David Broncano Aguilera nació en Santiago de Compostela (¿por qué?) el 30 de diciembre de 1984, pero vivió toda su infancia y la parte inofensiva de su juventud en Orcera, un pueblo de la provincia de Jaén. Es el mayor de los dos hijos que tuvieron Francisco Javier Broncano Casares, un apasionado de la naturaleza que ha publicado libros sobre la sierra del Segura y los senderos de Andalucía, y su esposa, Isabel Aguilera, profesora de matemáticas que fue directora del colegio donde David estudió de pequeño. Ambos son madrileños.
Se da la circunstancia de que el “genio” de la familia es el hermano pequeño. Es nada menos que Daniel Broncano, uno de los mejores clarinetistas españoles (y hay muchos); fundador y director del festival Música en Segura (en Segura de la Sierra, Jaén), gerente de la Orquesta de Córdoba, director técnico de la Sinfónica de Tenerife, exdirector de la Semana de Música Religiosa de Cuenca, creador y director de festivales musicales en Países Bajos… Como dijo alguna vez su hermano David, “él era el genio. Yo era el pachacho”.
Pues el “pachacho”, tras estudiar de niño en el colegio donde daba clase su madre, y después de que se le pasasen las ganas de ser futbolista, decidió irse a vivir a Madrid (tenía 18 años) para estudiar Publicidad en la Complutense. No terminó. También empezó Informática. No se sabe si terminó. Y asistió a clases de Física, carrera que por supuesto no terminó. No tenía la cabeza lo bastante asentada en los hombros para tanto trajín académico. Y no es por la mala vida, porque no prueba el alcohol y jura que en su vida ha tomado drogas. Salvo que los torreznos, que le encantan, sean considerados psicotrópicos, algo poco probable.
Anduvo trasteando por diversas agencias de publicidad. Participó, sin demasiado éxito, en algún concurso de televisión, como ‘Metro a metro’, de Telemadrid. Tenía 22 años y aún iba por la universidad (otra cosa es que estudiase). Cuando volvía por Orcera se dedicaba, esto sí con el mayor de los éxitos, a la suplantación de personalidad: las novias de su hermano Daniel llamaban por teléfono a casa y se ponía David. Ambos hermanos tienen una voz casi idéntica y, según el clarinetista, alguna vez la treta le salió bien al “pachacho”.
Le gustaba el humor de los Monty Python, el “humor” de “La hora chanante” y también los shows de Larry David. En 2008 se decidió a mandar un guion (que él mismo admite que era bastante malo) a Paramount Comedy, para el programa ‘Nuevos cómicos’. No le fue tan mal como seguramente merecía y David, de la noche a la mañana, se convirtió de “pachacho” en cómico.
La vida del cómico que empieza es dura, como bien sabían Charles Chaplin, Fernando Fernán-Gómez y Vicente Martínez Pujalte. Broncano, que a veces tenía la cabeza sobre los hombros y otras veces pues no tanto, conocía sus limitaciones: nunca fue el gracioso de la clase y de sus monerías se reían (cariñosamente) la familia y los amigos, rara vez un público más numeroso y formado por desconocidos. Pero se lanzó al oleaje, a pesar de la mucha competencia, y anduvo de programa en programa, muchas veces sustituyendo a otros y otras más siendo sustituido por otros cuando las cosas no salían bien. Monólogos en Paramount. Otros en El Club de la Comedia. Participación en programas como ‘Estas no son las noticias’, de Cuatro. Cosas así.
Le fue mucho mejor en la radio, a pesar de que su voz algo nasal y su dicción atropellada son cualquier cosa menos radiofónicas. Pero se iba soltando. Así llegaron sus colaboraciones en ‘Hoy por hoy’, en ‘A vivir que son dos días’ (ambas en la cadena SER) y en ‘La vida moderna’, un programa que ya dirigía y conducía él mismo. Le ayudaban Ignatius Farray y el salmantino Héctor de Miguel, alias ‘Quequé’, pero si algo empezaba a quedar claro era que Broncano tenía que ser, sí o sí, el protagonista de aquello que hacía. Lo de trabajar en equipo no era exactamente lo suyo, como dicen (de nuevo: cariñosamente) quienes han trabajado en equipo con él.
El gran salto a la tele llegó gracias a un maestro de los ‘late show’ o programa nocturno de variedades: Andreu Buenafuente, el que más y mejor ha logrado el éxito con ese formato importado de EE UU. Buenafuente lo llevó a su ‘Late motiv’, en Movistar, y conectaron desde el principio, ahí están los vídeos. Tanto que, cuando el presentador catalán tuvo que descansar unos días por culpa de una afonía, fue Broncano quien le sustituyó… con todo éxito. Eso fue en 2016. Después de aquello tuvo su propio programa (Loco mundo, también en Movistar) hasta que en 2018, gracias a unos expertos mucho más sabios y experimentados que él (Marcos Martínez, conocido como Grison, y el director, Ricardo Castella), nació la gallina de los huevos de oro de David Broncano: La Resistencia, de nuevo en Movistar.
