Tanto el Gobierno central como el catalán insisten en dar por enterrado el 'procés'. Ayer por la mañana, Pedro Sánchez justificó una posible reunión con Puigdemont incluso antes de ser amnistiado señalando que tanto el Ejecutivo como la "sociedad catalana" han "pasado página de 2017". Por su parte, Salvador Illa, unas horas antes, hizo balance de la legislatura manteniendo que su llegada a la Generalitat supone un "cambio de etapa" en Cataluña, en tanto que su gobierno está "poniendo las condiciones para superar las situaciones de sufrimiento" que se dieron en los años precedentes.
Este discurso se da de bruces con las pretensiones, fijadas negro sobre blanco, por los redivivos jefes de filas de Junts y ERC: Carles Puigdemont y Oriol Junqueras. Y es que, aunque sus respectivas formaciones están volcadas ahora mismo en arañar cesiones a los socialistas a cambio de su respaldo parlamentario, no es menos cierto que sus hojas de ruta no esconden la voluntad de repetir —en tanto las condiciones lo permitan— un nuevo 1 de octubre. En el documento programático de la candidatura con la que Junqueras ganó las primarias, Militància Decidim, se incluía la promesa "inevitable" de reeditar un "nuevo 1 y 3 de octubre", fecha ésta última de la declaración de independencia unilateral efectuada por Puigdemont en 2017.
Y en lo que respecta a Junts, su transparencia no es menor. En la ponencia estratégica del partido, aprobada en octubre, se afirma que su objetivo prioritario pasa por ejercer el derecho de autodeterminación, recurriendo, "si es necesario, a la unilateralidad". Voluntad que ratificó en formato más épico el propio Puigdemont durante el aniversario referendo ilegal del pasado octubre: "El 1-O está en el horizonte".
El caso es que para resucitar la vía insurrecional, tanto Junqueras como Puigdemont afirman que resulta imprescindible reconstruir la unidad del movimiento —que, en lo que concierne a Esquerra, pasa también por recomponerla en sus propias filas, tras una de las campañas de primarias más crispadas que se recuerdan—. No obstante, las condiciones para la anhelada reagrupación se antojan harto complicadas. Recordemos que las secuelas del proceso secesionista no se ciñeron a la fractura de la sociedad catalana y la marcha de las empresas —reparada en parte la primera pero estancada la segunda—, sino que también desencadenó la voladura de las relaciones personales entre sus líderes.
Tirantez y descofianza
Así, tras la turbulenta reunión mantenida en octubre de 2017 entre Junts y ERC en la que los segundos presionaron a los primeros para proclamar la secesión en lugar de adelantar elecciones tras el 155, Puigdemont y Junqueras han mantenido una relación presidida por la desconfianza. El neoconvergente, al que ha menudo se atribuye un carácter resentido, no ha perdonado la manipulación de la que se sintió víctima. De su parte, Junqueras, que ingresó en la cárcel mientras Puigdemont huía en un maletero rumbo a Bélgica, juzga que la actitud valiente fue la suya. "Yo no me escondo nunca", reprochó entonces al dirigente prófugo. Una tirantez que quedó patente en su gélida reunión cuatro años después en Waterloo, en la que no medió ni un solo abrazo.
Y, al margen de la cuestión personal, sus estrategias discurren por caminos muy dispares. Junts, ante el avance de la formación ultra Aliança Catalana —con la que comparte t'arget' electoral en la Cataluña interior debido a su doble rechazo a España y los inmigrantes—, ha endurecido su discurso en torno a la inmigración. Para lo que resulta crucial el traspaso de las competencias en la materia que está negociando con el PSOE. Además, también ha resucitado la faceta 'bussiness-friendy' que tanto añoraba su sector pragmático —en consonancia, tumbó junto PP y PNV el impuesto a las energéticas en el Congreso—.
En el extremo opuesto, Junqueras está volcado en su viejo proyecto de convertir a Esquerra Republicana en un 'catch-all-party' de la izquierda catalanista o nacionalista —en puridad, la única existente en la comunidad—. Y de esta manera no solo "ensanchar la base" de los partidarios de la república catalana. sino también frenar sus últimos batacazos electorales. Un plan que secunda, además, uno de las figuras más reconocidas de la formación: Joan Tardà.
Vale decir que tanto esta estrategia como la adoptada por Junts pueden reportarles votos a ambos partidos. Pero, inevitablemente, tornan más difícil una posible reconciliación.
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