El capitán Mario Peña tenía 31 años cuando se arrojó al infierno de Kabul a los mandos de un avión A400M. En sus manos estaba el destino de cientos de afganos que se agolpaban a las puertas del aeropuerto hostigados por los talibán, el hambre, la sed y la extenuación. Las condiciones de vuelo no eran las ideales para este piloto del Ala 31 del Ejército del Aire: el espacio aéreo de Afganistán carecía de cualquier controlador y bajo su responsabilidad quedaba la seguridad de su aeronave, en medio de un tráfico denso de todos aquellos que trataban de evacuar a su personal del avispero en el que se había convertido Afganistán.
Ha pasado un año desde la evacuación de Kabul, el Saigón de Occidente, y Vozpópuli publica una serie de artículos con el testimonio de los miembros de las Fuerzas Armadas que lo hicieron posible. Este es el primero de ellos. Fue una operación precipitada, dado el rápido avance de los talibán sobre el país. Pocas intervenciones militares han tenido un impacto tan inmediato: cada esfuerzo, cada movimiento, servía para sacar a una persona más de aquel agujero.
En total fueron más de 2.200 los que llegaron a España, frente a los pocos cientos que se esperaban inicialmente. El capitán Peña dejó a su mujer, embarazada, para cumplir con su misión. Pensaba que la evacuación sería similar a la del personal español en Libia en el 2014, que se resolvió en unos pocos días y de forma escalonada. Pero Kabul superó todas las expectativas.
El texto recogido a continuación es su testimonio directo, evocando las dificultades a las que él y sus compañeros de unidad se tuvieron que enfrentar: desde los cálculos milimétricos de combustible para poder meter a más personal a bordo del avión hasta las condiciones de seguridad en las que se encontraba el aeropuerto: "Ha pasado un año y aún no asimilo todo lo que viví", confiesa en conversación con este diario.
Estalla la crisis
En mayo, tres meses antes de la crisis de Kabul, ya estuve en Afganistán para traer de vuelta a un pequeño grupo de militares del Ejército de Tierra que permanecían en el país. Eran los últimos de Afganistán. Parecía que la situación quedaba más o menos asentada en términos de seguridad, pero los talibán aprovecharon el repliegue de tropas de Estados Unidos y del resto de naciones de la coalición para avanzar sobre todo el país. Se vio entre junio y julio, pero en agosto todo se precipitó y tomaron Kabul.
Llevábamos días siguiendo el tema desde España. Se había pensado en hacer una evacuación en septiembre para sacar a todo el personal español que quedase, lo mismo que se había hecho en Libia en 2014, cuando se sacó a la gente de la embajada. Pero la rápida expansión de los talibán precipitó todos los planes escalonados y fue necesario actuar de forma más comprimida.
Se veían escenas terribles, afganos que rompían el perímetro de seguridad y saltaban a la pista, agarrándose de las alas y ruedas de los aviones para intentar escapar. Estados Unidos llevó tropas adicionales al aeropuerto de Kabul para asegurarlo. Se quedó un aeropuerto con cierta seguridad en tierra, con un perímetro de seguridad alrededor. Pero era relativamente arriesgado. Había mucha probabilidad de que se produjeran atentados contra multitudes -como finalmente fue- o de que hubiera algún terrorista infiltrado entre los afganos que accedían al aeropuerto.
Después de varias misiones, los militares tenemos cierto ojo, y por la experiencia se veía venir que nos tocaría desplegarnos en Kabul. Yo estaba en la piscina, con mi mujer, embarazada, cuando me avisaron de que me iba para allá. Enseguida me hice una composición de lugar y pensé que volaríamos tres o cuatro veces para sacar a todo el personal necesario. Ni de lejos me imaginaba que tendría la envergadura de lo que fue después.
Nos reunimos todos en Zaragoza, de noche. Hubo una reunión y un briefing de inteligencia con las últimas informaciones disponibles. Hicimos las últimas comprobaciones al A400M [la mayor aeronave de transporte táctico del Ejército del Aire, elegida para la misión por sus capacidades técnicas] y partimos rumbo a Emiratos Árabes [donde se estableció el punto de extracción desde Afganistán, para su posterior repatriación a España y así evitar los largos vuelos entre Madrid y Kabul].
La primera evacuación
Una vez en Dubai, descansamos un poco y recopilamos más datos: todos los días a todas horas se generaba información nueva. Vimos que se había logrado asegurar el aeropuerto y que ya no había gente por las pistas, lo que nos tranquilizó mucho.
Pronto comenzamos con los primeros vuelos rumbo a Kabul, con grandes incertidumbres en temas técnicos. Por ejemplo, el control del espacio aéreo. Cuando dejábamos atrás el espacio aéreo de Pakistán, el controlador nos dijo que nos liberaba y que era responsabilidad nuestra mantener la seguridad. En Afganistán volábamos sin tener contacto con nadie, siguiendo unas normas que dictó la OTAN para tratar de mantener las condiciones de seguridad entre todos los aviones de la Alianza que estaban operando. En Kabul sí que había un controlador de combate para gestionar todas las maniobras en torno al aeropuerto.
El primer día fue bastante impactante. Lo que me encontré era muy distinto a lo que había visto unos meses atrás en el repliegue de los últimos militares españoles. Todos los edificios estaban cerrados y había montones de aviones de otras naciones, tanto de la Coalición como ajenas. Lo primero que veo en el parking es un cordón de vehículos blindados y de soldados montando guardia. Unos están despiertos y otros están dormidos a 15 o 20 metros de aviones en marcha. ¡Qué reventados debían estar! Era gente que igual llevaba tres o cuatro días trabajando al 150%.
