España

Dentro de los cursos de reeducación para recuperar el carnet de conducir: "Se les eriza el pelo al pensar en la cárcel"

Los conductores suspendidos tienen que superar este duro trámite antes de volver a conducir

Cuatro de la tarde. Los asistentes al curso de recuperación del carnet de conducir -conocido por la DGT como de sensibilización y reeducación- comienzan a llegar a la autoescuela para asistir, un día más, a las clases, imprescindibles para poder volver a circular tras la pérdida total de puntos o una infracción penal. Un trámite de carácter obligatorio que implica superar un curso de 24 horas para volver a circular en carretera una vez terminado el tiempo de suspensión. Aunque la mayoría lo hacen en transporte público o les acerca algún familiar, sorprende ver que otros lo hacen al volante de un vehículo pese a tener el permiso suspendido desde hace meses. Tampoco lo ocultan ni se esconden: al fin y al cabo, consideran que recibir el alto de un policía de forma aleatoria es algo que sucede pocas veces, más aún en una ciudad tan grande y con tanto trasiego como Madrid.

Desde el minuto uno, es fácil observar que no se trata de un curso normal y corriente, ya que hay que fichar a la entrada, en los descansos y a la salida: el Ministerio del Interior se asegura así de que los alumnos no falten mediante un sistema de fichaje fotográfico. De esta forma no es posible que la autoescuela regale los aprobados o que los infractores se busquen a un tercero que asista por él. La puntualidad es una exigencia: llegar tarde o faltar un día implica el suspenso y tener que repetirlo desde el comienzo. Además, el proceso de la fotografía recuerda, en cierto modo, a las fotos policiales que tan célebres son en las películas de Hollywood.

Una vez en la clase, algunos de los asistentes se presentan y comparten sus dramas personales: desde el camionero que perdió el carnet -y su puesto como conductor- después de ser cazado con exceso de velocidad, sin cinturón y hablando por el móvil, hasta una joven que fue sorprendida por la Policía Municipal de Madrid con varias cervezas de más mientras volvía a casa en su moto. "Yo dí 2,40 en el test de alcoholemia, ese cacharro estaba roto", apunta un hombre de etnia gitana y mediana edad entre carcajadas de los demás asistentes a la clase, que en realidad, se ríen por cortar la tensión inicial. Otros, sin embargo, se mantienen callados, en su pupitre, sin mediar palabra con los que serán sus compañeros durante unas cuantas horas.

La covid-19 ha provocado un caos en las autoescuelas, con 130.000 alumnos todavía pendientes de examinarse.

El silencio incómodo lo interrumpe la profesora principal, que, para sorpresa de todos, trata de rebajar los ánimos y generar un clima positivo. "No estoy aquí para juzgaros, así que no quiero que contéis por lo que estáis aquí", señala a la clase. Como reconoce en privado, con ello busca tratar a todos por igual. Al fin y al cabo, a estos cursos asiste toda clase de personas: desde aquellos que perdieron el carnet tras acumular sanciones con retirada de puntos hasta gente que, tras cometer un delito de conducción temeraria que acabó en tragedia, se jacta de ello de manera execrable. Con esa norma de contención, se evitan disgustos y malas caras.

Luis Mazón, profesor del Centro de Recuperación de Zaragoza, afirma que esto es más habitual de lo que uno podría pensar: "Algunos se ponen medallas". Relata el caso de un alumno que, tras ser detenido por circular a 183 km/h en una zona peatonal y arrancar tres farolas, acudió a clase con los recortes de prensa. "Si das cuerda a este tipo de alumnos, los dos o tres que le pueden apoyar se comen la clase", cuenta en conversación con Vozpópuli. De ahí que los profesores, generalmente, eviten profundizar en qué faltas y delitos ha cometido cada uno.

El curso somete a los alumnos a emociones fuertes: desde ver ejemplos de accidentes de tráfico graves –aquellos que puede provocar de manera sencilla alguien que vaya pasado de alcohol- hasta recibir la visita de una víctima de accidente de tráfico, ya sea alguien que cometió una imprudencia y sufrió lesiones irreversibles o todo lo contrario, una persona inocente que sufrió el comportamiento inconsciente de un tercero. Si en la clase suele haber un ambiente relajado, es en esas fases el curso en las que cada uno pelea contra sus propios demonios. "Tenemos un compañero que fue víctima de accidente de tráfico y transmite mucho", asegura, aunque también reconoce que el impacto dura apenas unas semanas. "Por desgracia, somos muy olvidadizos", afirma.

