Elon Reeve Musk nació en Pretoria, Sudáfrica, el 28 de junio de 1971, en plena época del apartheid (el presidente era Jacobus Johannes Fouché). Es el mayor de los tres hijos que tuvieron Errol Musk, ingeniero sudafricano (blanco), y su esposa, Maye Haldeman, modelo canadiense. Lo de “ingeniero” es una manera de hablar: en realidad el padre de Elon, que aún vive, fue promotor inmobiliario y copropietario de una mina de esmeraldas. La familia, pues, no es que fuese acomodada; es que era rica casi hasta la obscenidad. Errol Musk lo dijo alguna vez: “Teníamos tanto dinero que a veces ni siquiera podíamos cerrar nuestra caja fuerte”.
Como cabía suponer, el joven Elon tuvo desde niño una educación privilegiada. Le interesaba la informática y era inteligente: aprendió a programar a los diez años y a los doce diseñó su primer juego, una cosa del espacio que se llamaba “Blastar”. Pero hay que advertir que la biografía “oficial” de Elon Musk tiene numerosas similitudes con la de otro magnate, Donald Trump: ambos “repintaron” su pasado como quisieron hasta aparentar que siempre fueron genios, superhéroes o glorias de la humanidad. Lo cierto es que el joven Elon Musk creció en una familia con muchos problemas: su padre maltrataba a su madre y acabaron divorciándose. Elon creció a la sombra de su padre, a quien veía poco; el crío estaba rodeado de dinero y de caprichos mucho más que de afecto, valores o disciplina.
Estudió en la Universidad de Pretoria, pero a los 17 años se trasladó a la de Queen (Canadá) y a los 19 a la de Pennsylvania (EE UU), donde acabaría graduándose en Física y Economía. Su padre quería que estudiase en una de las mejores universidades del mundo, la de Stanford, pero allí no bastaba el dinero para obtener titulaciones y el veinteañero Elon duró en las aulas exactamente dos días: decidió que, como no tendría que ganarse la vida jamás, gracias al dinero de su padre, se iba a dedicar a crear empresas más o menos verosímiles o disparatadas. Algunas, hay que decirlo también, muy productivas.
Elon creció a la sombra de su padre, a quien veía poco; el crío estaba rodeado de dinero y de caprichos mucho más que de afecto, valores o disciplina
De más está decir que su carácter fue siempre el de un niño rico y consentido: caprichoso, iracundo a veces, déspota, de personalidad frágil, ambicioso e inmensamente vanidoso. Un faraoncito. Un modelo muy semejante al de Donald Trump, con la diferencia de que Musk es mucho más inteligente.
Le gustaba internet: con su hermano Kimbal fundó Zip2, un negocio de alojamiento, mantenimiento y desarrollo de páginas web para medios de comunicación. Musk ha insistido siempre en que en aquella época él y su hermano era muy pobres, comían hamburguesas y se duchaban en los albergues públicos, pero que trabajaban mucho. Es otro “repinte”: papá jamás lo habría consentido. Pero lo cierto es que consiguieron algunos clientes importantes y en pocos años vendieron la empresa a la firma de ordenadores Compaq. Ganaron 300 millones de dólares. Fue el primer pelotazo, pero no sería el mayor.
Le gustaban los negocios financieros, siempre por internet: Musk es el creador de X.com, de la que sus socios acabarían tratando de echarle (lo hicieron mientras volaba a Sydney para su luna de miel; dio media vuelta inmediatamente), pero ahí está la génesis de PayPal, uno de los métodos de pago online más populares del mundo. Musk ganó con X.com una verdadera fortuna.
Le gustaban los viajes espaciales, los cohetes, los superhéroes: por eso creó (estamos en 2002) SpaceX, una compañía que nació para estudiar la posibilidad de viajar a Marte. Intentó comprar cohetes rusos (sin las cabezas nucleares, desde luego) pero, aunque a Putin le dio la risa, Musk volvió a acertar en muchas cosas: su idea de las lanzaderas reutilizables, los cohetes Falcon y las naves Dragon, multiusos. Acabó firmando un contrato de 1.600 millones con la NASA e interviniendo de manera muy eficaz en la Estación Espacial Internacional. La fama de Musk crecía. Su fortuna también.
