Benjamin ‘Ben Nitai’ Netanyahu, conocido en su tierra como Bibi, nació en Tel Aviv (Israel) tal día como hoy, 21 de octubre, pero de 1949. Hoy cumple, pues, 74 años. Es el segundo de los tres hijos que tuvieron Benzion Netanyahu, profesor, ilustre historiador nacido en Varsovia, y su esposa, Tzila Segal. Quienes conocen a la familia aseguran que es imposible entender a Benjamin sin tener en cuenta la figura de su padre, hombre de ideas sionistas muy extremas que se trasladó a Palestina en 1920. Hay que añadir que el hermano mayor de Benjamin era militar y fue abatido en la “Operación Entebbe” de 1976, cuando terroristas palestinos y de la extrema izquierda alemana secuestraron un avión de Air France con 248 pasajeros (cien de ellos israelíes) y lo llevaron a la capital de Uganda, donde gobernaba el enloquecido Idi Amin. El ejército israelí organizó una espectacular operación para liberarlos (cosa que consiguió), pero en el combate murieron 56 personas, entre ellas el líder de la unidad de asalto, teniente coronel Yonatan Netanyahu. Su hermano menor no le olvidó jamás.
Benjamin estudió en Jerusalén, en la escuela primaria Henrietta Szold, y más tarde en Estados Unidos, en el Cheltenham Township (Pensilvania), donde se graduó en 1967. De allí procede el fuerte acento de Filadelfia que se le nota cuando habla inglés. Sus profesores en ambos centros lo describen como muy inteligente, disciplinado, responsable, muy activo y alegre. Otras personas –Nicolas Sarkozy, Barack Obama– añadirían, años más tarde, rasgos no tan agradables como la astucia, la pesadez, la falta de escrúpulos y su costumbre de mentir.
Al terminar sus estudios en EE UU, Benjamin volvió a Israel para alistarse en el ejército, como todo el mundo. Formó parte de una unidad de elite, la Sayeret Matkal. Eran tiempos muy difíciles y Benjamin participó en numerosas operaciones, unas conocidas y otras no. Fue herido varias veces. Durante más de diez años, entre 1967 y 1978, Netanyahu alternó su actividad militar con sus estudios de arquitectura, economía y ciencias políticas en EE UU, donde llamó la atención por su brillantez y por su energía. También por su capacidad de trabajo: en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, allí no estudia cualquiera) hizo en dos años un máster que normalmente dura cuatro, y eso que en aquel tiempo se tomó un “descanso” para volver a Israel y combatir en la célebre guerra del Yom Kippur, que duró 19 días. Netanyahu terminó de definir su posición política (nacionalismo intransigente, desconfianza total hacia árabes y palestinos, y ultraliberalismo en lo económico) e hizo amistad con personalidades del Partido Republicano de EE UU, como Mitt Romney. Trabajó como consultor económico en el Boston Consulting Group en Boston, de Massachusetts. Se instaló definitivamente en Israel en 1978.
Lo dijo por entonces en EE UU: “El verdadero núcleo del conflicto es la lamentable negativa árabe a aceptar el estado de Israel”. Hoy parece una obviedad, pero entonces no lo era tanto. Hizo sus primeros contactos con la complicadísima política israelí a principios de los 80, y naturalmente se alineó con el Likud, partido que en cualquier país europeo sería asociado a la extrema derecha pero que allí es simplemente conservador, porque más allá del Likud hay pequeños partidos (algunos de ellos de corte religioso, casi son sectas) mucho más extremistas; en no pocos casos depende de ellos la formación del gobierno, lo cual convierte la política israelí en algo muy parecido a una locura en la que se mezclan ideas e iniciativas de nuestro tiempo con prescripciones religiosas casi medievales.
Netanyahu regresó a Estados Unidos cuando fue nombrado embajador de Israel ante las Naciones Unidas. Eso fue entre 1984 y 1988. Después volvió a su país y se unió definitivamente al Likud. Ahí comenzó su actividad política propiamente dicha.
