La cadena de explosiones que perpetró el DRIL en junio de 1960 tenía por objetivo un puñado de infraestructuras ferroviarias, con especial incidencia en el País Vasco. La niña Begoña Urroz, que apenas contaba 20 meses de vida, no logró sobrevivir a las heridas y quemaduras; este sábado 27 de junio se cumplen 60 años de su muerte. Lejos de la discreción habitual que caracteriza a los terroristas antes de atentar, uno de los miembros del grupo protagonizó una noche de excesos en la que se hizo notar en algunos de los bares más animados de San Sebastián: alcohol, ruido y reencuentros con viejos conocidos esbozan las últimas horas de Guillermo Santoro antes de colocar las cargas.
Un informe inédito redactado por la octava brigada de la Policía en San Sebastián -custodiado por el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo y que ha podido consultar Vozpópuli- reconstruye los pasos de este miembro del Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación, más conocido como DRIL, cuyas filas estaban compuestas por portugueses y españoles movidos por su lucha contra Salazar y Franco. El documento recoge las declaraciones de varios testigos de aquellas andanzas nocturnas. Desde un viejo amigo que "había bebido bastante" hasta "una muchacha de vida un tanto incierta" [sic]. Sus testimonios son clave para reconstruir los pasos de Santoro.
"Elevada estatura, delgado, pelo que puede calificar de rubio...". Bajo esa vaga descripción de una testigo se oculta la identidad de Guillermo Santoro Sánchez, de 26 años, casado, hijo de un médico residente en Vigo y que vive de forma alterna entre Francia y Bélgica. "Ocultar" quizá no es el término más adecuado para hablar de este miembro del DRIL. Porque Guillermo Santoro no pasó precisamente desapercibido antes de perpetrar los atentados.
El reencuentro de los dos amigos
25 de junio de 1960, sábado. San Sebastián abraza la vida nocturna, que late al ritmo de varios bares que están de moda, donde se juntan jóvenes -y no tan jóvenes- sin mayor propósito que echar unos tragos y entregarse a charlas ligeras. Emiliano, 31 años, soltero y trabajador en el Instituto Nacional de Previsión, es uno de ellos. El bar elegido para comenzar la noche es La Espiga, en la calle San Marcial. Bernardino, Fernando, Juan Mari "y tal vez alguno más" constituyen la cuadrilla que le acompaña en esas horas de esparcimiento.
Cuál es su sorpresa cuando en torno a las diez de la noche ve aparecer por la puerta a un chico al que conoció a bordo de un tren en Francia, acompañado de otras dos personas. En aquel trayecto habían hecho buenas migas hablando de "la degeneración de las costumbres francesas" y tratando de establecer conversación con "una señora francesa muy atractiva". Emiliano se acerca a él, le saluda y no tardan en animarse. Se trata de Guillermo Santoro, el miembro del DRIL que en apenas unas horas colocará varias cargas explosivas en las estaciones ferroviarias. Aunque según Emiliano, él no tiene ninguna información sobre sus intenciones.
De aquí en adelante, la noche no hace más que dar tumbos bañados en alcohol. Aquella chica "de vida un tanto incierta" les acompaña por momentos y ante la Policía declarará que Santoro ya iba "completamente embriagado" en el bar La Espiga; de Emiliano cuenta que "también había bebido bastante". Los dos amigos van a un ritmo muy distinto al de sus compañeros y tratan de convencer a los demás de marcharse a Capri. No tienen mucho éxito y deciden irse mano a mano.
Una noche dando tumbos y dejando testigos
De la cafetería Capri, Emiliano y Santoro saltan a otro local, el Vitorio, donde se encuentran de nuevo con la chica y con el otro individuo que la acompañaba. Pero los dos amigos buscan más movimiento y vuelven a desaparecer. ¿Con qué destino? Ahora rumbo al Trinquete. Pero deciden que está demasiado lejos y van en taxi.
A continuación, un fragmento de la declaración de Emiliano que consta en el informe policial: "Que utilizando el vehículo llegaron al Trinquete y mientras el declarante realizaba el pago del importe del trayecto perdió de vista a Guillermo Santoro y se encontró dentro ya del local completamente solo y sin saber cómo explicarse la ausencia de Santoro".
Emiliano se topa con algunos conocidos en el bar y al cabo de un rato "empezó a bailar con una señorita mestiza que allí se encontraba". A las dos horas, Guillermo Santoro reaparece por la puerta del local: "Se encontraba bastante sereno en contraste con el momento en que habían viajado juntos en el taxi". ¿Qué había hecho en ese periodo de tiempo? "Había estado tumbado, durmiendo entre unos macizos que hay en la parte exterior del establecimiento".
Los dos amigos hablan de verse a las diez y media de la mañana siguiente, en el bar Barandiarán. Emiliano se marcha en compañía de la chica con la que ha bailado... pero no cumplirá su palabra y nunca aparecerá en el lugar y la hora señalados. Asegura a la Policía que no volvió a ver a Santoro.
La reconstrucción de los pasos de Santoro
La noche anecdótica y regada por los excesos no pasaría del chascarrillo de no ser porque el testimonio de los testigos sirvió a la Policía para reconstruir los pasos del miembro del DRIL y para ubicarle inequívocamente en San Sebastián el día que se perpetró el atentado. A partir de varias conexiones, los agentes supieron que Santoro se había hospedado en una de las habitaciones que Cándido, un hombre que vivía en la calle Hermanos Iturrino, alquilaba con frecuencia.
Los investigadores también lograron determinar que Santoro había comprado las maletas de color claro y con dos franjas más oscuras que estallaron en la estación de tren de Amara, donde se encontraba la niña Begoña Urroz. Los dependientes del establecimiento le reconocieron en una fotografía sin lugar a dudas.
De acuerdo a una profunda investigación de los historiadores Gaizka Fernández Soldevilla y Manuel Aguilar Gutiérrez para el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo. Santoro y uno de sus compinches, Reyes Marín Novoa, lograron escapar hasta Lieja, en Bélgica. La Policía belga detuvo a ambos junto a otros 12 compañeros del DRIL, pero las autoridades locales nunca atendieron las peticiones de extradición del régimen de Franco. Poco más se supo de ellos.
El DRIL reivindicó la cadena de explosiones en varios comunicados y artículos publicados en prensa. Uno de los máximos responsables de la organización, José Fernández Vázquez, más conocido como Jorge de Sotomayor, detalló los pormenores del atentado en su libro Yo robé el Santa María, editado en Venezuela en 1972, aunque confundió la estación de Amara con la de Bilbao.
La irrupción del terrorismo de ETA, con cientos de asesinatos durante medio siglos de amenazas y extorsión, difuminó algunos de los elementos principales de la muerte de Begoña Urroz. En el imaginario colectivo se estableció que la niña de 20 meses había sido la primera víctima de la banda terrorista vasca, perdiéndose la pista del DRIL. Pero ETA no mataría por primera vez -al guardia civil José Antonio Pardines- hasta 1968.
El informe redactado por Fernández Soldevilla y Aguilar Gutiérrez es una de las piedras angulares sobre las que se sostiene la investigación en torno a Begoña Urroz. Ambos autores participan en una nueva iniciativa para iluminar aquel episodio, histórico por sus consecuencias criminales e histriónico por la noche de fiesta de Guillermo Santoro poco antes de poner las bombas: Abel García Roure, creador y productor de la serie La línea invisible en la que se narran los comienzos de ETA, dirigirá un documental sobre el atentado que mató a aquella niña en la estación de Amara.
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