Mireia Belmonte García nació en Badalona el 10 de noviembre de 1990. Es hija de dos andaluces: su padre, José, llegó a Cataluña cuando apenas era un niño y es de Granada. La madre, Paqui, nació en Huelma (Jaén). Es una familia, como dice la propia Mireia, “de currantes”. Hay que desmentir rotundamente el bulo difundido por una web llamada Al platu vendrás, donde se asegura que Mireia es asturiana de Cangas de Onís y que su dieta se basa en fabes y cachopo. Eso se trata, en el mejor de los casos, de una broma, aunque es extraño: las bromas se llaman así porque tienen gracia.
Aunque parezca otra broma, esta no lo es: Mireia, de niña, padeció serios problemas físicos. Tenía cuatro años cuando se le diagnosticó una escoliosis. Los médicos dijeron que para corregirla le vendría muy bien nadar. Pero lo tenía difícil porque, además de la escoliosis, padece asma y es alérgica al cloro. Así que nadie pensaba que la chiquilla fuese a llegar muy lejos en la piscina.
Pero nadie contaba, al parecer, con la obstinación de Mireia Belmonte. Con cloro o sin cloro, se encontraba a gusto en el agua. Desde hace años entrena nueve horas al día, siete días a la semana (salvo algún domingo). Y además hace boxeo. Y crossfit. Y carreras de montaña. Y ejercicios de cardio. Y bicicleta estática. Lo que uno se pregunta es cuándo duerme esta mujer.
Católica practicante, pertenece al Club Natación Fuensanta, adscrito a la Universidad Católica de Murcia (UCAM), donde estudia, como puede, el grado en Publicidad y Relaciones Públicas. No es posible explicar cómo pero ha sacado tiempo para tener algunos novios. El de ahora es Ángel Capel, concursante que fue de Operación Triunfo. Le encanta la moda y adora el chocolate. Sí, el chocolate, que no es como las fabes y el cachopo pero que tampoco parece muy apropiado para alguien que se dedica a nadar.
El momento decisivo de su vida llegó quizá en 2003 (doce años tenía la criatura), cuando le dieron una beca de la Federación Catalana de Natación para que empezase a entrenar en el Centro de Alto Rendimiento de San Cugat del Vallés. Allí se encontró con el entrenador Jordi Murió y empezó la “explosión Belmonte”. Dos años después, en 2005, ya participó en los campeonatos europeos junior de Budapest. Compitió en 200 mariposa y en 800 libres. No subió al podio, pero al año siguiente, 2006, en los mismos campeonatos (que se celebraron en Mallorca), Mireia Belmonte ganó dos medallas de oro.
Fueron las primeras de un palmarés de escalofrío. A día de hoy, y solo en competiciones internacionales, ha conseguido 44 medallas, la mitad de ellas de oro. Ha competido en tres Juegos Olímpicos: Pekín, Londres y Rio de Janeiro (los de Tokio son los cuartos), donde ha obtenido cuatro medallas. Mantiene hoy las plusmarcas mundiales en 200 metros mariposa, 400 estilos y 800 libres (las tres en piscina corta), todo lo cual la convierte en la mejor nadadora de la historia de nuestro país. Ahora se comprende por qué su ídolo, su referente, es Michael Phelps.
Y eso que tenía alergia al cloro…
Saúl Craviotto Rivero nació en Lleida el 3 de noviembre de 1984. Este tampoco es asturiano pero alguna relación sí tiene, porque trabaja en Gijón. En este caso cuadra el dicho que atribuye las bondades del galgo a la casta, porque Saúl es el tercero de los hijos de otro gran piragüista, Manuel Craviotto Blanco, campeón de España en la categoría Master en 2018 (medio siglo lleva “apaleando sardinas”), y de su esposa, Emma Rivero Tomás. Manuel llevaba a su hijo en la piragua, bien sujeto, cuando la criatura tenía apenas un año.
La vida de Saúl también ha dado sus tumbos, como la de cualquiera. Niño muy activo, de pequeño prefería el fútbol y el karate. También fue un gran comilón infantil, lo cual quizá explique su aparición (y su victoria) en el concurso televisivo Masterchef Celebrity de 2017. Él mismo admite que hasta entrar allí solo se le daba bien la “cocina de supervivencia”, elegante expresión que suele referirse, entre estudiantes, a la destreza en abrir latas.
Saúl se fue de casa con quince años. Quería entrar en la Residencia Joaquín Blume, de Madrid, otro centro de alto rendimiento para deportistas. Entiéndase bien: no es que le hubiesen admitido, es que él quería entrar sí o sí, y por eso lió a su madre para que le llevase a Madrid. Pero entró, menudo era él. Los éxitos no tardaron en llegar. Entre 2007 y 2019, Saúl ganó diez medallas en los Mundiales de piragüismo, y seis más en los Europeos en la década 2008-2018. Pero el “premio gordo” con que soñaba desde que era un chaval y remaba en la Joaquín Blume eran los Juegos Olímpicos. Como Mireia Belmonte, ha participado en tres: Pekín, Londres y Rio de Janeiro. Como Mireia Belmonte, ha logrado cuatro medallas, lo cual coloca a ambos en el segundo puesto del ránking histórico de medallistas olímpicos españoles, solo por detrás de David Cal (que tiene cinco) y empatados con Andrea Fuentes, Arancha Sánchez Vicario y Joan Llaneras, todos con cuatro.