Musk volvió a acertar en muchas cosas: su idea de las lanzaderas reutilizables, los cohetes Falcon y las naves Dragon, multiusos
Le gustaban los coches: es uno de los fundadores de Tesla Motors (el nombre se debe a la devoción de Musk por el genial inventor y visionario serbio Nikola Tesla), que nació con el empeño, entonces sencillamente imposible, de crear un coche deportivo… eléctrico. Porque una de las grandes preocupaciones de Musk (y que lo separan de Trump) es su preocupación por el medio ambiente y el cambio climático, que reconoce como un peligro alarmante para la humanidad. El caso es que el Tesla Model 3 fue, durante tres años seguidos (de 2018 a 2020) el coche eléctrico más vendido del mundo, y el séptimo turismo más vendido en EE UU.
Open AI, inteligencia artificial. SolarCity, energía solar. Neuralink, nanotecnología enfocada a conectar el cerebro humano con la inteligencia artificial. Borig Company, túneles e infraestructuras. El hidrógeno como combustible. Los coches que se conducen solos (esto seguramente se debió a la visión en la tele de la serie El coche fantástico, con David Hasselhoff). Elon Musk es hoy el propietario, accionista mayoritario o director ejecutivo de seis grandes compañías de muy diversos intereses, lo cual ha hecho realidad su sueño infantil: convertirse en Superman, porque es obvio que ningún ser humano (a no ser que sea Argonauta) puede hacer tantas cosas a la vez.
Políticamente, Musk es maravilloso: criticó a Trump, pero acabó formando parte de un consejo de asesores del presidente. Dona grandes cantidades de dinero a los republicanos, pero hace exactamente lo mismo con los demócratas. Apoyó la elección de George W. Bush, pero también la de Barack Obama. Un genio. No hay como tener dinero para que todos te quieran. Y te alaben.
Dice que las leyes de la Física y de la Qímica se bastan para explicar la creación del mundo y de todo lo que existe, pero que quién sabe si hay Dios. Asegura que ha leído a Nietzsche y a Schopenhauer, pero lo que de verdad le gusta son los comics de superhéroes y de ciencia ficción. Hizo enviar uno de sus coches preferidos (un Tesla Roadster) al espacio, para que orbite durante milenios alrededor del sol; el capricho hizo mucha gracia a su corte de asesores, pero costó una espeluznante fortuna. Ha hecho cameos (o apariciones en toda regla) en numerosas películas y series de televisión, porque lo de la popularidad le pierde. Ha escrito rap y es fan de grupos musicales de adolescentes. Nadie, seguramente ni él, sabe exactamente cuántos hijos tiene, pero con seguridad pasan de ocho, de muy diversas señoras.
Es inteligente. Nadie discute eso. Es ambicioso, brillante, audaz… y completamente imprevisible. Este es el hombre que se rio del pánico a la covid-19 que llenaba el planeta hace dos años y medio, y que se mofaba de las vacunas: tan listo, tan listo, tan listo, parece que no era. Este es el hombre que, muy al estilo Trump, para apoyar su “teoría” contra la pandemia y las vacunas, hizo abrir una de sus fábricas de Tesla, obligó a los empleados a acudir al trabajo… y en un pispás se contagiaron 450 personas. Este es el hombre que prohibió a sus empleados formar parte de un sindicato de trabajadores, al mejor estilo soviético… o franquista.
Este es el hombre que, sin que haya constancia de que hubiese bebido alcohol, comparó al primer ministro canadiense, Justin Trudeau, con Hitler. Este es el hombre que ha deseado públicamente la muerte a un sempiterno candidato demócrata a las elecciones presidenciales, el senador Bernie Sanders. Este es el hombre que ha tenido que pagar muchísimo dinero en demandas por sus comentarios despectivos e hirientes hacia las mujeres y hacia los negros; comentarios de los que, como Trump, no se arrepiente ni se desdice jamás.