Es un programa típica y tópicamente “millenial”, pero tiene un éxito extraordinario. Broncano no escribe los monólogos iniciales; se limita a decirlos y no lo hace mal. Luego aparece el entrevistado o entrevistada. A Broncano ahí vuelve a írsele la cabeza a otro sitio: en bastantes ocasiones quedó claro que no tenía mucha idea de quién era la persona que tenía delante y hacía preguntas absurdas, tremendas equivocaciones, pero supo hacer de la necesidad virtud y decidió crear él falsos errores para provocar la risa del público. Lo consiguió.
Desde siempre supimos que, en televisión, el conductor del programa le da a este su personalidad, su carácter y su tono, pero lo que verdaderamente importa es lo que dice el entrevistado, que es el protagonista. Broncano no hace eso. Su estrategia es siempre la misma: no dejar hablar a la persona que tiene delante, interrumpirle constantemente con gracietas que se le van ocurriendo o que tiene preparadas, y cambiar de conversación cada vez que puede y sobre todo cada vez que no. Da igual de quién se trate. Lo mismo le da un ilustre (y joven) pianista como Juan Pérez Floristán, que pasó por el programa sin que llegásemos a enterarnos de qué pensaba sobre absolutamente nada, que Antonio Resines, Isabel Coixet, Nacho Vigalondo o quien sea. Queda meridianamente claro que el “prota” es Broncano, y que el invitado está allí para acompañar al humor muchas veces absurdo, grueso, chocarrero e impertinente del entrevistador. Humor que suele contagiar (no siempre, menos mal) al entrevistado.
Hay excepciones, desde luego, pero una sobre todas: cuando logró entrevistar a Roger Federer. Porque Broncano es un apasionado del tenis (algo bueno tenía que tener este hombre, aparte de su hermano) y devoto fidelísimo del genio suizo. Y ahí sí. Con el exquisito y educadísimo Federer delante, Broncano se comportó, por una vez en su vida, como un fan deslumbrado, como un feligrés ante una aparición mariana. Nunca había tragado tanta saliva en su vida.
David Broncano es como las acelgas, el heavy metal o Bill Murray: o le amas, o le odias. No deja espacio para términos medios ni para la indiferencia. Pero es un hecho que hoy no eres nadie en España si no pasas por el sofá de La Resistencia. Broncano es uno de los pocos presentadores que no tiene que esforzarse en buscar a quién llevar al programa: tiene lista de espera. El canal Movistar, que lo sabe muy bien, a veces trata a sus clientes con verdadera saña: ha habido ocasiones, y no una ni dos ni cinco, en que Broncano y sus chistecitos estaban en cuatro canales a la vez, y el espectador a quien no le gusta Broncano tenía que andar haciendo zapping como quien salta charcos en medio de un chaparrón. Lo que se dice un asedio en toda regla.
Este jovenzano que dentro de poco llegará a los 40 años sin darse cuenta de ello se ha convertido, en los últimos días, en el sujeto (y objeto) de una polémica que es mucho más grande que él. TVE quiere ficharlo como sea, convencidos como están en la cadena pública de que Broncano, que se dice o se supone progresista, es el único que puede superar al cada vez más conservador Pablo Motos y su ‘Hormiguero’, imbatibles en su franja horaria. Se han mencionado cifras de locura. Elena Sánchez, directora “provisional” de TVE, ha sido destituida. Ahora mismo, el fichaje de Broncano está de nuevo en suspenso. No sabe nadie en qué acabará la cosa, pero por primera vez los invitados a La Resistencia (caso de Luis Zahera y Javier Gutiérrez) se ríen de Broncano a propósito del dinero que tiene en el banco, algo que no había ocurrido nunca.
Mientras, este “pachacho” criado a los pies de la sierra de Segura, que es devoto de Federer y del Atleti, y que adora a su padre, sigue intentando que la cabeza no se le vaya muy lejos de los hombros. Puede que lo consiga, a pesar de lo despistado que es.
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El firey no existe. Es un animal (si es que es un animal) inventado por la factoría de muñecos del inolvidable Jim Henson para su película Dentro del laberinto, de 1986, protagonizada por David Bowie y Jennifer Connelly.
Parece un pájaro, al menos tiene pico. Pero con dientes, orejas, color anaranjado rosáceo y un detestable sentido del humor, sobre todo cuando canta. Diríase que es un depredador: al menos trata a los humanos (o a los invitados) como si lo fuese. Vive en zonas boscosas y en platós atestados de objetos casi siempre absurdos. Es particularmente irritante el esfuerzo que hace el firey por parecer mucho más simpático de lo que es, cuando está claro que no lo es mucho.
Listo, lo que se dice listo, no parece serlo, aunque también intenta aparentarlo. Pero lo más fatigoso de este bicho imaginario es la manía que tiene de separar la cabeza del resto del cuerpo. La cabeza va sola, se mueve sola, piensa (si es que piensa) sola, y el resto del organismo, que también se desarma de vez en cuando, va por otro sitio.
No está bien eso. Cuando sales en una película para cantar o para asustar a la niña, o cuando llevas un programa de entrevistas en televisión, es de lo más inconveniente perder la cabeza y ponerte a hacer el firey. Porque la gente se ríe, sí, pero nunca sabes si se ríe contigo o se ríe de ti.
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