ERC se encuentra sumida en una guerra intestina de pronóstico incierto. El sábado, la refriega entre Oriol Junqueras y los afines a Marta Rovira por el liderazgo de Esquerra se intensificó al arremeter el primero contra los segundos por haberle “querido enterrar antes de hora” y “traicionar los principios del partido”. Con este duro ataque aludió el exvicepresidente catalán a la estructura paralela de ERC consagrada a la guerra sucia, que no duda en atribuir a Rovira y su entorno. Entre las acciones acometidas por esta facción en la sombra, figuran los carteles fake que sostenían que Ernest Maragall padecía Alzheimer como su hermano Pasqual o el monigote que representaba a Junqueras colgado de un puente cercano a su domicilio.
El conflicto se encrespó aún más ayer cuando Junqueras se desvinculó del equipo B manteniendo que nunca supo nada porque se encontraba en la cárcel. “Ni lo sabía ni tuve la oportunidad de saberlo porque seguro que había quien quería que no lo supiera”, aseveró, en una acusación nada velada a la facción rovirista. Ésta contratacó a través de Teresa Jordà, quien se refirió sin tapujos al “odio” que albergaba Junqueras por sus compañeros de filas y le recriminó haber hablado explícitamente de “traición”. La intervención de Jordà permitió a Rovira adoptar un rol menos beligerante, manifestando en X que no iba a responder a Junqueras por “responsabilidad con el país” pero que lo haría cuando llegase el momento.
El intercambio de proyectiles ha arruinado la tentativa de simular una relación, al menos cordial, entre Junqueras y Rovira. Recordemos que con tal propósito acudió el expresidente de los republicanos al recibimiento a Rovira a su regreso de Suiza, tras el archivo de la causa de Tsunami Democràtic por un defecto de forma. Allí, ambos se fundieron en un prolongado abrazo, en una escenificación que solo surtió efecto en los titulares de la prensa nacionalista, que se aprestaron a celebrarla como “emotiva”, “efusiva” o “histórica”.
Pero es conocido que la relación entre ambos —un tándem aparentemente sólido desde 2011— se había truncado tras el fracaso de Esquerra en los pasados comicios autonómicos del 12 de mayo, que vio como se volatilizaban 13 de sus escaños, restándoles solo 20. Tres días más tarde, Rovira publicó una carta en la que apostaba por el apartamiento de Junqueras y ella misma de primera línea en aras de la renovación interna. El líder republicano renunció, pero solo con el objetivo de recobrar el control del partido en otoño. Desde entonces, su disputa por el control del partido —aunque Rovira no encabece oficialmente la candidatura— se ha tornado cada vez más virulenta.
El divorcio, según se apunta en círculos republicanos, se empezó a fraguar cuando Junqueras ingresó en prisión por su papel en el golpe contra el orden constitucional de 2017, estancia durante la cual Rovira estrechó lazos con la facción que juzgaba amortizado a Junqueras. Al salir del presidio, Junqueras se enemistó con Rovira al interpretar que ésta torpedeaba desde la Ejecutiva y la estructura b su tentativa de retomar las riendas de la formación —cetro que consideraba se merecía por su sacrificio penitenciario—. Al mismo tiempo, el entorno de Rovira denunció que la prisión le transfiguró, propiciando maneras despóticas e irrespetuosas que arruinaban las reuniones del partido.
Y es que, al margen de que Rovira reclama nuevos rostros para orear la formación, solo las desavenencias personales parecen explicar un enfrentamiento tan turbulento entre los dos dirigentes. Al fin y al cabo, sus respectivas candidaturas, la junquerista Militancia Decidim y la rovirista Nova Esquerra Nacional, no difieren en lo sustancial. Esto es, el entente con los socialistas para avanzar en la desconexión gradual de Cataluña del resto de España —precisamente, a lo que se oponen las rupturistas Foc Nou y Recuperem ERC—.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación