Blanca Paloma Ramos Baeza nació en Elche (Alicante) el 9 de junio de 1989. Es la mayor de las hijas que tuvieron Francisco Ramos, bombero de profesión y de ascendencia sevillana, y su esposa, Carmen Baeza, de orígenes levantinos. La familia ha vivido toda la vida en la pedanía de El Altet, muy próxima al aeropuerto de Elche-Alicante. Una de las personas fundamentales en la infancia y la vida de Blanca Paloma fue su abuena Carmen (la madre de su padre, ya fallecida), costurera, sevillana y mujer de muy fuerte personalidad, de quien la niña heredó –dice– “la máquina de coser, la precisión en las costuras, el amor por el flamenco y la poca vergüenza”.
Blanca Paloma cursó el bachillerato en el instituto Misteri d’Elx. Luego inició estudios de Bellas Artes en la universidad pública Miguel Hernández, de Elche. Pero se fue de casa a los 17 años y se trasladó pronto a Madrid. Animada por su abuela, quiso desde muy joven meterse en el mundo del espectáculo, pero al principio no como cantante: ayudaba en escenografías y decorados de diverso género, hacía sus pinitos en lo que se refiere a vestuario de teatro (ah, la máquina de coser de la abuela) y, en fin, “se buscaba la vida”, como suele decirse.
Es cierto que formó parte de grupos como De mar a mar o Alfakay, el segundo de los cuales (que hacía música étnica de raíces andalusíes y magrebíes) ha alcanzado cierto prestigio y notoriedad. Blanca Paloma no tenía una voz potente, pero sí de un registro amplio y sabía usarla. Y le gustaba cantar. Además era cabezona, tesonera y persistente; nunca fue de las que amainan al primer golpe de viento.
No tiene, hasta donde se sabe, estudios musicales, pese a lo cual figura como “compositora” de la música de la serie de TVE “Lucía en la telaraña”, aunque los verdaderos autores son Antón Serrats Monereo, Tomás Virgós Navarro y Pablo Serrano Carballido. La muchacha parece volar siempre de un sitio a otro. Espoleada por el relativo éxito de su hermana pequeña, Sara Ramos, que logró indiscutible fama en el mundo de la música infantil hace dos décadas (la canción “Navegando en internet”, que ella interpretaba junto a otras dos niñas, casi llega a participar en Eurovisión Junior), Blanca Paloma decidió tomarse en serio lo de la música.
No hace mucho tiempo de eso. Su trayectoria es breve pero espectacular. Consciente de que el Festival de Benidorm (que ahora se llama Benidorm Fest) podía ser la puerta mágica hacia otro mundo, por las dimensiones europeas que alcanzan sus ganadores, se presentó en la edición de 2022 con una balada, Secreto de agua, que pasó sin mayores consecuencias. No ganó. Lo volvió a intentar en la edición del presente año y no con una sino con dos canciones. La primera, y su favorita, se titula Plumas de nácar, que gustó al público y al jurado, pero no lo suficiente. La segunda es Eaea, que escribieron originalmente José Pablo Polo y Álvaro Tato, pero con inspiración de la propia Blanca Paloma, que vuelve a figurar como compositora y que habla de la pieza como si fuese enteramente suya. De hecho, asegura que es un homenaje –cómo no– a su abuela Carmen.
Su melodía contiene citas muy fácilmente identificables de canciones de García Lorca y de aires andaluces muy populares; de ahí el indiscutible éxito que ha tenido en España
No es suya la canción, pero la verdad es que lo parece. Esta es la pieza con la que Blanca Paloma ganó el último Benidorm Fest. Compitió duramente con la espectacular Quiero arder, del canario Agoney, pero al final venció la alicantina. Eaea parte de uno de los palos flamencos más sólidos (la bulería) con arreglos electrónicos. Su melodía contiene citas muy fácilmente identificables de canciones de García Lorca y de aires andaluces muy populares; de ahí el indiscutible éxito que ha tenido en España, sobre todo en el sur, donde les parece que están oyendo una canción “de las de siempre” pero con otra letra (muy hermosa) y con arreglos actuales. Blanca Paloma, con su salero, su desparpajo, su innegable fuerza escénica y la “poca vergüenza” heredada de su abuela (esto lo dice ella), hace del Eaea una auténtica creación.
