Muy pocos elogios ha dedicado en público Mariano Rajoy a su fiscal general del Estado. Nunca pareció ser de su agrado, aunque apenas ha mostrado en público su criterio. La discreción es norma en el presidente, que tan sólo se sincera con un círculo muy íntimo de amigos y colaboradores. Pero su escasa simpatía por la labor del fiscal no ha pasado inadvertida entre los miembros del Ejecutivo.
El nuevo ministro de Justicia, Rafael Catalá, del círculo íntimo de colaboradores del propio Rajoy y con una sintonía muy especial, desde hace años, con la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, se afana estos días por encontrarle a Torres-Dulce una salida digna y honorable y, muy especialmente, sondea en el espectro de la magistratura para dar con el perfil del relevo. Se trata de hacer las cosas sin mucho ruido y, desde luego, no se pretende hacer ningún tipo de escarmiento. Simplemente, un cambio de fichas, algo natural tras una remodelación de equipos en el ministerio, comentan estas fuentes.
Por supuesto, la idea es dejarlo resuelto antes de que finalice el año y nos adentremos en el largo sprint electoral de 2015
Pero ya no se pueden cometer más errores. Ahora hay que acertar. Existen demasiados frentes abiertos en la Justicia y, desde luego, en la Fiscalía, como para permitirse un patinazo. Catalá cuenta en este asunto con el decidido respaldo del presidente y pretende zanjar la cuestión cuanto antes. Por supuesto, la idea es dejarlo resuelto antes de que finalice el año y nos adentremos en el largo sprint electoral de 2015.
El titular de Justicia tiene fama de resuelto y eficaz. Así se ha visto con su determinación en poner coto al malestar generalizado a causa de la subida de tasas puesto en marcha por su predecesor. Ya ha convocado una mesa sectorial para superar este severo escollo que colocó a la familia jurídica en forma unánime en contra de Gallardón. Diálogo, consenso, escuchar a todos y tomar decisiones que no provoquen rupturas ni guerras internas.
Se busca un fiscal con una voluntad más decidida y menos titubeante que Torres-Dulce, y, desde luego, con mayor sintonía hacia el departamento ministerial. Los choques y enfrentamientos entre el fiscal y el anterior ministro habían derivado ya en ostensibles tensiones que dañaban el natural desarrollo de la acción de la Justicia. No se trata de reeditar la figura de Conde Pumpido, quien, en los difíciles tiempos de la negociación de Zapatero con ETA, bordeó la línea de lo admisible para adentrarse en unos terrenos abiertamente polémicos. "Mancharse las togas con el polvo del camino" fue la frase con la que pasaría a la historia.
Quiere Rafael Catalá, según se comenta en círculos judiciales, un hombre próximo, de su confianza, que goce de anuencia y respeto en la profesión, que aparezca ajeno a los debates y encontronazos que se han vivido en los últimos tiempos. En ello está, en forma discreta y sigilosa. La opinión de Rajoy en este sentido puede ser determinante, aunque las instrucciones son claras. El actual fiscal no convence.
Catalá quiere un hombre próximo, de su confianza, que goce de anuencia y respeto en la profesión
Un rosario de decepciones
Eduardo Torres-Dulce, hombre de gran formación jurídica y de enorme cultura literaria y cinematográfica, ha resultado una decepción en amplios sectores del Gobierno. Quizás quien le nombró fue el primer arrepentido. Ruiz-Gallardón le colocó en uno de los puestos más complicados de la estructura jurídica del Estado y muy pronto descubrió que se había equivocado. O que, al menos, no era la persona que necesitaba en ese puesto endiablado.
Su actuación en el caso Gurtel fue la primera señal. No supo afrontar, con la habilidad esperada, el grave problema que afrontó el partido apenas llegado al Gobierno. A partir de entonces, se torció todo. El caso Pujol ha sido seguramente el último jalón de la larga serie de desencuentros protagonizado con el ministro recientemente dimitido. Tan complicada era la relación entre ambos que incluso llegaron a apenas dirigirse la palabra, según fuentes próximas al Gabinete. Un diálogo imposible.
Torres-Dulce, un hombre conservador, de integridad intachable y con una importante carrera profesional a sus espaldas, no ha dudado en subrayar los errores del ministerio en cada oportunidad que las circunstancias le permitían. Las diligencias abiertas por la Fiscalía de Madrid a las pocas horas de estallar el dramático episodio del contagio de ébola por la auxiliar Teresa Romero, fue otra medida que produjo cierta contrariedad en el Gobierno. Torres-Dulce ha tenido que salir al paso de la iniciativa del fiscal de Madrid y señalar que este paso no presupone responsabilidad penal por parte de las autoridades.
Su futuro parece que ya está decidido. Falta tan sólo encontrarle un destino adecuado y, por supuesto, dar con la figura del sucesor adecuado. Una decisión crucial que sin duda debe acarrear importantes consecuencias.
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