Un hombre con bolsas repletas de rojigualdas recorre la calle Prado. “La pequeña a tres; la grande a ocho”, dice a una mujer. “Viva la República”, le responde ella. “Te la dejo a dos una y a seis la otra, entonces”, le contesta él. Son las diez de una mañana resacosa. La derrota de la selección española sabe a muela rota en la boca de quienes beben con desgana un café en un bar cercano al Congreso, al que van acercándose turistas y curiosos para ver pasar a Felipe VI, que esta mañana se proclama tras la abdicación de Juan Carlos I, su padre.
Muy cerca de Neptuno, un anciano lee un periódico deportivo: “Abdican”, reza el titular del rotativo en alusión a la derrota deportiva. “Anda a trabajar, que hay que pagar la fiesta que se va a montar el Felipe”, grita una mujer a otra. Los helicópteros cruzan el cielo de una ciudad que no huele a multitud, una palabra en la que muchos quisieran verter el sinónimo de democracia y que se destiñe en la poca concurrencia de una mañana en la que campa el escepticismo y no la euforia.
Felipe VI ha entrado ya en el Congreso. Los más entusiastas se quedan, a pie de calle; otros se aprestan a iniciar la caminata hasta el Palacio de Oriente, donde, a las doce y media, el ya proclamado rey saludará a sus súbditos. El sol brilla, potente y aceitoso, y calienta el metal de las diez grilleras aparcadas entre el Paseo del Prado y la carrera de San Jerónimo.
“Hemos venido porque es histórico. Hay que verlo”, dicen. La monarquía les importa poco, aseguran dos chicos
“Vi la del padre, toca ver la del hijo. No me gusta, eso sí, que todo haya sido tan pobre”, dice Concha, una mujer que roza los setenta con sus uñas mal pintadas y sus zapatos sin cuña. Lleva en la mano una banderita española de las que regalan funcionarios del Ayuntamiento. Da vivas a un rey que no podrá escucharla. La rotonda de un Neptuno que recibió más gente para proclamar la victoria del 'Cholo' del Atlético que la del Felipe del siglo XXI va quedándose así, despeinada y discreta, con más curiosos que entusiastas.
El fútbol es el fútbol, el rey es el rey
En la Puerta del Sol, un grupo de personas con banderas republicanas son invitadas por funcionarios de policía a abandonar el lugar. Todo ocurre rápido y a gritos. “Vámonos a Tirso de Molina”, grita al grupo un joven con rastas. Mientras, una pareja que viaja desde Costa Rica se fotografía ante un retrato gigante de Felipe VI y Letizia que la Comunidad de Madrid ha colocado en la fachada de la sede del gobierno regional.
La alcaldesa, Ana Botella, ha hecho repartir banderas y carteles con la foto del rey. Por la calle Carretas solo dos locales las exhiben. “Que el fútbol es el fútbol y el rey es el rey”, dice el dueño de un bar que a las once de la mañana no recibe más clientes que otros días. “Te aseguro que más gente lloró anoche que hoy”, remata.
Dos mujeres se han confeccionado un vestido con la bandera española. Ambas acompañan a una niña, que se resiste a llevar ese vestido. “Que me pica la bandera, mamá. Quítamelo”, dice la niña a disgusto, mientras su madre y su tía se dejan fotografiar, eufóricas. “Viva España”, gritan, sonrientes, con sus gafas polarizadas. El sol aprieta, un poco más. En el cielo, los helicópteros dan vueltas, una y otra vez, mientras la gente se acerca a Ópera.
Los asistentes atraviesan los detectores de metales. Una tienda de 'souvenirs' vende camisetas con la estampa de Felipe y Letizia. Cuestan 12,90. Se han vendido cerca de 40 en una hora, dice la dependienta de un comercio en el que no entran muchos. Todos se dirigen al Palacio Real, donde la gente se agolpa; algunos con sillas y sombrillas; otros solo con el desplegable que el diario 'Abc' regaló en su edición de este jueves. Con algo hay que protegerse de la luz intensa de un mediodía regañón.
"Qué poca pompa"
Bastante más de gente que la que fue al Congreso se cuece bajo un sol recio. Pilar y María, dos hermanas de algo más de sesenta, miran con desdén a la multitud. Sentadas en sillas plegables y cubiertas por un paraguas, parecen decepcionadas. Ellas también esperaban más lujo, más pompa; y no la ven. Les molesta. A su lado, dos chicos jóvenes tuitean y hacen fotografías. “Hemos venido porque es histórico. Hay que verlo”, dicen. La monarquía les importa poco, aseguran. “Es por cotillear”, responden al unísono y no falta los que hacen chistes a expensas de la corona. “¿A que molaría que saliera a saludar la infanta Cristina?”.
“¿Pero cuándo llegan? A que esto no pasaría en Buckingham”, le dice una mujer a su marido, que resopla mientras mira el reloj y su hijo le reprocha haberle hecho venir para pasar calor y no ver nada. Las campañas tañen, monótonas. Compiten con el ruido que hacen los helicópteros. La policía organiza a quienes acceden a la Plaza de Oriente. “Id hacia el frente, hacia el frente”, indican. Concentración más que multitud, piensa quien mira los claros de asistentes entre parterres remozados.
Pero qué sosa va la Letizia”, le dice una señora a otra. “Muy discreto, muy poca pompa”, le responde la segunda
Las personas consultan sus teléfonos móviles. “Que ya van por Gran Vía”. Y así avanza la mañana, calurosa, entre partes del recorrido y quejas por la temperatura. “Pero en Twitter dicen que no ha ido nadie a Gran Vía”. A cada ráfaga de viento, alguien grita: “Viva el Rey”. Las cámaras de RTVE graban desde sus grúas. Una cresta de banderas con el logo del ¡Hola! se eleva como una espuma roja. Porque algo de papel cuché hay en todo esto.
La llegada de los nuevos reyes a Palacio se adivina por los aplausos y vítores. Pasadas las doce y media, se abren las ventanas de un balcón adornado con guirnaldas verdes. Asoman Felipe VI y Letizia. “¡Felipe, Felipe, Felipe, Felipe!”, cantan los asistentes. “Mira, son como Isabel y Fernando”, dice una chica, refiriéndose a la serie televisiva sobre Isabel la Católica. Se asoman ahora también Juan Carlos I y Sofía.
Terminado el saludo, los monarcas entran. En la plaza, se dispersa la gente, en dirección a Ópera y la calle del Arenal, donde los hosteleros se soban las manos. Ahora sí habrá caja. Aprieta el calor, todavía más y otro grupo de personas con banderas republicanas intenta abrirse paso en vano. Los muchos policías que colman la Puerta del Sol les hacen salir, sin incidentes. “Pero qué sosa va la Letizia”, le dice una señora a otra. “Muy discreto, muy poca pompa”, le responde. “La crisis hija, la crisis”. Queda en el aire una pregunta. La crisis, sí. ¿Cuál de todas?
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