Si la visita de Salvador Illa al Rey ayer sirvió para reconstruir la normalidad institucional, su blanqueamiento de Pujol podría servirle para recomponer la relación entre Junts y Sánchez. Y es que, pocas horas antes del encuentro con el monarca, el presidente catalán recibió al nonagenario exmandatario en el Palau de la Generalitat, difundiendo luego en X imágenes de ambos y ensalzándolo como “una de las figuras más relevantes de la historia” de Cataluña. El gesto completó así el blanqueamiento del patriarca neoconvergente iniciado por el orbe secesionista en los últimos tiempos, cuyo pistoletazo de salida fue un documental de TV3 emitido en 2022 en el que se le presentaba como una víctima de las “cloacas” españolas y se hacía hincapié en su “gran obra política”.
El encuentro y el posterior mensaje laudatorio cayeron como una bomba en el ánimo del constitucionalismo catalán —cuyas esperanzas depositadas en el nuevo Ejecutivo se han desvanecido en poco más de un mes de mandato por su continuismo nacionalista—. “¿De verdad para recuperar la concordia es preciso blanquear y conceder el olvido penal a todo buen nacionalista?”, se preguntó ayer tras la fotografía Sociedad Civil Catalana, responsable de las grandes manifestaciones constitucionalistas contra el procés en 2017 y a las que Illa respaldó con su presencia. La entidad recordó que Pujol, además de ser un “delincuente confeso”, fraguó un “perturbador y exitoso” plan de “adoctrinamiento social a gran escala”.
Así, tal y como refiere SCC, la figura de Pujol no solo resulta problemática por encontrarse a la espera de juicio en la Audiencia Nacional contra su familia por blanqueo de capitales, asociación ilícita, delito contra la Hacienda pública o falsedad documental. También, por ser el artífice del Programa 2000, un ambicioso plan de ingeniería social puesto en marcha en los 90 que perseguía inocular el sentimiento nacionalista en todos los sectores de la sociedad catalana, con la Educación y los medios de comunicación —según algunos, la verdadera antesala del proceso separatista y no la sentencia del Estatut—.
Pese a ello, la rehabilitación de Pujol puede congraciar a la parte menos extremista de Junts per Cataluña con un Sánchez necesitado de su apoyo. Es sabido que la legislatura pende de los siete votos de los neoconvergentes, más enojados que nunca con los socialistas después de que Illa fuese investido presidente de la Generalitat. Y han convertido cada votación en el Congreso que depende de sus sufragios en un suplicio. El martes, sin ir más lejos, llevaron su estrategia para evidenciar su dominio sobre el PSOE al paroxismo, tumbando la proposición del Gobierno sobre el alquiler temporal y avisando tres minutos antes de la votación de su volantazo—según reveló Íñigo Errejón—.
De modo que, aunque el portavoz de Junts en Cataluña, Josep Rius, recriminó el lunes a Illa acudir a “rendir pleitesía” a Felipe VI a Zarzuela —cubriendo así la obligatoria cuota antimonárquica de cualquier formación secesionista— puede entenderse que el líder socialista repartió esa “pleitesía” entre el monarca y Jordi Pujol para granjearse el afecto convergente.
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