España

"Estará cerrada el tiempo que tenga que estar cerrada, hasta que demos ayuda a los heridos"

El atentado contado en primera persona por una periodista de Vozpópuli que se encontraba de vacaciones en Barcelona

Acaban de dar las cinco de la tarde. En Barcelona hacía buen tiempo. Pero el 'ruido' de la calle hacía presagiar que algo iba mal. Ya no eran suposiciones ni rumores. No había mucha información, pero la policía hablaba de heridos y desalojaba Las Ramblas. ¿Un atentado? ¿Una bomba? ¿Un tiroteo? Hasta ese momento, las cientos de personas que nos encontrábamos en la zona solo entendíamos de sirenas, vehículos policiales y ambulancias.

"Impossible, impossible", repetían los efectivos de seguridad en un intento por controlar a aquellos que insistían -en diferentes idiomas- en quedarse o volver. Las Ramblas, esa popular zona de Barcelona que minutos atrás estaba llena de visitantes y locales, ahora era un vacío de caos y confusión.  Sus alrededores también (las callejuelas aledañas y el paseo marítimo). 

Allí estábamos, caminando hacia donde apuntaba Colón, como en procesión, intentando no correr. Algunos se detenían a mirar mientras los trabajadores de los locales empezaban a cerrar sus puertas. Otros llamaban por teléfono y revisaban las redes sociales. Empezaban las teorías: un conductor borracho, un atentado con un camión, un hombre armado suelto, una situación con rehenes. 

Diez minutos antes se reían en la Plaza Real al ver correr a los policías: 'otra protesta contra los turistas', decían

Diez minutos antes estábamos ahí practicando el 'turisteo' en su estado más puro: de paseo con helados y mapas en mano o de terraza con cañas y haciendo fotos con palos 'selfies'. Diez minutos antes se reían en la Plaza Real al ver correr a los policías: 'otra protesta contra los turistas', decían. Ahora, ahora hablamos de heridos y pensamos en lo nadie se atreve a verbalizar todavía: terrorismo.

Fuera del perímetro de la policía, sin embargo, todo parecía normal. La playa con gente, la ciclovía con tráfico, los bares a terraza llena. A lo lejos quedaban las sirenas. Pero en la zona acordonada, las teorías se reanimaban. ¿Por qué siguen llegando policías? ¿Viste el vídeo de la furgoneta? ¿Hay rehenes en un restaurante? ¿Cómo no nos van a dejar pasar, nuestro hotel queda por ahí?

"Vayan a por un café. Vuelvan en dos horas. Por ahora está cerrado", decía uno de los policías que se negaba a dar más información. "No sabemos nada hasta el momento. Hay muertos y heridos y estamos enfocados en atenderlos. Ya se hará un comunicado oficial", agregaba.

La mayoría de los extranjeros tampoco tenía conexión a internet (dependían del wifi) y nos turnábamos el móviles de los nacionales

Y así, la multitud se iba dispersando. Cada quien pillaba una callejuela diferente. Dependiendo de la selección, se podía encontrar un desierto, un bar semi-abierto o un grupo de policías corriendo -según las teorías- en busca de algún sospechoso. Los que nos quedábamos sin batería en el móvil para mantener a nuestras familias informadas, empezamos a buscar algún local abierto para pedir ayuda. La mayoría de los extranjeros tampoco tenía conexión a internet (dependían del wifi) y nos turnábamos el móviles de los nacionales. Nadie sabía explicar muy bien qué pasaba. Todos repetíamos el 'estoy bien', más a modo de autoconvencimiento que de notificación.

Las dos horas pasaron y aquellos que habíamos sido desalojados de Las Ramblas intentábamos volver. Ya sabíamos el saldo -más de 10 muertos y más de 50 heridos-; quiénes habían sido los responsables y cuál era su estatus aún no estaba claro.

La frase del 'vayan a por un café' se repetía. No valía la tarjeta de hotel, ni la dirección en el DNI. Nadie pasaba

El hecho de que nos impidieran acceder a Las Ramblas y a sus calles más cercanas no era buena señal; el helicóptero sobrevolando Barcelona, tampoco. La frase del 'vayan a por un café' se repetía. No valía la tarjeta de hotel, ni la dirección en el DNI. Nadie pasaba.

Cinco horas después, pasadas las 22 horas, la zona donde habíamos ido en procesión a por el 'café' estaba desolada. Quedaban algunos locales que permanecían cerrados con algunas personas en el interior, pero el ambiente no era de fiesta. Era una especie de toque de queda que solo turistas y los dueños de las tiendas de alimentación ignoraban. El área más cercana a Las Ramblas seguía custodiada por policías. Ya se podía pasar, no había a dónde ir a por más café. 

Apoya TU periodismo independiente y crítico

Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación
Salir de ver en versión AMP