Una mañana la capitán Amanda García Oliva, destinada en el Ala 48 del Ejército del Aire, se encontraba en su base en Cuatro Vientos, y por la noche estaba en Zaragoza a punto de coger un avión rumbo a Dubai, dispuesta a ejercer como sanitaria en la compleja evacuación de Kabul. Acumulaba misiones en Afganistán, Líbano, Sigonella y Yibuti, pero jamás se imaginó participar en un operativo como el que tuvo lugar el verano pasado -este mes de agosto se cumple el primer aniversario-, que culminó con el rescate de más de 2.200 afganos, prácticamente condenados a muerte por los talibán tras su colaboración con las tropas o la diplomacia española de las últimas décadas.
Occidente en general y España en particular lanzaban sus misiones de rescate en un escenario convulso. El perímetro de seguridad alrededor del aeropuerto era inexistente y miles de personas se agolpaban en el exterior del recinto durante días para buscar un hueco en uno de los aviones militares que abandonaba el país. La salida fue casi tan arriesgada como precipitada. Y la capitán Oliva, junto a sus compañeros, salvaguardaba la integridad de todas esas personas.
No era fácil. Los afganos recorrían cientos de kilómetros hostigados por los talibán para llegar al aeropuerto, dejando atrás toda su existencia. Se consumían en la marabunta junto al aeródromo Hamid Karzai, bajo temperaturas asfixiantes, comprimidos en un canal de aguas fecales, sin agua ni comida que llevarse a la boca. Niños, ancianos, mujeres embarazadas o que acababan de dar a luz trataban de sobrevivir al fin del mundo; al fin de su mundo. Y la capitán Oliva trataba de que llegasen a España en condiciones de salud adecuadas.
"No sabía ni en qué día vivía", admite ahora con una sonrisa seca en conversación con Vozpópuli, vistiendo el uniforme del Ejército de Tierra, tras dar el salto desde el Ejército del Aire a las FAMET (Fuerzas Aeromóviles del Ejército de Tierra). Entre el 17 y el 27 de agosto del verano pasado voló diez veces, en vuelos que cubrían la ruta entre Madrid y Dubai, o entre Dubai y Kabul. Afirma que no había tiempo para el descanso, pero que el cuerpo apenas lo padecía, "quizá por un mecanismo de defensa". Nunca olvidará a la mujer que llegó con dos hijos y le contó que había dejado el cuerpo sin vida del tercero junto al aeropuerto para poder salvar la vida de los dos primeros.
El texto que se reproduce a continuación es su testimonio en primera persona, recogido por este diario con motivo del primer aniversario de la evacuación de Kabul. Es la tercera entrega del serial en la que militares españoles que participaron en el despliegue narran sus experiencias, después de los relatos del capitán Peña, del Ejército del Aire, a los mandos de uno de los aviones que posibilitó la evacuación, y de un suboficial del Mando de Operaciones Especiales.
Una llamada para ir a Kabul
Realmente no pensaba que íbamos a ir a Kabul. Me pilló totalmente por sorpresa. Veía con inquietud e incertidumbre todo lo que pasaba y me preguntaba si España iba a participar, pero nunca me imaginé que iba a estar allí en un par de días.
Estaba en Cuatro Vientos, en el trabajo. Llamaron y cogí el teléfono. Me comentaron lo que necesitaban, equipos mixtos de médico y enfermero. Uno de los dos tenía que ser mujer, por la religión de los afganos y explorar a las mujeres. Me preguntaron si tenía disposición para ir a Zaragoza ese mismo día con destino Dubai. La misión era sacar al máximo personal posible.
Me dijeron si me presentaba como voluntaria y respondí que sí. Organicé todo rápidamente. Dejé a mi perro, Nitrox, con mi familia, y preparé todo. Rápidamente viajé hasta Zaragoza y me pusieron una habitación para dormir, porque mi avión no salía hasta el día siguiente. Una vez allí, ya reunida con mis compañeros y el personal del EADA [Escuadrón de Apoyo al Despliegue Aéreo del Ejército del Aire], nos contaron cuál era nuestra misión: acompañar siempre al personal afgano desde su salida de Kabul hasta llegar a España. Los equipos sanitarios nos dividíamos en dos grupos: los que iban de Dubai a Madrid, ida y vuelta, y los que iban de Dubai a Kabul. Yo en principio formaba parte de los primeros.
En Dubai nos dio tiempo a llegar y dejar la cosas en hotel, poco más. Teníamos que volar inmediatamente de Dubai a Madrid con el primer grupo de personas que habían extraído. Ese primer contacto fue el más impactante. Los afganos llegaban sin nada. Fueron los primeros en ser evacuados, los más afortunados. ¡Entre ellas había una mujer española! Casada con un afgano, me contó que estaba en la embajada con un papeleo de su hija y que ahí mismo les dijeron que se ponía en marcha la misión de evacuación, y aceptaron inmediatamente. Estando ya en el aeropuerto les contaron que los talibán habían tiroteado su casa.