En ese momento pienso: “Ostras, esto está más asegurado de lo que estaba hace dos días en la televisión”. Me tranquilizo mucho. Tenía miedo de que pudiera pasar alguien por debajo y que eso comprometiese la seguridad de todos. En República Centroafricana ya había operado en un aeropuerto junto a un campamento de refugiados y de vez en cuando había alguna persona que irrumpía en la pista, pero nada comparado con lo de Kabul. Ese era mi principal miedo.
Llegamos con el tiempo muy justito. Media hora. Otros muchos aviones tenían que entrar y salir, así que teníamos que ser rápidos. Con los motores en marcha, metimos a la gente que la embajada y el personal del GEO de la Policía había logrado meter por sus propios medios en el aeropuerto. Eran pocos, poco más de medio centenar de personas, pero muchos para los medios que disponían hasta la llegada del resto de militares y el caos en el que estaba sumido el aeropuerto hasta entonces.
Hay que tener en cuenta que subir al avión a personas que no están acostumbradas a volar, sentarlas en la bodega y abrocharlas con cinta es complicado. ¡Algunos de ellos no habían visto un avión de cerca en su vida! Pero sólo teníamos media hora y era imprescindible cumplir con los plazos. En el aeropuerto dejamos al personal del EADA [Escuadrón de Apoyo al Despliegue Aéreo del Ejército del Aire] para que gestionase la extracción de los afganos que se apelotonaban en el exterior del aeropuerto en busca de una plaza para salir.
Los cálculos de peso
Conseguimos sacar con éxito a ese primer grupo. Llegamos a Dubai y nos fuimos a descansar un rato al hotel. Entre una cosa y otra, apenas habíamos dormido y llevábamos muchas horas de trabajo a la espalda. Pero así serían todas las jornadas. Más de 14 o 15 horas, todos los días, entre traslados a la base de Dubai, vuelos de ida y vuelta a Kabul, extracción de los afganos y todas las gestiones derivadas de la misión. Daba el tiempo justo para una ducha, comer algo y dormir un rato.
Al día siguiente repetimos la operación. Las cuentas que hacíamos eran muy precisas. Íbamos con el peso justo de combustible para poder meter a más gente en el avión. Hay que tener en cuenta que el aeropuerto de Kabul está a una altitud considerable y hacía mucho calor, y todos esos condicionantes determinan el peso máximo que puede llevar el avión. Además, el aeropuerto está encajonado entre cordilleras. El viento también influye.
Nosotros disponemos de un software y unos supervisores de carga que analizan todos esos datos y dicen cuánto peso puede llevar el A400. Calculamos que cada adulto pesaba unos 70 kilos -era gente delgada, quizá de complexión más pequeña- y cada niño, unos 15. Con todos esos cálculos veíamos cuánta gente podía entrar. Lo medíamos al milímetro. Si durante la media hora que estábamos en Kabul la temperatura bajaba un grado, eso nos permitía meter a más gente sin poner en riesgo la seguridad del avión. En cada extracción sacábamos a 150 personas de media que, por volumen, eran los que cabían quitando los asientos.
El atentado
Desde Dubai nos enteramos por los medios de comunicación de que había habido un atentado. Había compañeros en tierra y lógicamente nos preocupamos por su seguridad, pero enseguida llegaron noticias tranquilizadoras. Estaban todos bien. Ese día apenas pudimos descansar. Esperamos a que nuestros compañeros llegaran a Dubai. Cuando por fin nos encontramos con ellos nos dieron información de primera mano y qué precauciones debíamos tener. Hicimos cambio de tripulación y volvimos a salir para Kabul.
El personal español y los afganos que iban a ser evacuados quedaron embolsados en el aeropuerto y ya no se metió a nadie más por motivos de seguridad; habían muerto 183 personas en el atentado. Volamos hasta allí para sacar a las últimas personas. La verdad es que desde la cabina no puedes ver mucho sobre cómo estaba la gente alrededor del aeropuerto después del atentado, también porque estás atento a las maniobras y a las instrucciones. Pero aterrizamos sin problema y cumplimos con éxito la misión.
Estaba contento por volver. Lo admito. Llevarte ropa para cuatro días, un estado mental para ese periodo de tiempo, y que al final sean 15… desgasta mucho. Además en un escenario tan cambiante, donde cada día había que actualizarse varias veces para saber qué es lo que estaba ocurriendo.
Volvimos contentos, sí. Pero también con una sensación agridulce por las personas que quedaron fuera. Después se pudo solucionar, en parte gracias a otros vuelos desde Pakistán de personal afgano que habían sacado por tierra a través de la frontera, pero en el momento de regresar piensas en todos los que no pudieron subir. Y volví con el cuerpo extraño, después de tantos días a un ritmo tan alto, volando de noche y a horario cambiado. Estaba agotado, pero no había quien me durmiera por las noches [ríe]. Luego, durante el día, me caía por las esquinas.
Ha pasado un año y todavía me doy cuenta de que viví mucho más de lo que pude asimilar en ese momento. Son tantas cosas seguidas y tan intensas que al cabo de unos meses te acuerdas de un detalle, de una escena. Será difícil que vuelva a tener una experiencia tan intensa como la de Kabul.
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