Nunca tuvo futuro político, pero la jerarquía de su marido en la estructura del Partido Popular y sus poderosas amistades entre la oligarquía madrileña, básicamente constructores y empresarios eléctricos, consiguieron elevarla al sillón de mando del Ayuntamiento de Madrid, el más importante de España, ante el beneplácito de unos pocos y la indiferencia y/o el rechazo de la mayoría de los habitantes de la capital. Para que mediara esta ascensión a los cielos de Ana Botella, tuvo que ocurrir el cambalache político de la inclusión de Alberto Ruiz-Gallardón en las listas del PP –número dos tras Mariano Rajoy- a las generales de noviembre de 2011 y su posterior nominación como ministro de Justicia. El episodio hizo correr el escalafón en el Ayuntamiento capitalino, para felicidad de la señora Botella.
Que esta señora no reunía los requisitos de capacitación necesarios para el desempeño solvente de tan alto cargo ha quedado demostrado en numerosas ocasiones, aunque el asunto nunca fue tan palmario como la noche del 1 de noviembre del pasado año, noche en que cinco chicas perdieron la vida en la tragedia del Madrid Arena, una instalación que permanece ociosa la mayor parte del año. Luego se supo que la señora, apenas unas horas después del siniestro, había viajado a Portugal a relajarse en un spa de lujo. Muchas voces en el propio PP se alzaron pidiendo, en privado, siempre en privado, la dimisión de esta peculiar mujer con aspecto de hacendosa, un punto áspera, ama de casa de una ciudad de provincias.
Pero en los partidos políticos españoles manda el jefe, y sobre el jefe actual del PP gravita la figura hirsuta de Aznar, demasiado Aznar para los usos y costumbres del gallego Rajoy, de modo que la señora se rehízo, no obstante lo cual en el seno del partido se hizo carne el discurso de que Ana Botella no sería la candidata del PP en las próximas elecciones municipales. En 500 kilómetros a la redonda de la sede de Génova son conscientes de que con la señora de Aznar como cabeza de cartel, el Partido Popular perdería sin remisión la Alcaldía de la capital a manos de la coalición formada por socialistas e Izquierda Unida.
Por uno de esos misterios cuya fuente resulta imposible detectar, fue entonces tomando cuerpo la idea de que la nominación de Madrid para organizar los Juegos Olímpicos de 2020 podía convertirse en una baza en poder de Botella de importancia suficiente como para impedir que Génova y Moncloa vetaran su nombre para seguir al frente del Ayuntamiento de la capital. Un problema de primer orden para Rajoy, dados los apoyos con que Aznar cuenta en la estructura del partido. Y a la carrera olímpica se entregó la alcaldesa con denuedo, sin ahorrar tiempo y dispendios, y a riesgo de prácticamente paralizar la gobernación del municipio, como de hecho ha ocurrido en las últimas semanas.
Rajoy: no hay mal que por bien no venga
La alcaldesa nunca ha negado la relevancia que, para su propia carrera política, tenía lo que ocurriera en Buenos Aires, muy consciente de que si Madrid, con el apoyo de la España oficial a tope y de la práctica totalidad de los medios de comunicación –excepción hecha, entre otros, de Vozpopuli-, se quedaba finalmente con la celebración de los Juegos de 2020, las pretensiones de quienes abominan de su persona en tan alto cargo y las de quienes aspiran a sucederla dentro de las filas del propio PP, Esperanza Aguirre y Cristina Cifuentes como candidatas más citadas, sufrirían un total descalabro.
La Señora ha jugado a fondo y ha perdido. Es una de las grandes derrotadas –con el propio Mariano Rajoy y su Gobierno-, si no la que más, de lo ocurrido anoche en Buenos Aires. La fanfarria, la desfachatez con la que la delegación española vendió la piel del oso antes de cazado, recibió un palo inmisericorde en la capital argentina. Rajoy vuelve con las orejas gachas, pero justo es reconocerle un motivo para la complacencia. La carrera olímpica le ha quitado de en medio un problema interno de grandes proporciones: cargarse a Ana Botella, señora de Aznar, como candidata a seguir al frente de la alcaldía de Madrid. El presidente del Gobierno solo tiene ahora que tirar de encuestas, las que maneja el propio PP, para vencer la soberbia de Aznar y obligarle a aceptar la dura realidad. No hay mal que por bien no venga, se dirá el señor Rajoy.
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