España

Autoridad no es autoritarismo

Cómo el derribo de la autoridad ha destruido la salud mental de nuestros hijos

“Cuando nació la generación a la que pertenezco, encontró al mundo desprovisto de apoyos para quien tuviera cerebro, y al mismo tiempo corazón. El trabajo destructivo de las generaciones anteriores había hecho que el mundo para el que nacimos no tuviese seguridad en el orden religioso, apoyo que ofrecernos en el orden moral, tranquilidad que darnos en el orden político. Nacimos ya en plena angustia metafísica, en plena angustia moral, en pleno desasosiego político” (Pessoa, 1982: 25).

La crisis trasciende el ámbito de la salud y nos atañe como civilización

Parece difícil hoy pronunciar la palabra autoridad sin despertar cierta angustia, o incluso animadversión, en muchos. La autoridad está asociada comúnmente a pérdida de libertad, o al ejercicio del autoritarismo o la tiranía. Impera la idea de que una crianza adecuada consiste en no imponer nada al menor. Sin embargo, nos encontramos en una crisis de salud mental infantojuvenil sin precedentes. Una crisis que trasciende el ámbito de la salud y que nos atañe a todos como civilización. Los síntomas individuales y colectivos se dan en tal cantidad e intensidad que pareciera que hubiéramos pasado por una guerra. Como mínimo debemos preguntarnos qué podemos estar haciendo mal. Y para eso es imprescindible tolerar cierta angustia y animadversión, quizás dejar a un lado nuestra trinchera ideológica, al menos por un rato.

Sin autoridad no se puede habilitar un orden social ni psíquico

Si intentamos desprendernos del filtro ideológico no cuesta mucho empezar a ver relaciones entre esta crisis y el derrumbe de la autoridad. Entendemos la autoridad como el derecho que impone una Ley superior a los individuos, es la forma de amor responsable, mezcla equilibrada de contención y límites, que permite a un sujeto estructurarse y llegar a ser funcional con la vida. Sin autoridad no se puede habilitar un orden social ni psíquico.

Los niños no pueden ponerse límites a sí mismos

Los niños son torrentes pulsionales, desbordantes de una energía que, si no se encauzara, sería enormemente angustiosa, incluso aniquilante para ellos. Parece increíble, pero se nos olvida que ellos solos no pueden de ninguna manera aprender a ponerse límites a sí mismos. O a tolerar la frustración, como se dice ahora. Y es que se tiende a proteger a los menores cuando hay que darles un poco de margen para que construyan autonomía, y a no protegerlos cuando sí necesitan protección. Esta conducta es, de hecho, la gran perversión contemporánea. En el momento en que alguien usurpa el lugar de la Ley para colocar las apetencias y arbitrariedades propias, la autoridad cae y emerge el autoritarismo. El autoritarismo ya no sería una forma de amor, sino una forma de perversión. Comenzar a detectar la perversión (cuando se da), o las dificultades e incapacidades actuales de los progenitores, no es atacar la familia, sino tratar de restaurarla y construirla mejor. Sin familia, esta especie de “demonio de Tasmania” que es el niño no podrá humanizarse.

La confusión entre autoridad y autoritarismo:

Cuando las víctimas se convierten, a su vez, en victimarios

Cuando decimos que el autoritario usurpa el lugar de la Ley es porque si quien encarna la autoridad no se aliena, a su vez, a la Ley, o lo que es lo mismo, no predica con el ejemplo, será visto por los jóvenes como un cretino o un fantoche. Lógico, ¿no?. Es cuando se produce la confusión entre autoridad y autoritarismo. En este momento las formas legítimas de autoridad serán atacadas y confundidas con la tiranía. Los jóvenes, y no tan jóvenes, que se presten a esta destructividad, serán tontos útiles para las élites que, ocultándose tras falsas banderas, trasforman nuestras instituciones y nuestros valores, para lo cual necesitan primero derribar las formas de autoridad establecidas. Es el momento en que las víctimas se convierten, a su vez, en victimarios en una rueda de hámster enormemente peligrosa para el proyecto civilizatorio.

Siempre que cae la autoridad emerge el autoritarismo:

El sujeto queda atrapado entre la rebeldía y el sometimiento

Los sujetos no podemos evitar relacionarnos con un Otro (matriz simbólica). Este Otro puede ser la madre, el padre, los profesores, las instituciones, el gobierno de turno, las doctrinas, las ideologías, las religiones, etc. Lo que marcará la diferencia en la estructuración del sujeto será si es un Otro de autoridad o un Otro autoritario. Repetimos, siempre que caiga la autoridad, ya sea por incapacidad o perversión, emergerá el autoritarismo. Lo vemos, por ejemplo, en los
padres desbordados que castigan en exceso
, incapaces de encauzar a los niños, e insensibles ya a sus problemáticas.