El curso resulta, de manera sorpresiva, ameno y busca, además de repasar los conceptos básicos de circulación, concienciar de las consecuencias de tener una mala conducta. Tras el castigo -la retirada del carnet-, el curso busca reformar a estos conductores para que regresen a la carretera de manera responsable. De esta manera, se genera el círculo completo que permite al conductor volver a conducir. "Este solo tiene una finalidad, que no vuelvan", cuenta Mazón. Al fin y al cabo, cada uno "ha pasado un calvario de varios meses sin conducir" que ha afectado de formas distintas a cada uno. "Algunos han perdido el trabajo, otros su manera de llegar a su puesto de trabajo y ya si uno es taxista o camionero, ni te cuento el problema que es", afirma el profesor.

Accidente de tráfico en Las Rozas

Además, cuenta que los alumnos suelen quedar impactados por las consecuencias que puede tener una noche tonta de alcohol y conducción. "Ante una noche en el calabozo o acabar en la cárcel se les eriza el pelo", relata Mazón, aunque reconoce que muchos alumnos, los que suelen ser reincidentes en este tipo de cursos y delitos, quitan hierro al asunto, pese a que un accidente con un tercero o un atropello pueden, efectivamente, convertir, de la noche a la mañana, a un padre de familia modélico en un preso durante varios años.

El perfil de los conductores que pierden el carnet

Luis Mazón identifica tres perfiles diferentes. Por un lado, está aquel a quien le retiran el carnet durante ocho meses después de una cena de empresa o una noche con amigos por pasarse con el alcohol. "Estas personas tienen un desarrollo de vida normal y aquí reconocen que no van a volver a hacerlo. Salen convencidos y no suelen volver a pisar la autoescuela por un motivo como este", apunta. Después está el de "yo controlo", un perfil más complicado, ya que consideran que pueden consumir drogas y alcohol sin que les afecte al volante. En tercer lugar, "los carne de cañón", quienes suelen volver a los cursos. Son un grupo reducido, en torno al 5-7%, pero suele ser problemático: creen que los cursos y las multas "son un tinglado pensando en recaudar", por lo que reinciden y se enfrentan a retiradas mayores.

Este diario ha podido observar la existencia de estos tres grupos en el mismo aula: desde aquel que insiste en repetir que conducir bajo los efectos del alcohol fue "el peor error" que cometió en su vida, hasta otros reconocen que conducen pese a tener el carnet suspendido y no se muestran arrepentidos por lo sucedido. Se toman la suspensión como un castigo excesivo y simplemente esperan a recuperar su normalidad, algo que, por otro lado, tampoco se esfuerzan en ocultar. Otro, un camionero, afirma que ahora hace otro tipo de tareas en la empresa, aunque conoce compañeros que por la pérdida del carnet han perdido el puesto durante los meses de suspensión. "Por la demanda de camioneros, saben que en cuanto recuperen el permiso tendrán trabajo, pero pierden toda la antigüedad que tenían en la empresa", relata Luis Mazón, que ha tenido muchos de estos trabajadores en sus aulas.

Los conductores que tienen una retirada judicial -por superar la tasa de 0,60 mg/l en aire espirado o por un delito penal producido por una conducción temeraria- no tienen que enfrentarse al examen, ya que la Dirección General de Tráfico no tienen potestad en la retirada, por lo que van al curso de oyentes. Tan solo aquellas retiradas realizadas por la DGT exigen un examen al acabar el curso de sensibilización, muy similar al teórico del carnet de conducir aunque más centrado en temas concretos -ponerse el cinturón, alcoholemia, drogas al volante y seguridad vial-. Se trata de un trámite que la mayoría superan, aunque hay dos grupos que, tal y como reconocen fuentes del sector, tienen más dificultades: los extranjeros y personas de etnia gitana de edad más avanzada. En el primer caso, el obstáculo es el idioma: la DGT tan solo permite hacer el test en las lenguas cooficiales y en inglés. por lo que aquellos que proceden de países del este o del norte de África suelen tener problemas para aprobar. En el caso de los gitanos, el problema es la alta tasa de analfabetismo: estos test, que están repletos de tecnicismos, son un duro trámite para aquellas personas que tienen dificultades para leer, de modo que muchos, por este motivo, nunca recuperan el carnet de conducir.

Lo cierto es que el curso, incluso para alguien que nunca ha cometido una infracción, es interesante por varios motivos: permite pararse a pensar en los riesgos humanos, penales y personales de cometer una imprudencia al volante -algo que se pasa por alto en los exámenes de conducir- y sirve para concienciar a los conductores de los peligros a los que se enfrentan en la carretera a diario.

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