Todos los evacuados habían dejado a parte de su familia. Y yo me preguntaba: “¿Cómo se sentirán, si yo no sería capaz de irme sin mi perro?”. Veía a aquellos niños montarse en un avión, que quizá no lo habían visto en su vida… y no lloraban. Eran pequeños adultos. Eso sí, me sirvió mucho haber estado antes en Afganistán para conocer su religión y cultura, para saber cómo afrontar el establecer una conversación con ellos, pedirles permiso para que te dejen explorarles…
Las situaciones en las que venían eran límite. Siempre me acordaré de una señora que llegó con dos hijos y que nos contó que el tercero había muerto en una avalancha del canal [junto al aeropuerto había una acequia de aguas fecales en las que se agolpaban cientos de afganos en busca de la evacuación]. Tuvo que dejarlo ahí para poder sacar a los otros dos.
Nos encontramos con muchas quemaduras, sobre todo en niños o bebés expuestos al sol; deshidrataciones, ataques de ansiedad, gente que venía con alguna lesión y la manteníamos bien tratada para que no sufriera más consecuencias. Era muy especial el caso de las mujeres embarazadas, venían muchas y no eran muy sinceras en cuanto a los meses de gestación, porque temían que les dejáramos en tierra si estaban a término. Desde España nos mandaron un equipo especializado por si alguna de ellas se ponía de parto.
No sabía en qué día vivía. Cada vez que llegábamos a Madrid para dejar a un grupo de afganos teníamos que hacernos una prueba de PCR antes de volver a Dubai. Una vez allí insistí en que quería ayudar en el aeropuerto de Kabul. Hubo un día en que se llegaron a enviar hasta tres aviones españoles para sacar a personal afgano y entonces nos dieron luz verde a ir allí.
Primer vuelo a Kabul
El primer día que fui a Kabul fue el 25 de agosto. Pesa el cansancio, pero es increíble porque no lo notas. A lo mejor dormías dos horas y te tenías que ir a volar: “Pero, ¿cómo puedo estar tan fresca?”, me preguntaba. Quizá por esa sensación de alerta constante, de tener que darlo todo. Estábamos cansados, sobre todo cuando volvíamos de algún vuelo, pero cuando dormías un poco ya te reponías.
El vuelo hasta allí es tranquilo, pero todo se viene encima cuando tienes que ponerte el chaleco y el casco para entrar en Kabul. El aeropuerto está entre montañas y para entrar en él hay que hacerlo muy en picado, con una maniobra un poco brusca. Eso impresiona. No pensé en la inseguridad, porque estaba tan imbuida en la misión que no me daba tiempo. Quizá es el cuerpo el que te hace no pensar en eso, como un mecanismo de defensa.
Actuábamos muy rápido en Kabul. Bajábamos, repartíamos mascarillas y gel de manos -hay que recordar que estábamos en situación de pandemia-, y examinábamos a los afganos que el personal del EADA y los GEO nos habían puesto en dos filas; el médico se ponía en una y yo en la otra.
Pocas misiones tienen un impacto tan directo. Llevas toda la carrera militar preparándote para algo así. Quizá la misión más parecida a lo de Kabul fue la 'Operación Sophia' [de lucha contra el tráfico de seres humanos en el Mediterráneo, con el consecuente rescate de inmigrantes que se lanzaban a la deriva], por el impacto directo en cuestiones sanitarias ante una multitud sobrevenida. Pero en el Mediterráneo hay unas condiciones de seguridad que no había en Kabul.
Durante toda la misión tenía sensación de seguridad gracias al trabajo de los compañeros. Los del EADA nos decían qué personas necesitaban algún tipo de tratamiento médico en el avión, si alguien iba algo más nervioso, si alguno tenía alguna incapacidad… Trabajaban casi como si fueran equipos sanitarios, aunque no lo fueran.
Atentado... y regreso
Estaba en Dubai cuando ocurrió el atentado. En ese momento estaba descansado, había volado por la madrugada. Pronto tuvimos contacto con personal del EADA y del MOE y nos contaron que estaban bien. Rápidamente recobramos todos la calma.
Cuando nos dijeron que teníamos que venir [de regreso a España] nos decepcionó bastante no poder seguir sacando gente, pero las condiciones de seguridad así lo exigían. Volvimos con una mezcla de sensaciones. Por un lado, de querer hacer más, pero por otro sabiendo que hicimos todo lo que pudimos. Entramos en Kabul siempre que era posible y sacamos a todos los que pudimos.
Con el paso del tiempo, lo que más pesa es el lado bueno. En esas fechas todo el mundo me preguntaba si estaba bien. Me extrañaba la insistencia, porque me notaba muy entera. Pero cuando llegué a España, pasó algo de tiempo y asimilé todo lo vivido, confieso que me vino un poco de bajón de ánimo.
Piensas en la gente que se pudo quedar y no logró salir. Pero mi sensación es que, si este día 16 me volvieran a llamar, lo haría con los ojos cerrados. Ojalá nadie tenga que volver a pasar algo así, pero me siento afortunada de haber participado en la misión de evacuación de Kabul.
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