El verbo “dimitir” es, sin lugar a dudas, uno de los menos utilizado por la clase dirigente de este país, ya sean políticos, jueces o entrenadores de fútbol. Da lo mismo que les pillen con las manos en la masa, metiendo la pata hasta el corvejón o todos les señalen con el dedo por manirroto con el dinero público. La primera persona del singular de “dimitir” se les ha borrado a todos de su vocabulario. Deben ser los perniciosos efectos de subirse a un coche oficial con escolta. Ellos sufren en silencio estos males de la motorización y no entienden que haya quien les reclamen que abandonen sus puestos por un quítame allá veinte viajes a Marbella. El mejor ejemplo lo hemos tenido este jueves en el Consejo General del Poder Judicial, donde su presidente, Carlos Dívar, no sólo no intentó superar esta carencia verbal, sino que terminó pidiendo un puesto en el santoral como mártir vivo de la justicia española.
Durante la media hora que estuvo ante lo medios, a Dívar no le tembló la voz ni cuando se acordó de los parados y los que no tienen ni para vivir. Nii cuando dijo que los hoteles que le reservan en Puerto Banús más que de lujo son un auténtico chollo. Ni cuando exigió su derecho a conciliar vida laboral y personal, aunque sea a cargo del dinero público. Tampoco se inmutó cuando aseguró que comer en un restaurante de cinco tenedores no tiene por qué salir caro, que todo depende de lo que se pida de primer y segundo plato. Ni se sonrojó cuando insistió que si no revela con quién cena no es porque lo quiera ocultar, sino porque él, padre de la patria, está obligado a guardar para si ciertos secretillos muy a su pesar no sea que por decirnos a quién le pagó el gintonic en la playa se tambalee el Estado y termine subiendo la prima de riesgo más de la cuenta.
Como todo aspirante a santo, Dívar se montró también comprensivo con los que dudan. Por eso ha propuesto crear nada menos que una comisión de secretos oficiales de la judicatura para controlarle en el futuro a dónde va y con quién queda, que los españoles nos hemos vuelto muy quisquillosos. Otros dos jueces sabrán esa vital información. El resto de los mortales, incluidos los españolitos que terminamos pagando sus facturas, no. Está claro que si impone tanto secretismoes porque sus compañeros de mantel son más importantes para la seguridad del Estado que los confidentes de la lucha antiterrorista. ¿Quién se puede extrañar de que el bueno de Dívar no sea generoso con ellos y les llene la andorga en un lugar de postín?
Pero como no hay mártir que no sufra, Dívar, al que sólo le faltó levitar y darle un codazo a San Sebastián, el aseteado, para ponerse en su lugar en el santoral, que más dardos ha recibido él estos días, habló de “amargura”, “preocupación”, “quebranto personal” y “conciencia tranquila”. Recordó que, muy a su pesar, es presidente de la justicia española “las 24 horas del día”, y que era una canallada echarle a los perros de la prensa simplemente por irse unos fines de semana a su Málaga natal a descansar como todo hijo de vecino. ¿Qué ha sido con dinero público? Lo dicho, que los españoles nos hemos vuelto unos picajosos. Menos mal que a él no le tiembla la voz… ni la tarjeta de crédito oficial cuando paga.
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