Claudia Sheinbaum Pardo nació el 24 de junio de 1962 en Ciudad de México. Es la segunda hija del matrimonio que formaban Carlos Sheinbaum Yoselevitz, empresario e ilustre químico, y Annie Pardo Cemo, no menos ilustre y reputada bióloga, Premio Nacional de Ciencias en 2023. Los dos científicos eran judíos practicantes, él ashkenazí y con orígenes familiares en Lituania; ella sefardí con raíces en Bulgaria. La familia, prestigiosa y acomodada, practicaba la religión judía en México sin ningún problema y estaban próximos, muy activamente, a los círculos de la izquierda mexicana cuando Claudia llegó al mundo.
Era prácticamente inevitable que la joven Claudia, muy inteligente, sosegada y de carácter muy predominantemente dulce, siguiese por la senda que le había abierto la familia. Se decantó sin dudarlo por las ciencias y también por el activismo en favor de la justicia social, un bien muy escaso en México. Claudia estudió en la inmensa y prestigiosa UNAM, en la facultad de Ciencias, y se licenció en Física con una tesis cuyo título lo dice todo: “Estudio termodinámico de una estufa doméstica de leña para uso rural”, lo cual hace ver que desde joven no le interesaban las especulaciones teóricas ni las torres intelectuales de marfil sino ver en qué medida la Física podía ayudar a la gente. Sobre todo a la gente que más lo necesitaba.
El currículo académico de Claudia Sheinbaum es de escalofrío. Resultó ser extraordinariamente brillante… y siempre preocupada por dos cosas que lleva toda su vida tratando de poner en armonía: la energía y la economía, sobre todo la que afecta directamente a las personas. Se doctoró en la UNAM con un memorable trabajo publicado en 1996, “Tendencias y perspectivas de la energía residencial en México”. En un país de mentalidad tradicionalmente machista, como ex México, Claudia fue la primera mujer en doctorarse en Ingeniería de la Energía en la UNAM. Ese fue el primer “techo de cristal” que rompió la joven ingeniera en tanto que mujer, porque luego llegarían muchas “primeras veces” más en que lo hizo. La doctora Sheinbaum ha publicado libros y más de un centenar de trabajos de primer nivel en revistas científicas de todo el mundo. Es miembro del Sistema nacional de Investigadores y de la Academia Mexicana de Ciencias.
Completó su formación en EEUU, nada menos que en las universidades de Stanford y Berkeley. Siempre ha sido consciente de que en esas dos fábricas de premios Nobel no entra quien quiere sino quien puede… pagar el altísimo coste de los estudios, y en California añadió dos obsesiones más a las que ya traía. Una, la lucha eficaz y colectiva contra el cambio climático, que ya en los años del cambio de siglo había dejado de ser una teoría “progre” para convertirse en la alarmante evidencia que es hoy. Y la otra, no menos importante, conseguir que el sistema educativo de su país dejase de ser un coto privado para los ricos; que cualquier niño o niña, cualquier muchacho que tuviese las luces y la constancia suficientes como para abrirse camino en el mundo académico, pudiese hacerlo gracias a las becas. Ese ha sido uno de los “leit motiv” constantes en su última campaña electoral. Y en todas las anteriores.
Porque esa es otra de sus características definitorias: el activismo político. Empezó ya antes de pisar la universidad, cuando estudiaba lo que en España sería el bachillerato: ahí empezó a pelear para que la educación llegase a todos, no solo a los privilegiados. Más adelante, ya en la UNAM, se metió en el CEU, siglas de Consejo Estudiantil Universitario, que acabaría metamorfoseándose en la rama juvenil del minoritario PRD, socialdemócrata, fundado en 1989 por Cuauhtémoc Cárdenas.
Pero la vida política de la doctora Sheinbaum ha estado ligada, desde hace más, o menos un cuarto de siglo, a la figura de Andrés Manuel López Obrador, uno de los políticos más tenaces, controvertidos, carismáticos, contradictorios e imprevisibles de la historia de México. Tres veces candidato a la presidencia de la República (2006, 2012 y 2018), demostró un sorprendente mal perder en los dos primeros intentos, repitiendo que había habido fraude electoral y que le habían robado las elecciones: lo mismo que dijo Donald Trump cuando perdió en 2020. Consiguió la presidencia al tercer intento, pero veinte años antes era jefe de gobierno del Distrito Federal mexicano, cargo que se obtiene por elección popular. Ahí fue cuando llamó a Claudia Sheinbaum, que aún no tenía 40 años, para que llevase la Secretaría de Medio Ambiente; algo dificilísimo en una de las metrópolis más contaminadas del mundo. Pero lo hizo bien. Entre otros logros, consiguió reducir los tremendos índices de contaminación.
Quizá fue un error (o quizá no, si se mira desde la perspectiva de hoy) dejar el puesto para hacer de portavoz de López Obrador en la primera de sus tres campañas presidenciales, la de 2006. Salió mal. Sheinbaum seguramente no tuvo más remedio que entrar en lo que el fracasado candidato llamó el “gobierno legítimo”, un gabinete en la sombra que de todas maneras peleó, y con éxito, contra algunas de las mayores depredaciones que la derecha ultraliberal mexicana pretendía perpetrar, como la “presunta” privatización de la compañía petrolera Pemex, fuente indispensable de la riqueza de la nación.