Cuando el Otro (encarnado, por ejemplo, en una madre o un padre) fue autoritario, el sujeto puede quedar atrapado en un conflicto de difícil solución que, si no se trabaja, le hará oscilar toda su vida entre la rebeldía y el sometimiento.

El acróbata que pende de un hilo

Esta falta de límites, producto del derrumbe de la autoridad, se contempla hoy en un increíble número de personas en forma de ideales del ego infantiles, perfeccionistas y, en muchas ocasiones, exigentes hasta el sadismo más cruel. Personas con mucho ego, pero bajo amor propio. Personas que gozan, pero están desvitalizadas. De aquí surge también la figura del esclavo inconsciente.

En los casos en que el conflicto con el Otro ha sido de especial gravedad se armarán una serie de síntomas más complejos. Es cuando vemos el sufrimiento tan intenso en los jóvenes y adultos: disforias, anorexias, trastornos de personalidad, adicciones… La angustia desbocada invade el cuerpo y/o la personalidad del sujeto. Solo podemos tratar de equilibrarnos sintomáticamente, al modo del acróbata que pende de un hilo. A veces el trauma es de tal calibre que se produce el paso al acto suicida, o se conjuga la angustia en la desvitalización crítica que supone la depresión, callejón aparentemente sin salida que todos tratamos de evitar. En una frase: todos nos defendemos del colapso psíquico como podemos.

¿Qué es el amor?”, preguntan a veces los jóvenes, quizás porque no lo han experimentado nunca. “¿Qué sentido tiene esta vida?”. Y es que, efectivamente, la vida sin amor es un terrible tormento. Y la libertad, entendida de modo metafísico y sin límites, es la libertad del loco. La psicosis es, de hecho, la falta de todo límite, la imposibilidad del sujeto de alienarse mínimamente al mundo que compartimos. La tendencia al autismo en nuestras sociedades se
puede entender también como una defensa frente al Otro, pero mientras el autista puede satisfacerse en su soledad, el psicótico, incluso aunque goce, no dejará de sentirse perseguido o deprimido.

Las tres posiciones del sujeto en relación con el Otro ineludible

En la relación con este Otro ineludible que decimos hay tres posibles posiciones (no necesariamente excluyentes entre sí):

  1. Someterse: el sujeto que se somete puede convertirse, a su vez, en autoritario.
  2. Tratar de eludirlo: el sujeto que trata de eludir inútilmente al Otro puede que necesite creer en libertarismos ilusorios, que con frecuencia blanquean autoritarismo.
  3. Tratar de establecer un equilibrio responsable entre alienación y autonomía. Es la posición que acepta la autoridad y que, a su vez, nos habilita para ser autoridad de nosotros mismos y autoridad con los demás. El sujeto que queda en la posición 1 y 2, oscila entre el libertarismo y el autoritarismo que, como decimos, se podrían entender como dos caras de la misma moneda. Y ejemplos históricos no faltarían al respecto.

El sujeto autoritario es un fundamentalista que tendrá enormes dificultades para establecer el equilibrio responsable entre alienación y autonomía (posición de autoridad). A lo sumo podrá ejercitar una crítica inmanente, cerrada en sí misma y sectaria, que no cuestiona las premisas, sin alcanzar una crítica trascendente, que sí es capaz de cuestionar premisas y reorganizar el saber a una escala que supere las contradicciones anteriores.

Solo la posición de autoridad permite cuestionar al Otro, cuando este se vuelve tiránico, o ejercitar una crítica trascendente sobre una doctrina de saber, cuando esta se vuelve fundamentalismo.

La autoridad es, de hecho, la única forma de amor

He dicho al principio que la autoridad es la forma de amor responsable, pero podríamos decir que es, de hecho, la única forma de amor. Aquella que es capaz de reconocer al otro y respetarlo, no solo cuando a uno le viene en gana, sino en todo momento. El equilibrio, necesariamente imperfecto, entre el mando, flexible pero firme, y la sensibilidad para estar abiertos en cada momento a las necesidades y los tiempos del niño. Ejercer este amor por nuestros hijos requiere sacrificio, podemos no sentirnos preparados, pero es cada día más urgente que empecemos a estarlo, es nuestra responsabilidad intentar prepararnos, con eso es más que suficiente.

Pessoa, F. (1982). Libro del desasosiego. Recuperado de: http://Lelibros.org/

Soy psicólogo y acompañante terapéutico. Para defender un saber clínico me veo obligado, a veces y a mi pesar, a ser políticamente incorrecto. Sígueme si te interesa investigar conmigo lo que pasa en el mundo. https://hoyospsicologo.com/

Apoya TU periodismo independiente y crítico

Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación
Salir de ver en versión AMP