Pablo Iglesias lo tenía claro: el debate era su última oportunidad para no pasar por una campaña inane que le condene a ser la cuarta o la última fuerza con representación en la Asamblea de Madrid. Por ello, desde horas antes de que comenzara la cita en la sede de Telemadrid, las redes -la llamada 'guerrilla' de los morados- anunciaban que su líder abriría la caja de Pandora contra Isabel Díaz Ayuso y demostraría por qué la presidenta de la Comunidad "no quiere debatir cara a cara" con Iglesias.
Lejos quedaban los "dos o tres" debates en la Tuerka -"aquello era un mundo aparte" confesó Ayuso a Vozpópuli- cuando los dos políticos que nacieron el mismo día del mismo año en la misma ciudad, Ayuso e Iglesias, (Madrid, 17 de octubre de 1972), debatían y comenzaban a hacerse un nombre en la política.
Este jueves, ambos buscaban el cuerpo a cuerpo: Ayuso, porque sabía que la figura de un Iglesias atacándola podía acabar de decidir a los votantes de Ciudadanos, huérfanos el 4-M pese a los ímprobos esfuerzos de Edmundo Bal, y que dudan si ir a votar el 4-M.
También, porque los ataques de Iglesias le puede permitir seguir arañando votos de Vox. Los de Abascal crecen donde el PP es débil: justo lo contrario de lo que sucede en Madrid, donde el "efecto Ayuso" no hace más que crecer.
E Iglesias también buscaba el combate directo con Ayuso como la última oportunidad de remontar una campaña que, tras su salida del Gobierno, se ha disuelto como un azucarillo. Ninguna encuesta le permite soñar no ya con superar a Ángel Gabilondo -mucho más soso, que serio y formal, tras lo visto en el debate-, sino acercarse siquiera a Mónica García, pese a resbalones como el del falso doctorado conocido en vísperas del debate. O Iglesias lograba un golpe de efecto ante las cámaras, o su papel el 4-M quedaba relegado a luchar con Rocío Monasterio por no ser la última fuerza en la Asamblea. Todo un fiasco para quien decidió dejar la segura sombra de Sánchez.
"A pasar un buen rato"
Y comenzó el combate: desde el principio, Iglesias y Ayuso -que sí comentó con Mónica García la coincidencia en los colores y las chaquetas elegidas- no se cruzaron ni una palabra. La presidenta no combatía en casa -Telemadrid es considerado en Sol terreno hostil- pero afirmaba que llegaba "a pasar un buen rato". Qué lejos quedaba la Ayuso desconocida de hace poco más de dos años, cuando la eligió Pablo Casado entre el estupor de gran parte de su propio partido...
Desde la primera intervención, Gabilondo, García y Monasterio pasaron al ataque directo a Ayuso, pero esta les ignoró: su rival era Iglesias. Y el morado se lanzó pronto a la mandíbula de Ayuso: datos de la pandemia en Madrid que, según él, el PP vio "no como una desgracia sino una oportunidad para acabar con el Gobierno socialcomunista".
"Da vergüenza ajena"
"Yo no traje el virus", "Barajas", "las muertes son de todos", Ifema, el Zendal, "boicoteos mezquinos"... Ayuso se defendía de los primeros ataques de Iglesias, mientras Gabilondo y Mónica García intentaban captar la atención de la guardia alta de Ayuso con constantes ganchos, Monasterio asistía de comparsa en una esquina y Bal, siempre en el centro del cuadrilátero, ejercía de hombre bueno mientras a su alrededor se repartían mandobles.
Los debates no dan la victoria pero sí sirven para hundir a un candidato. Y el de este 4-M puede haber servido para certificar que todo quedará como estaba y que el futuro de Gabilondo, como mucho, sigue siendo el de Defensor del Pueblo
El cuerpo a cuerpo siguió con los muertos de Covid. Iglesias le preguntó si sabía "cuántos muertos ha habido en Madrid" y le exigió que no sonriera. "Sonrío porque es usted un personaje muy poco querido en Madrid. Usted da vergüenza ajena. Es usted una pantomima", cerró Ayuso un primer asalto en el que Iglesias volvía a los datos: "Estos sí son una vergüenza" .
Iglesias siguió en el segundo asalto centrando los ataques en Ayuso, ignorando a Monasterio y Bal, pero también a Mónica García y Gabilondo. Con más datos, acusó a la presidenta de usar la Constitución "como un ladrillo" -la misma que hace meses denunciaba el propio Iglesias como buque insignia del "régimen del 78"- y mentó la bicha: la subida fiscal, lo que arrancó un rictus en Gabilondo -que buscaba aún su distancia en el ring y que solo despertó para negar, como Pedro, tres veces la subida fiscal de Iglesias- mientras Monasterio interrumpía con 'jabs' para que exvicepresidente se fijara en ella -.solo consiguió que recordara a "Abascal y su chiringuito que le puso Esperanza Aguirre"-, y Bal, una y otra vez, se quejaba de la confrontación, las descalificaciones y "las alusiones personales".
Iglesias seguía ignorando a la "niñera oficial pagada con dinero público" que le lanzó Monasterio y pasó a nuevas preguntas a Ayuso que, por primera vez, perdió su calma y respondió con cajas destempladas. Iglesias lograba acorralarla en una esquina...
"Mantenidos y subvencionados"
En el tercer asalto, Iglesias pasó al ataque directamente a la familia de Ayuso, a un amigo y a su hermano por supuestos préstamos irregulares. "Esos sí que son mantenidos y subvencionados", pero soltó un upper para Abascal y permitió a Monasterio entrar en el rifirrafe. Los reproches y los ataques entre unos y otros fueron sucediéndose mientras Iglesias volvía a los datos y a los informes.
El debate se deslizó hacia el final con la sensación de que el líder de Podemos se lo había preparado mejor, que Ayuso se aburría y se desesperaba a partes iguales, que Gabilondo despertaba solo a ratos y boqueaba en busca de una distancia que nunca encontró, Monasterio reclamaba que Iglesias le hiciera caso, a García le perdía no hacer crítica alguna a Iglesias y al PSOE, y a Bal le pesaba su centrismo como una losa en esta España donde todo se dilucida a garrotazos.
Los debates no dan la victoria pero sí sirven para hundir a un candidato -que se lo pregunten a Nixon o a Roos Perot en EEUU-. Y el de este 4-M puede haber servido para certificar que todo quedará como estaba y que el futuro de Gabilondo, como mucho, sigue siendo el de Defensor del Pueblo.
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