Más importante fue la participación de la doctora Sheinbaum en la fundación, en 2011, del Movimiento para la Regeneración Nacional, conocido por su acrónimo “Morena”: un nuevo partido Más importante fue la participación de la doctora Sheinbaum en la fundación, en 2011, del Movimiento para la Regeneración Nacional, conocido por su acrónimo “Morena”: un nuevo partido progresista impulsado por el astuto e incansable López Obrador que acabaría obteniendo un gran éxito y derrotando (varios años después) a los dos partidos tradicionales de la derecha mexicana, el PRI y el PAN. Impulsado por el astuto e incansable López Obrador que acabaría obteniendo un gran éxito y derrotando (varios años después) a los dos partidos tradicionales de la derecha mexicana, el PRI y el PAN.
En 2018 llegó su primer gran éxito político: fue elegida por los ciudadanos jefa del gobierno del Distrito Federal, seguramente el segundo cargo político más importante de la república mexicana. Con la tenacidad de un pájaro tropical que construye o arregla su nido, impulsó las becas y la educación de los pobres como nadie antes. Hizo lo mismo con la filosofía “verde” de la política capitalina (algo difícil en una ciudad de casi nueve millones de habitantes). Peleó contra la pandemia de la covid con una furia que pocos conocían en ella. Construyó 35 kilómetros de Metro. Dejó huella.
No hace todavía un año, en septiembre de 2023, Claudia Sheinbaum decidió (con el apoyo de su mentor, López Obrador) lanzarse a la carrera presidencial. No ayudaban su poca estatura, su aspecto frágil y su nunca vencida timidez. Ayudaba todo lo demás, desde su sempiterno peinado popular con “cola de caballo” hasta su sencillez, su inagotable sonrisa, el esfuerzo físico que hizo en una campaña que se antojaba interminable… y hasta los cientos de veces que repitió, ella sola o con otra persona (casi siempre mujeres) el adolescente símbolo del corazoncito que se hace juntando los dedos índice y pulgar de las manos.
El hecho de que por primera vez una mujer (y aquella mujer) pudiese llegar a la presidencia de un país sociológica e históricamente dominado no ya por los hombres, sino por los “machos”, movilizó el voto femenino (y el voto juvenil) de una manera espectacular. Claudia Sheinbaum, en las recientes elecciones del 2 de junio, obtuvo 36 millones de votos: el 59,35%, más de treinta puntos por encima de la siguiente candidata, que también era una mujer… pero no era ella. La campaña sucia que le hizo la derecha (llevan calumniando a Sheinbaum desde hace más de una década) no sirvió de nada. México tiene ya su primera presidenta electa.
Hay, sin embargo, un detalle inquietante. En México, el Estado prácticamente no interviene (porque no puede) en casi la cuarta parte del territorio nacional. Ese es dominio de los narcos, de las mafias organizadas de la droga. Esa gente ha asesinado a más de 30 candidatos a alcalde en estas elecciones, y ha habido otros 100 intentos de asesinato más. Eso no ocurre en ningún otro país del mundo. Y sin embargo la candidata Sheinbaum apenas se ha referido, en campaña electoral, al que con toda claridad es el más grave problema que padece la nación. Casi, casi como si todo eso no existiese…
El miedo es libre, suele decirse. Y el instinto de conservación también.
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El momoto de cejas azules (Eumomota superciliosa) es uno de los pájaros más lindos que existen. No hay color que no tenga. Es un ave tropical de la familia de los coraciiformes, pero dicho así suena mucho más importante de lo que es; se trata de un pajarillo no muy grande, trabajador, listo como él solo y de una tenacidad asombrosa. Es primo de los martines pescadores y de los abejarucos.
La vida del momoto es dura. Solo habita en las zonas tropicales de América, donde llueve mucho y la tierra es blanda en las riberas de los ríos, lo cual le viene muy bien porque el momoto cava túneles para hacer sus nidos; eso sería mucho más difícil en las montañas o en la Antártida, sin ir más lejos. Se pasa los días volando como una flecha de un sitio a otro para cazar insectos y pequeños reptiles con que alimentar a su prole (pone cuatro huevos) y darles una educación decente, aunque no abunden los recursos. Es un pájaro precioso, currante, disciplinado y nada pagado de sí mismo. Un espléndido candidato a presidir las riberas de los ríos, sobre todo porque es optimista y no suele buscarse problemas con nadie.
¿Cuál es su problema? Pues el de siempre: los depredadores. Las zonas en que vive el bello y animoso momoto de cejas azules están, en muy buena medida, gobernadas por las mafias de los gavilanes, halcones, caracaras, aguilillas, milanos, zopilotes, buitres y auras. Eso por el día. Solo de águilas con propensión o indicios de narcotráfico hay 22 especies distintas. Por la noche es casi peor. Y luego están los cárteles de los roedores y reptiles, grandes y pequeños, que disfrutan mucho comiéndose los huevos que pone la hembra del momoto, aunque solo sea para dejar claro quién manda en la ribera.
En esas condiciones, ¿merece la pena correr el riesgo de ser momoto? Pues los momotos, de natural optimista y generoso, piensan que sí. En fin. Ellos sabrán.
Urente
Pone en un sitio: "...que cualquier niño o niña..." Pero también justo a continuación: "...cualquier muchacho..." Falta citar a las muchachas y, si se me apura, también a les niñes y les muchaches.
Urente
Es una pena que en VP no se pueda adjuntar a los artículos una música de violines.
Boyevik
Hola, Gloria: Yo, prácticamente no entro. Esta es su casa y que hagan lo que les dé la gana. Que no admiten comentarios porque había foristas, en especial los charnegos catalufos, que venían a insultar a los articulistas y cierren la posibilidad de comentar, es cosa de esta casa y su problema. Pero lo que no tolero es que me tengan mas de un mes engañado diciendo que van a habilitar y mejorar lo de los comentarios para no hacerlo, y yo entrando un montón de veces confiando en ellos. Alguna vez entro para saludar a los conocidos, gente que aprecio, como Mar, tú y xaxonen ahora.