Y este es el hombre que, a golpe de talonario y después de varios tiras y aflojas, se ha comprado Twitter, una red social que no deja de perder usuarios e influencia (es una invitación al insulto, un cando de cultivo perfecto para trols y haters) pero que aún sigue siendo el medio de expresión favorito de muchos líderes políticos, entre ellos todos los españoles. Y desde luego es la preferida de Musk: se tira horas y horas tuiteando. Twitter quitó su cuenta a Donald Trump por incitar al odio y a la delincuencia; lo primero que ha hecho Musk al sentarse en su despacho es devolvérsela. Y lo segundo, despedir a miles de trabajadores. En algunas sedes de Twitter en EE UU hay letreros luminosos cuyas frases corren de derecha a izquierda en la que Musk recibe frases, decenas de frases que seguramente no ha recibido en toda su vida.
Este es el hombre que ha tenido que pagar muchísimo dinero en demandas por sus comentarios despectivos e hirientes hacia las mujeres y hacia los negros; comentarios de los que, como Trump, no se arrepiente ni se desdice jamás
Nadie sabe, en realidad, cuáles son los planes para Twitter de este tipo imprevisible. Se ha contradicho tal cantidad de veces que los usuarios ya no saben qué pensar, y cada vez son más los que “pasan” de él y siguen a lo suyo, mientras dure. Es imposible saber qué se le ocurrirá mañana pero, sea lo que sea, sus empleados y “asesores de confianza” lo aplaudirán, como hacen siempre. El problema es que ahora tiene entre manos un medio de comunicación que sigue siendo muy influyente: aunque Twitter sea la 14ª red social más utilizada del mundo, sigue teniendo 486 millones de usuarios. Y su poder puede ser (ya lo ha sido en otras ocasiones) temible.
Debe de producir cierta incomodidad ser un tipo que, en la gente que lo conoce, genera dos tipos de reacciones mayoritarias: están los que le miran con sonriente preocupación y luego están los que salen corriendo.
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El mandril (mandrillus sphinx) es un primate catarrino de la familia de los cercopitécidos. Se le encuentra en muy pocos sitios: las zonas de la selva tropical de África occidental (Guinea Ecuatorial, Gabón, Congo, Camerún), aunque se han visto ejemplares en las viejas y elegantes mansiones de los blancos en Sudáfrica, en Canadá, en Pennsylvania y hasta en la universidad de Stanford.
El mandril es fácil de distinguir: tiene la cara y las posaderas de vivos colores rojos y azules, sobre todo en los machos y sobre todo cuando se excitan por cualquier cosa. Es un simio profundamente orgulloso de su aspecto y en particular de su suntuoso pelaje oliváceo, que cuida con esmero. Un presumido, vamos. Y, como nadie le lleva la contraria, es muy probable que lo siga siendo.
Pero está catalogado entre los simios más peligrosos del mundo. Es muy inteligente; no tanto como los gorilas o los chimpancés pero bastante más que los monos gelada (recuérdese el capítulo de esta serie en el que se hablaba de Donald Trump), pero su inteligencia no le quita un átomo de su proverbial agresividad. Tiene unos repentes desagradabilísimos. No es prudente ir por la selva y tener un macho de mandril cerca. Nunca se sabe lo que puede pasar.
Seamos sinceros: jamás se ha documentado lo que podría hacer un mandril con una ametralladora. Eso es una leyenda urbana o, como mucho, una frase ingeniosa: “Tienes más peligro que un mono con una ametralladora”. Pero convenzámonos: no será prudente andar por allí cuando un simio de estos se haga con una de esas armas. O con la propiedad de una red social influyente. La sensatez y el buen juicio aconsejan ponerse a cubierto. O bueno, pasarse a Tik-Tok, ¿no?
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