Será una jornada muy particular. El Rey celebra este martes su 50 aniversario. El mismo día en el que el Parlamento de Cataluña está convocado, salvo sorpresas, para investir al próximo presidente de la Generalitat. Que podría ser el mismo que hasta hace tres meses. No habrá espacio para los fastos en Zarzuela. Será una celebración austera y familiar. Un acto privado, subrayan los portavoces de la Casa. Incluso más discreto que el que tuvo lugar el 5 de enero, con motivo del 80 compleaños del rey emérito.
Este 30 de marzo, la agenda oficial de los Reyes está en blanco. Tan sólo una mención se recoge en sus páginas. El acto de imposición del collar de la insigne Orden del Toisón de Oro a Su Alteza Real la Princesa de Asturias, que tendrá lugar en el Palacio Real. Un acontecimiento de enorme simbolismo dinástico y de gran relevancia para la Corona.
Junto a los Reyes y sus hijas, estarán presentes don Juan Carlos y Doña Sofía y las más principales autoridades del Estado. La Orden del Toisón data de 1430 y es la más alta distinción que concede el Rey de España. Será una ocasión muy especial ya que se trata del primer acto de la Corona en el que la princesa Leonor, de 12 años, tenga un papel protagonista.
La celebración coincide fatídicamente con la fecha señalada por el presidente del Parlamento catalán para llevar a cabo la sesión de investidura del nuevo presidente de la Generalitat. Salvo acontecimientos imprevistos, todo es posible en el particular mundo de Puigdemont, el cumpleaños del Monarca y la designación de ‘president’ coinciden en la fecha. Una circunstancia fatídica que sin duda alterará el estado de ánimo del Rey, quien ha asumido un papel de destacada relevancia en la defensa de Constitución contra el intento de golpe de Estado promovido por el independentismo catalán.
Medidas sin precedentes
Don Felipe lleva tres años largos al frente de la Jefatura del Estado. Asumió la Corona el 19 de junio de 2014, luego de un inesperado y acelerado proceso de abdicación promovido por su padre, don Juan Carlos, quien actuó forzado por sus severos problemas de salud y por el cúmulo de escándalos que sacudían a su persona. Felipe VI se propuso desde el minuto uno salvar a la Institución, sumida en el desprestigio y en niveles ínfimos de aceptación social. Sus primeros pasos fueron de firmeza, apartó a su hermana, la Infanta Cristina y a su marido, Iñaki Urdangarín, de la Familia Real y les despejó del título de duques de Palma. El rey emérito pasó a un segundo plano en la actividad oficial e instauró un sistema de transparencia y control de cuentas en Zarzuela sin precedentes en la historia de la Corona.
Vivió un año fatídico, casi recluido en Palacio, sin apenas agenda internacional y muy escasa nacional, con motivo del bloqueo político que paralizó a nuestro país entre diciembre de 2015 y octubre de 2016. Un periodo de inmovilidad y desgaste. Superado ese agónico trance con la elección de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno, apenas se logró un retorno a la calma y la normalidad. La llegada de Carles Puigdemont a la presidencia de la Generalitat de Cataluña fue el detonante del proceso de secesión que venían urdiendo las fuerzas separatistas desde años atrás. Nunca la unidad de España ha vivido momentos tan graves. La declaración de Cataluña como un “Estado independiente en forma de República”, llevado a cabo en la Cámara regional supuso el punto culminante del denominado ‘procés’.
El espíritu del 3 de octubre
El discurso pronunciado por el Rey el 3 de octubre cambió el signo de los acontecimientos. “Es responsabilidad de los legítimos poderes del Estado asegurar el orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones, la vigencia del Estado de Derecho y el autogobierno de Cataluña, basado en la Constitución y el Estado de Autonomía”.
Las palabras de Felipe VI pusieron a la España democrática en pie. Cientos de miles de personas salieron desbordaron las arterias de Barcelona en un movimiento de patriotismo cívico y de vigor democrático nunca hasta entonces conocido. El Gobierno de Rajoy, impulsado por ese ‘espíritu del 3 de Octubre’, reunió las fuerzas suficientes para, respaldado por los partidos constitucionalistas, poner en marcha la aplicación del artículo 155, por el que el Estado asumía el control absoluto de la Generalitat.
Llega don Felipe a sus 50 años con el incendio catalán aún fuera de control. Las elecciones autonómicas del 21D, convocadas por el presidente del Gobierno, lejos de desbrozar el camino hacia un escenario de normalidad, han abierto las puertas a nuevas inquietudes. Los independentistas controlan un Parlament en el que el ‘president’ depuesto pretende recuperar su título. La rebelión continúa, pese a la firme acción de la Justicia, que ha encarcelado a una buena parte de los cabecillas más activos. Al menos dos generaciones harán falta para colocar las piezas en su sitio, se comentaba recientemente el entorno del Monarca.
Esta semana, en Davos, Felipe VI volvía la mirada hacia esa parte de España, sumida en la angustia, la inquietud y la incertidumbre desde hace ya demasiado tiempo: “La lección de la crisis catalana es que hay que preservar el imperio de la ley”. Hoy celebrará el Rey junto a su esposa, padres e hijas, su medio siglo de vida. Feliz con la ceremonia del Toisón, ceremonia de futuro dinástico. Severamente preocupado con el estruendo separatista, aún latente y sin visos claros de un final sin traumas.
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