El actor Perico Beltrán decía que "un pañuelo en el cuello de Arturo Fernández es un foulard. En tu cuello es, sencillamente, unas anginas". Lo cuenta José Esteban en 'Café Gijón', libro recién editado en Reino de Cordelia. Cuando uno se sumerge en sus páginas termina teniendo la sensación de ser el pañuelo del que hablaba Beltrán, alias 'el último bohemio'. Entrar en el Café Gijón es hoy más cutre, más un pañuelo para las anginas que un foulard.
'Café Gijón' no pretende ser un documento histórico, ni siquiera una crónica, más o menos literaria, sobre lo acontecido allí. En sus páginas, coloreadas por la melancólica acuarela de Javier de Juan, Esteban embotella la atmósfera del viejo café, donde el lector flota entre una lírica deslavazada de momentos, algunos no exentos de crudeza, y personajes que escribieron, vivieron y amaron al cobijo de sus paredes.
Se recuerda, por ejemplo, la bofetada que Camilo José Cela propinó al poeta Jesús Juan Garcés. "El ABC publicaba por aquellos días y años de la Juventud Creadora una lista de donantes para una suscripción patriótica. Una mañana aparecía al final de la lista, toda de nombres conocidos y hasta famosos, con sus cantidades aportadas de 500, 200 y 100 pesetas, el nombre de Camilo José Cela con una modesta y hasta ridícula aportación de 50 céntimos. Cela montó en cólera y al conocer el nombre del infractor le soltó una bofetada que dio con el corpachón del poeta y marino en el suelo. La cosa fue muy celebrada".
Entre otras vivencias se recuerda uno de los atracos que ha padecido el Gijón o manías como la de César González- Ruano, del que cuentan que se llamaba por teléfono a sí mismo al Gijón para que pareciera estar solicitado. Una más de las extravagancias de un escritor que produjo gran parte de su obra entre el humo de cigarrillo y el olor a café con leche.
El Gijón se ha merecido el rango de templo de la cultura española, de mausoleo de cuanto ha habido de brillante en el mundo de las letras en el último siglo. En el Gijón son protagonistas los muertos, como aquellos cuadros de Cela, Francisco Umbral, Fernando Fernán-Gómez y Francisco Rabal que coronan la estancia, con la mirada fija en una suerte de Prometeos que intentan emular glorias pasadas.
Pero no todo ha sido siempre intensidad literaria y vital en el Gijón. También ha habido lugar para el aburrimiento, como reconoce el autor. Y con él estaba de acuerdo Pío Baroja, que una vez preguntó a Castillo Puche: "¿Qué pasa allí? Ese Café tiene que ser muy aburrido. Me han dicho que algunos escritores toman allí chocolate con picatostes o consomé. ¡Qué cursilería! ¿Y será verdad que González-Ruano se toma por lo menos diez cafés? ¡Qué bárbaro! No sé cómo no revienta".
Cementerio de la bohemia
En el Gijón se bebía ajenjo. El poeta Manuel Reina cantaba sobre él:
"Con reflejos verdes
en el vaso tiembla,
el ajenjo, grato licor de los tristes,
de los soñadores y de los poetas"
Sin embargo, en el libro de Esteban queda claro que el ajenjo era la bebida de Ruben Darío, pero los bohemios preferían el aguardiente. "Un bohemio llamado Prieto Romero que murió en un banco en la puta calle hizo una cuarteta que fue célebre: Desde la acera de enfrente, con la mano en el sombrero, les saluda un caballero que está bebiendo aguardiente", cuenta Esteban.
La aristocracia literaria, política y social, daba paso en el Gijón a la bohemia y los chaperos. Cuando el Café Gijón estuvo a punto de cerrar, en su centenario, Raúl del Pozo le dedicó unas tristes palabras: "Los chaperos ya no tendrán donde tomar su café con leche y los poetas caminarán errantes esperando la hora de la gloria o la hora de Carabanchel".
Que el Café Gijón ya no es el refugio de la bohemia lo sabe cualquiera que pase por él con cierta asiduidad. Pero esto ya lo empezó a entrever Pepe Esteban hace 20 años. "La verdad es que, por el momento, el Café está libre de bohemia, a la antigua usanza... Hay que reajustar o redefinir lo bohemio. No estamos en los finales del siglo XIX, cuando Alejandro Sawa o el joven Valle-Inclán pululaban por los Cafés y tascas madrileñas. Hoy los bohemios se dan más, yo creo, entre los pintores que entre los poetas, que se han hecho todos funcionarios".
La bohemia, como la energía, ni se crea ni se destruye, solo se transforma. Donde otrora había cigarrillos hoy hay smartphones, y claro, la bohemia casa mal con el 5G. "La bohemia nunca morirá, como los viejos rockeros. Cambian sus formas de manifestarse, pero siempre habrá bohemios". Pero la bohemia ya no busca refugio en el Gijón, donde el menú del día vale 25 euros y algunos cafés especiales casi 10.
"Los viejos Cafés literarios, aquellos que nunca mueren"... Quizá no mueren en el negro sobre blanco. Pero la gran época de los cafés literarios es historia, aunque unos pocos locos, aprendices de bohemios, intentan mantener viva la llama.