Para resumir la carrera política de este hombre sería necesario casi un libro. No cabe la menor duda de que es una de las personas más influyentes en la historia del Estado de Israel, tanto como pudieran serlo Shimon Peres, Yitzhak Rabin o incluso Golda Meir. Ha sido ministro doce veces, y de asuntos muy variados, aunque su principal actividad la ha desarrollado en la cartera de Asuntos Exteriores; curiosamente, nunca fue ministro de Defensa. Desde 2005 es el presidente de su partido, el Likud.
Tras el asesinato de Yitzhak Rabin, cuyas imágenes dieron la vuelta al mundo, su sucesor temporal, Simon Peres, decidió convocar elecciones anticipadas. El país estaba en estado de shock y la victoria fue claramente para la derecha, que lideraba Netanyahu. Fue en 1996. Benjamin, que ya se había cambiado el nombre por el de “Benjamin Ben Nitai”, tenía 46 años y se convirtió en el primer ministro más joven de la historia del país, en el primero que había nacido en el Estado de Israel y también en el primero en ser elegido directamente por los ciudadanos.
Eran los tiempos del proceso de paz de Oslo, en el que tanto habían trabajado Rabin y Peres como Yasir Arafat, el líder de la OLP. Netanyahu hizo cuanto pudo para reventar aquello, que le parecía peligrosísimo para Israel. No se fiaba en absoluto de los palestinos. No había que negociar con ellos, había que someterlos, derrotarlos o expulsarlos. Los acuerdos eran inútiles porque estaba claro que, un día u otro, los árabes los incumplirían y volverían a la guerra. Su política era la de los “tres NO”: No a devolver a Siria los Altos del Golán, no discutir con el enemigo sobre Jerusalén y no negociar nada con condiciones previas”. Desde Yitzhak Shamir o Menájem Begin, ningún gobernante había mostrado tanta intransigencia con los que unos se empeñaban en llamar vecinos y otros les temían como terroristas que vivían en la casa de al lado.
Netanyahu demostró ser un maestro en la política de hechos consumados. Decidió abrir, de la noche a la mañana, un túnel en la zona de la mezquita de Al Aqsa que estuvo a punto de incendiar Jerusalén, porque los árabes se indignaron. Sin encomendarse a nadie, contraviniendo todos los acuerdos imaginables y toda la legalidad internacional, continuó siempre que pudo con la política de los nuevos “asentamientos” judíos en tierras teóricamente controladas por los palestinos. Netanyahu, que alcanzó el gobierno por primera vez con el eslogan “haciendo una paz segura”, demostró siempre que lo que le importaba no era tanto la paz como la seguridad. Lo curioso es que fue derrotado en las elecciones de 1999 porque le acusaron de haber hecho concesiones en Hebrón (una ciudad donde viven unos 800 colonos israelíes y más de 215.000 palestinos) y por no haber cortado definitivamente las negociaciones con Arafat. Es decir, que no le votaron… ¡por pacifista!
Fue primer ministro dos veces más, entre 2009 y 2021, y desde diciembre de 2022 hasta ahora mismo. Es la persona que más tiempo ha ocupado ese puesto; supera incluso al fundador de Israel, David Ben Gurión. Nunca ha traicionado sus principios: siempre se ha opuesto al “apaciguamiento” con Hamás, que es su dolor de muelas (y él lo es de ellos) desde siempre. En 2008 se opuso al alto el fuego con la organización terrorista con una frase que dejó huella: “Esto no es un apaciguamiento, esto es un acuerdo con el que Israel permite el rearme de Hamás. ¿A cambio de qué?”.
