“Primero escuchamos disparos y gritos en árabe. Nos encerramos en el refugio, que es nuestra habitación. Matan sostenía la manija de la puerta con todas sus fuerzas mientras yo trataba de calmar a nuestro perro para que no hiciera ruido. Pero ya sabíamos que iban de casa en casa, buscando destruir vidas, matando, secuestrando y violando. Nuestro turno llegó como en una ruleta rusa. Destrozaron toda mi casa, disparando por todas partes hasta que Matan no pudo agarrar más la puerta”.
El mundo, tal y como lo conocemos, cambió el pasado 7 de octubre. Hamás y la Yihad Islámica lanzaron sus huestes con el objetivo de matar y secuestrar al mayor número posible de personas en Israel. Cumplieron con éxito su misión. Más de 1.200 víctimas y centenares de civiles trasladados contra su voluntad a túneles y viviendas en Gaza. Ese fue el punto de una partida de una guerra que aún sacude la región, especialmente en la Franja y el Líbano, con Hamás y Hezbolá como principales protagonistas y bajo el apoyo directo de Irán.
El mundo cambió para siempre. Pero sobre todo para personas como Ilana Gritzewsky, de origen mexicano, que ese día fue secuestrada por Hamás. Permaneció retenida durante 55 días. Aún hoy no sabe qué ha sido de su novio, también capturado ese día. El testimonio que arranca este artículo es su relato sobre cómo vivió aquel 7 de octubre. Habla desde la Real Casa de Correos de la Puerta del Sol, en Madrid, donde recibe un reconocimiento por parte del Gobierno de la Comunidad con motivo del Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres.
“Aquella mañana, mi pareja, Matan, y yo, dormíamos en mi casa -recuerda Ilana-. Nos despertamos con alarmas de misiles, como tantas veces antes, sin imaginar que esta vez no serían sólo alarmas. Eran terroristas armados de Hamás, decididos a arrasar con todo lo que nos era querido”.
Nir Oz, donde vivían Ilana y Matan, fue una de las zonas más golpeadas por Hamás. Vozpópuli ha viajado hasta allí, a escasa distancia de la Franja de Gaza. Se calcula que uno de cada cuatro vecinos de esta comunidad fue asesinado o secuestrado por los terroristas. Entre ellos, Ilana y Matan. Cuando accedieron a su casa, ambos saltaron por la ventana de la habitación y salieron corriendo. En ese momento se separaron.
“Me escondí con una cobija detrás de un closet en el balcón trasero de mis vecinos. […] Poco a poco escuché el sonar de hojas secas quebrándose y las voces de los terroristas acercándose. Sentí cómo me tiraron del cabello, con un golpe en el estómago quitándome el aire, arrastrando por el suelo hasta que me levantaron y me arrojaron contra una pared con armas apuntando hacia mí mientras me golpeaban y me tocaban, intentando grabar con mi teléfono. Y yo levantaba mis manos diciendo que era mexicana y que nada más trabajaba ahí. Les rogaba que no me golpearan y que no me violaran o mataran, que me dejaran ir”.
El secuestro
El relato de Ilana apunta entonces a su familia: su madre, su padre, su hermano: “Ellos no merecían verme así”. También a su pareja, Matan: “¿Qué fue de él?”, se preguntaba.
El infierno de Ilana no había hecho más que empezar: “Me golpearon, me tocaron, me humillaron, me subieron a la fuerza en una moto y me llevaron a Gaza. Mientras me llevaban, me golpearon, me asfixiaron, me tocaron todos los terroristas que se encaminaban de Gaza a nuestro kibutz”.
Su cautiverio se prolongó durante 55 días: “Cada día, cada noche, eran un infierno. No sabía qué esperar. Interrogatorios a media noche, alguien que viene a cambiarte de lugar o usarte como escudo humano. Estuve en casas de civiles que trabajan para Hamás. Un profesor de matemáticas y un abogado usando tortura psicológica todo el tiempo para destruirnos emocionalmente”.
Asegura que también estuvo en un hospital, “no para recibir tratamiento”, sino como “escudo humano”. Y también en los túneles, “donde no se puede respirar”: “Está lleno de humedad, no hay luz y es muy difícil caminar. No sabes si es de día o de noche. Pierdes la noción del tiempo, se vuelve una eternidad”.
Cada vez que le cambiaban de lugar le decían que volvía a casa. Tenía heridas en la pierna, una rotura en la cadera, la mandíbula dañada y perdió la audición el oído izquierdo: “Apenas teníamos comida, perdí 12 kilos, casi nada de agua, no teníamos higiene ni medicamentos. Yo sufro de colitis, gastritis y anemia”. Habla de “constantes amenazas”, “con el miedo de que me maten, me violen o de no volver a ver a mis seres amados”.
Ilana fue liberada tras 55 días de cautiverio. Aún no hay noticias de su pareja, Matan Zangauker. Y ahora, desde Madrid, afirma que “ellos están allá, esperando que nadie los olvide”: “Es nuestro deber humano y moral devolver a los secuestrados a sus familias”.
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