Saúl Craviotto es policía nacional. Por eso vive y trabaja en Gijón. La fama que le proporcionaron sus triunfos en el kayak hizo que sus jefes le sacasen de patrullar las calles y le pusiesen a dar charlas a niños y jóvenes en el departamento de Participación Ciudadana. Algo cómodo. Pero llegó la pandemia y Saúl no lo dudó: llamó a su jefe para pedirle que le dejara volver a las calles, que era donde hacía más falta. Esa es su forma de ser.
Tampoco tiene pelos en la lengua. Cuando le preguntan, contesta. Y ha dicho que él se siente profundamente catalán, lo mismo que profundamente español, y orgulloso de ambas cosas. En su cuenta de Instagram (es muy activo en redes sociales) se manifestó a favor de la aplicación del artículo 155 de la Constitución ante la rebelión de los secesionistas, en el otoño de 2017.
Además está casado con la arquitecta de interiores y diseñadora asturiana Celia García Álvarez, con la que tiene dos hijas. Y tiene también, como es comprensible dado el deporte que practica, un cuerpazo (además de unos llamativos ojos verdes), lo que le ha facilitado trabajar como modelo, aparecer en portadas de revistas como Men’s Health y hasta hacer de presentador de televisión junto a Paula Vázquez en un programa de Netflix.
Ambos, Mireia y Saúl, Saúl y Mireia, han sido los abanderados del equipo español en los Juegos Olímpicos de Tokio, que se inauguraron ayer. Han sido elegidos por su palmarés, aunque es imposible no pensar que quizá haya influido también, en ambos casos, la belleza, la elegancia y la simpatía. Ambos esperan volver a casa con más medallas de las que ahora tienen, porque es posible que estos sean, para los dos, sus últimos Juegos, por razones de edad. Y ambos tienen muy claro que, aunque practiquen deportes mayoritariamente individuales, como realmente se consiguen los triunfos es cuando se trabaja en equipo. En el agua y fuera del agua.
Características singulares de los delfines
El delfín mular (tursiops truncatus) es una especie de cetáceo odontoceto, lo cual no es ningún baldón ni motivo de vergüenza, a pesar de lo mal que suena. Pertenece, como es natural, a la familia de los delfínidos. Habita en todos los mares del mundo salvo en los más fríos, los polares. Y, como seguramente ustedes sabrán ya, es un mamífero, no un pez. Los peces son precisamente su alimento.
Son muchas las características que singularizan a los delfines. La primera es su enorme inteligencia: utiliza sonidos, gestos y saltos para comunicarse con otros delfines, y su lenguaje es extraordinariamente complejo. La segunda singularidad es su impresionante fortaleza física, su elegancia y su perfecto diseño (si se puede decir así) para el agua. Puede nadar a una velocidad próxima a los 35 km. hora (21 nudos), lo cual le hace merecedor de una medalla entre los animales marinos... aunque es verdad que siempre hay alguno más rápido. Se impulsa con la poderosa aleta caudal, como hacen los nadadores del estilo mariposa. Y se maneja con las aletas pectorales, como los piragüistas.
Más características: su sistema de ecolocalización, precedente del “sonar” inventado por el hombre, hace de los delfines unos cazadores extraordinariamente eficaces. Y luego está su altísima sociabilidad, a la que algunos científicos atribuyen su alto grado de inteligencia. Los delfines mulares viven en “vainas” (grupos estables) de entre diez y quince individuos, bien sea en centros de alto rendimiento o en el agua normal, aunque la interacción ocasional de varias de estas “vainas” puede hacer que formen verdaderas multitudes.
Tienen, y muestran, sentimientos muy complejos: empatía, ternura, tristeza, un tesón asombroso, ambición y desde luego capacidad competitiva. Los delfines están entre los no demasiado numerosos animales que juegan por el puro placer de hacerlo, y no solo durante su infancia sino durante toda su vida. Un ejemplo clásico son las “carreras” que entablan con las embarcaciones, que duran, a veces, horas. Interactúan mucho con los humanos, lo cual es un error porque estos son sus mayores depredadores (junto con las orcas). Sobre todo los japoneses, que los matan a palos y por centenares. Esperemos que en los próximos días haya buena suerte en este aspecto.
Como muchos animales, el delfín es perfectamente capaz de aprender y de enseñar lo aprendido. Pero hay casos extraordinarios. Se conocen varias “vainas” de delfines mulares en el sur de California que organizan expediciones de caza verdaderamente sofisticadas. Rodean un banco de peces costeros y lo empujan hacia la playa con toda determinación. Los peces, aterrados, saltan a la arena… y los delfines, jugándose la vida, van tras ellos. Una vez que han logrado lo que querían (alimentarse, en este caso), se las ingenian para volver al agua, por sí mismos o con ayuda de los demás delfines. Quiere esto decir que el delfín sabe perfectamente que necesita de los demás para tener éxito. Conoce muy bien las ventajas de trabajar en equipo. Sea olímpico o de cualquier otra clase.
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