En 2014 aseguró: “Nosotros les entregamos territorio, cerramos los ojos y esperamos lo mejor. Lo hicimos en el Líbano y nos lanzaron miles de cohetes. Lo hicimos en Gaza y Hamás nos echó encima 15.000 cohetes. Así que no vamos a repetir el error”. Así una y otra vez. Nunca ha cambiado de actitud, como tampoco lo ha hecho en su alerta constante sobre Irán (“el día en que consigan un arma nuclear cambiará la historia”, dijo) ni contra el Irak de Saddam Hussein, sobre el que previno cien veces a los israelíes y a los estadounidenses.
Fue una de las pesadillas de Barack Obama, con el que nunca se llevó bien porque consideraba que sus deseos de paz para la zona eran muy peligrosos para Israel. Se ha mostrado siempre muy agresivo con la población israelí de origen árabe, que es el 20%, y todavía más con los inmigrantes irregulares, a los que confinó en campos en el desierto del Neguev. La opinión de Occidente sobre todo esto le importa, como no podía ser de otra manera; pero mucho menos que la consecución de sus objetivos, sean conformes al Derecho internacional o no.
Fue afectado por diversos escándalos, algunos de carácter sentimental, porque siempre fue atractivo y le pierden las señoras guapas; esto es un problema en una sociedad como la israelí, donde hay un muy crecido número de ciudadanos que viven según lar normas más estrictas de la Torá. Otros escándalos fueron económicos, pero aquello no llegó muy lejos.
El 7 de octubre pasado, y ante la posibilidad real de que Israel llegase a un acuerdo con Arabia Saudí, Hamás lanzó sobre el país hebreo una ofensiva de una virulencia y un sadismo sin precedentes desde 1948. El Mosad, el célebre servicio de inteligencia israelí, quedó en el más completo de los ridículos, porque nadie sospechó nada de una invasión a gran escala. Y ahí regresó, podría decirse, la figura del padre, Benzion Netanyahu, quien había dicho muchos años atrás: “Para que [los palestinos] no sean capaces de hacernos la guerra, se hará la retención de alimentos de las ciudades árabes, se impedirá la educación, se les cortará la energía eléctrica y mucho más. No serán capaces de existir y huirán de aquí”.
Fue exactamente lo que ocurrió. Quizá sea casualidad. Quizá no.
A la ferocidad inaudita de Hamás, Netanyahu respondió con un gobierno de emergencia nacional y con una ferocidad igualmente inaudita. Este hombre que no le cae bien a nadie (ni amigos ni enemigos) fuera de su país tiene ahora, en Israel, los índices de popularidad más altos de toda su vida. Ha demostrado siempre que no se limita a ladrar: muerde, y con tremenda precisión. Este episodio no ha terminado. A medio plazo sabremos si Benjamin Netanyahu logra cumplir su promesa de “exterminar” a Hamás, algo muy difícil. Y también veremos si la franja de Gaza sigue existiendo como hasta ahora o se cumple el vaticinio del padre. De momento solo corren dos cosas: el tiempo y la sangre.
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Uno de los animales emblemáticos de Israel es el chacal dorado (canis aureus), mamífero carnívoro de la familia de los cánidos. Es fácil distinguirlo de su primo cercano, el lobo, por su tamaño más pequeño, su color rojizo y su mayor astucia.
Puede vérsele en muchos lugares de Europa y Asia, pero ha sabido adaptarse perfectamente a las difíciles condiciones de vida de Israel, Palestina y países próximos. Aparte de su color, muy característico, lo que destaca inmediatamente del chacal dorado es su carácter: es extraordinariamente agresivo. Cuando se cabrea, cosa frecuente en él, es capaz de poner en fuga a animales mucho más grandes y fuertes que él, como los buitres leonados, las hienas e incluso los lobos. La cobardía y la condición huidiza que Rudyard Kipling (por ejemplo) atribuía a este animal son desconocidas en la tierra de la que hablamos.
El chacal dorado no le cae bien a nadie… salvo a los demás miembros de su especie. Y no siempre, porque las peleas entre familias o clanes son frecuentes y muy violentas. Pero en la zona todos los bichos lo saben: no hay que meterse con los chacales porque, como se enfaden, nadie está a salvo.
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