Es la competencia feroz por la audiencia entre las diferentes cadenas de distintos países lo que lo ha revitalizado. Se ha convertido en un espléndido negocio
Otra cosa es que sea posible que alcance la victoria en el Festival de Eurovisión, que se celebra este sábado, 13 de mayo, en Liverpool. Eurovisión, por sí mismo, es un caso extraordinario que tiene mucho más que ver con la sociología y el marketing publicitario que con la música. Después de un largo tiempo de completa decadencia (aún se recuerda la vergüenza del año en que España decidió enviar a un actor, un tal Chikilicuatre, que lo único que pretendía era burlarse del festival y del público), el certamen ha renacido, en las últimas décadas, con una fuerza extraordinaria y, para muchos, inexplicable. La causa quizá esté en que se ha convertido en un “negocio participativo” (la gente puede votar) en el que la música es ya algo secundario, si bien no del todo irrelevante. Es la competencia feroz por la audiencia entre las diferentes cadenas de distintos países lo que lo ha revitalizado. Se ha convertido en un espléndido negocio.
Otra cosa son las posibilidades de éxito de Blanca Paloma, y aquí está claro que es mejor partir de un cierto pesimismo por si al final suena la flauta. El pesimismo consiste en lo siguiente:
España no alcanza el triunfo en Eurovisión desde 1969. La única vez en que nuestro país envió una canción típicamente flamenca, Quién maneja mi barca, interpretada por la inmensa Remedios Amaya (una institución en el mundo del flamenco “serio”), fue en 1984. España quedó la última: no obtuvo ni un solo voto, empatada con Turquía. Las músicas “étnicas” (y en ese campo enorme hay que encuadrar a la varada barca de Remedios y al Eaea) no suelen tener éxito en el festival, aunque ha habido excepciones. Además, desde que es el público (y no un jurado) el que decide quién gana y quién no, el triunfo se logra casi exclusivamente por la simpatía que despierta la actuación de cada intérprete entre los espectadores de muchos países: el voto de los jurados nacionales es frecuentemente pulverizado por el voto por teléfono de los ciudadanos, que lo cambia todo. La música, pues, tiene poca importancia en Eurovisión: lo que cuenta es el magnetismo. O la gracia que le hace a la gente lo que ve. Y ahí es donde Blanca Paloma tiene no pequeñas posibilidades. Porque magnetismo a esta chica no le falta.
En cualquier caso, Blanca Paloma (que se llama así de verdad, como la Virgen del Rocío; no es un sobrenombre artístico) ya ha ganado. Da lo mismo quién triunfe finalmente en Liverpool y no tienen la menor importancia los vaticinios de los periodistas “especializados” ni los augurios de las casas de apuestas. A Blanca Paloma la conoce ahora mismo más de la mitad de la población española y, gracias a su fuerza escénica y a lo cuidado de su presentación, también sabe quién es muchísima gente en toda Europa. Obtenga el resultado que obtenga (salvo catástrofe, como es natural) tiene asegurada fama y fortuna para bastante tiempo.
Eso es lo que ella quería.
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La paloma blanca es una variedad de la inmensa familia de las colúmbidas, que integra a más de 300 especies distintas. La blanca paloma, sin embargo, es la denominación popular de la Virgen del Rocío (Almonte, Huelva), uno de los iconos religiosos más conocidos de España y protagonista de una de las peregrinaciones más singulares y apasionadas que existen hoy en el mundo católico.
En esta sección, eminentemente educativa, nos hemos ocupado ya de las palomas en general, pero no de la paloma específicamente blanca. Parece evidente que es la más hermosa de todas las colúmbidas. Se atribuye a este ave el simbolismo del candor, de la pureza, de la bondad, de la inocencia y sobre todo de la paz. Esto no ha sido siempre así. En 1949, el Congreso Mundial por la Paz que se celebró en París encargó a Pablo Picasso que dibujase el símbolo del encuentro, que debía ser necesariamente una paloma blanca. El artista se extrañó: “¿La paloma, símbolo de la paz? ¿Están ustedes seguros? ¡Las palomas son las ratas del aire!”, dicen que dijo. En esto estará seguramente de acuerdo cualquiera que se haya sentado a tomar algo en una terraza, por ejemplo de Madrid, con palomas hambrientas cerca. El atrevimiento de estos pájaros es comparable al de las hienas y mucho mayor que el de los buitres. Se vuelven peligrosas.
Sin embargo, Picasso hizo varios dibujos y la paloma blanca quedó definitivamente consagrada como símbolo universal de la paz. Es evidente que Picasso tomó como punto de partida la paloma que, según el Génesis, envió Noé a la ventura y que regresó al arca con una rama de olivo. Pero el Génesis (8: 8-12) no dice en ningún caso de qué color era la paloma; de hecho, la Biblia no menciona las palomas específicamente blancas ni una sola vez. Y es un libro largo, ¿eh?
La paloma blanca se ha asociado históricamente con Venus, con Zeus, con Semíramis y desde luego con el Espíritu Santo cristiano. Los asirios y los antiguos ascalonios las consideraban sagradas.
Y bueno. Si una paloma (dejemos que sea blanca, venga) es capaz de volver al arca de Noé después de encontrar una lejanísima rama de olivo, ¿cómo no va a ser capaz de ganar en Eurovisión?
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