero su funcionamiento interno cambiaría radicalmente. Pero tenemos que ser conscientes de que si este tratamiento no funciona, caminamos hacia un escenario alternativo muy peligroso: la refundación del Estado. Y eso incluye, posiblemente, la desintegración del país”.  

Democratización radical de los partidos y separación de poderes para poder contar con una Justicia independiente que haga realidad, en toda su crudeza, el viejo dicho de “el que la hace, la paga”. Y ¿qué hacemos con el Estado de las Autonomías, en general, y el envite separatista del nacionalismo catalán, en particular? Muñoz Machado es quien más a fondo ha analizado el proceso de deterioro de las instituciones, abogando por las reformas constitucionales necesarias para sanearlas. “El desafío catalán no puede hacer olvidar que la crisis del Estado de las autonomías tiene otras manifestaciones no menos graves. Después de más de 30 años (…) son manifiestos los defectos de la distribución de competencias entre el Estado y las CCAA. La relación entre la legislación estatal y la autonómica es incorrecta. Las garantías de cumplimiento de las leyes del Estado son escasas. La organización institucional de las AAPP es desmesurada. La observancia de las reglas del juego establecidas en el Título VIII de la Constitución es mínima…” Todo en línea con la importancia que Daron Acemogluy y James A. Robinson, en su conocida obra “Por qué fracasan los países” (Ediciones Deusto), dieron a la existencia de unas instituciones sanas e inclusivas a la hora de marcar el destino de una nación hacia la prosperidad o la pobreza.

El cambio es posible

En lugar de ir hacia el choque de trenes entre Cataluña y el resto de España que algunos parecen ansiar, y cuyos costes serían demasiado altos para ambas partes, Garicano propone que el Gobierno utilice las demandas catalanas como una oportunidad para hacer, por fin, la inevitable reestructuración del Estado autonómico (“Las autonomías, con responsabilidad de gasto y no de ingreso, no funcionan”) y del sistema político entero que  hoy exige una mayoría de ciudadanos. “Una vida en común sólo es posible con un esfuerzo por parte de todos. Un esfuerzo lleno de cesiones y de frustraciones, porque las separaciones, sobre todo después de mucho tiempo y cuando nadie sabe las reglas que las van a regir, suelen añadir más amargura y dolor. Es mucho más sensato sentarse a hablar y encontrar una salida. España, a pesar de nuestra triste coyuntura, ha conseguido mucho en lo económico y en lo político en los últimos cincuenta años. No lo tiremos por la borda lanzándonos a lo desconocido”.

Amancio Ortega o Juan Roig demostraron que es posible crear empresa sin pisar alfombra en Madrid

Sabemos cuáles son las amenazas que se yerguen frente a la prosperidad colectiva. Conocemos dónde están los enemigos del cambio. Se concretan en esas “élites extractivas”, en afortunada expresión de Molinas, empeñadas en trabajar en su propio beneficio y no en pro del bien común; esa columna vertebral del régimen salido de la Transición, conformada por la alianza entre los partidos mayoritarios y la oligarquía económico–financiera (Botines y Florentinos), con la guinda del Rey coronando el pastel, aparentemente dispuesta a alargar la situación de deterioro institucional para no perder sus privilegios, en una especie de “secuestro” de España y de sus ciudadanos que está retrasando la regeneración democrática y la adopción de las reformas estructurales precisas para crecer de forma sostenida.

La salida de la cueva es posible. No hacer nada ya no es una opción. Empresarios como Amancio Ortega (Inditex), una de las mayores fortunas del mundo, o Juan Roig (Mercadona), entre otros muchos, han demostrado que es posible crear empresa sin pisar alfombra en Madrid. Sí se puede. España puede cambiar. Los españoles lo han demostrado muchas veces. “Incluso hábitos que parecen arraigados durante generaciones (la velocidad a la hora de conducir, el consumo de tabaco, etc.) pueden modificarse en días con los incentivos adecuados”, sostiene Garicano. Todo depende de la voluntad colectiva para decir basta y exigir el cambio. Salvadas todas las distancias, los vecinos del Gamonal han marcado esta semana el camino.

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