El Gobierno tiene en esto razón: el Consejo de Ministros del 22 de junio de 2021 pasará a la historia, pero no precisamente por las razones que exhibe la fábrica de eslóganes de La Moncloa, sino por la apuntada con descarada sinceridad por Oriol Junqueras: los indultos son una señal evidente de la debilidad del Estado. Y es que el cabecilla de los sediciosos sabe que la consecuencia principal dela medida de gracia adoptada por el Gobierno es la confirmación del proceso de debilitamiento de la democracia española.
Para desgracia de ese proyecto común llamado España, Junqueras y el resto de los hoy graciosamente indultados han llegado a la conclusión correcta: esta es la gran oportunidad de la secesión. Con Pedro Sánchez como acelerador principal de un drama que representa como ningún otro la decadencia de nuestro proyecto de país, todo o casi todo es posible. Ciertamente, los indultos son solo el primer paso. En eso coinciden unos y otros. El drama, la verdadera calamidad que la decisión acarrea, es que el independentismo sale victorioso de este infame episodio y el Estado es el verdadero y casi exclusivo derrotado.
Quizá no a corto, pero sin duda es el secesionismo el que tiene todas las trazas de terminar ganando esta partida que esencialmente se juega, en clave estratégica, a medio y largo plazo. Porque el mensaje que se extrae de una decisión a todas luces injusta, por inmoral y dudosamente legal, es que la respuesta al mayor ataque perpetrado contra la Constitución, desde que esta fuera aprobada en 1978, consiste en permitir que los delincuentes, convictos y confesos, salgan por la puerta grande a hombros de la multitud.
En contra de lo que la propaganda presidencial pretende hacernos creer, en la decisión de indultar a aquellos que, además de manifestar públicamente su intención de repetir su intento desde inaceptables posiciones de dominio supremacista, pasean con irritante soberbia su desprecio por la legalidad, no hay apenas razones que justifiquen el benévolo argumento de la utilidad pública. Muy al contrario, la medida es socialmente humillante, somete a la democracia a tensiones inadmisibles y es jurídicamente cuestionable.
Los indultos son humillantes porque convierten a políticos delincuentes en presos políticos
Los indultos son humillantes porque convierten a políticos delincuentes en presos políticos; son ultrajantes porque blanquean ante el mundo a individuos que han provocado la mayor crisis de convivencia conocida en democracia; son vejatorios porque perdonan sin que medie compensación alguna a quienes en ciudades y pueblos de toda Cataluña han acosado, perseguido y arrinconado a los que no pensaban como ellos. Los indultos, además de inmorales, son también una colosal equivocación por el demoledor impacto que tienen en lo que conocemos como constitucionalismo.
La desmoralización de los catalanes que también se sienten españoles, su creciente sensación de abandono por parte de un Estado que parece haber abdicado su papel protector, es uno de los grandes regalos que estos indultos le hacen a los líderes independentistas, conscientes como son de que la única vía hacia la separación pasa por la rendición del adversario, aunque esta se produzca por agotamiento.
Un regalo al independentismo que necesita para su culminación de una flagrante desatención de los ciudadanos y de un palmario deterioro de las garantías democráticas. Ambas cosas se están dando con descaro en Cataluña (Elsa Artadi: “La agenda del reencuentro es un cuento”) mientras los propagandistas del sanchismo y sus múltiples altavoces se concentran en propagar la falsaria imagen de un Sánchez repentinamente transformado en hombre de Estado y dispuesto a sacrificarse por la sociedad a la que sirve.
Ofrecerá al independentismo la reforma constitucional, el referéndum. Todo con tal de mantenerse en el poder
Resulta patético el contumaz intento que hacen a diario los correveidiles de Sánchez por defender su buena fe, negando la explicación más verosímil de esta irresponsable apuesta, la más sencilla, que no es otra que la de mantenerse a toda costa en el poder. La pura realidad de estos indultos es que si no los concediera -si no cediera a las exigencias de los socios que le elevaron al poder la infausta jornada del 31 de mayo de 2018- al día siguiente tendría que disolver las Cámaras y convocar elecciones generales. Y por eso detrás de los indultos vendrá todo lo demás: todo lo que le pida la banda de los enemigos de la nación de ciudadanos libres e iguales, la banda que comanda el propio Sánchez. El argumento es que no necesita a Esquerra Republicana, que con prorrogar los presupuestos puede ir tirando hasta el final de la legislatura, olvidando que vivimos encima de un polvorín; que con tensión social y sin estabilidad no hay fondos europeos; que en la crítica situación por la que atravesamos no hay gobierno que aguante sin apoyos parlamentarios suficientes.
Sánchez es una mezcla de osadía e irresponsabilidad. Una combinación explosiva puesta al servicio de la permanencia en el poder. Caiga quien caiga. El Estado de Derecho, el Tribunal Supremo, la Monarquía. La Constitución. Lo anunció en el Liceu: la Carta Magna no puede petrificarse. Entregará la cuchara. Abrirá el melón. Sin consensos previos. Ofrecerá al independentismo la reforma constitucional, el referéndum. Todo con tal de mantenerse en el poder. Y lo peor es que en ningún lado está escrito que no le vaya a salir bien. A él, no a los españoles.
A cualquiera que no respondiera al nombre de Pedro Sánchez hasta podríamos concederle el beneficio de la duda. En el Sánchez que conocemos, en el Sánchez que ha hecho de la mentira una herramienta usual de gestión del poder, es imposible confiar. Con los indultos, la imprudencia de Sánchez es haber dejado lo que le queda de crédito, y buena parte de su futuro, en manos de los independentistas. Y su mayor problema a partir de hoy es que serán Junqueras y Puigdemont quienes conviertan las supuestas buenas intenciones del presidente, cuando quieran y como quieran, en papel mojado. Un día muy triste para la democracia y los demócratas españoles.
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