La revista científica BMC Medicine ha publicado una nueva investigación sobre el impacto y las consecuencias de la interacción humana en los niveles de esperanza de vida de la población. Por lo general, la sociedad peca de dos graves temores: el miedo a la muerte y el miedo a la soledad. Y pensar en la posible mezcla entre ambos llega a ser tratado, incluso, como un tema tabú para mucha gente. Y no es para menos. Las cifras, en España sobre todo, agravan aún más este problema.
Cerca de 5 millones de españoles (4.889.900 aproximadamente) viven solos en su hogar, según los últimos datos registrados en 2020 por el Instituto Nacional de Estadística (INE). Es decir, más de un 10% de la población de España se ve afectada por la soledad. Si solamente tenemos en cuenta la gente mayor de 65 años, aproximadamente 9.5 millones de habitantes, 2.131.500 de estos quedan desamparados ante la ausencia de alguien con quien compartir la vivienda, lo que es igual al 22,5% de este grupo.
En casi todos los estudios analizados hasta la fecha se controlan variables, como el género, la edad, el nivel socioeconómico, la actividad física u otras condiciones previas, como el tabaquismo o la diabetes. La situación es peor cuando lo que se mide es el impacto del aislamiento social y la esperanza de vida de las personas. Entonces, el riesgo de mortalidad se agrava profundamente. Esta carencia social, básica y necesaria, se vuelve más complicado en la situación de los varones que en la de las mujeres.
El estudio de BMC Medicine, uno de los muchos que ha medido, evaluado y estudiado esta última variable mencionada arriba, muestra cómo medidas de conexión social se asocian de forma correlativa con variables la mortalidad y la salud de las personas mayores. Es decir, cuando se produce un aislamiento social, gran parte de la salud mental se ve dañada, potenciando el agravio de la soledad e incidiendo en consecuencias más temerosas, como la depresión o la hipocondría.
La esperanza de vida: mayor en compañía
Para realizar el estudio, BMC Medicine empleó datos de 458.146 adultos británicos. Los participantes fueron expuestos por primera vez en 2006, con una edad media de 56 años. Trece años después, 33.135 de ellos habían muerto, la mayoría de ellos con signos y muestras de soledad armonizando factores como la edad, el sexo, la situación socioeconómica o las enfermedades previas, según expresan los autores en el ensayo. La conclusión sobre la esperanza de vida fue apuntada por unanimidad: la soledad mata, acentuándose en las personas mayores.
El trabajo de la revista británica sugiere entonces varios puntos. En primer lugar, que se acentúen y se realzan las visitas de amigos y familiares a aquellos que viven solos en casa, algo necesario y gratuito en la mayoría de casos. Después, que aquellos que viven solos con marcadores de aislamiento social representan una población de alto riesgo, por lo que se ha de extremar los cuidados y la atención hacia estos mismos. Por último, el estudio menciona que muchas veces se da mayor importancia a los vínculos comunitarios que al resto de problemas o carencias que el ser humano pueda llegar a tener. De tal forma que BMC Medicine apunta considerar estos componentes para identificar los aspectos fundamentales individuales.
Sin embargo, la idea no es nueva. Distintos estudios han señalado la correlación existente entre la esperanza de vida y la soledad social, como por ejemplo la prestigiosa revista Nature Human Behaviour, pero muy pocos lo han hecho con la contundencia y profundidad de este. BMC Medicine diferencia entre muchos posibles escenarios por los que puede llegar a darse este problema: la soledad objetiva y la subjetiva; la que proviene de un aislamiento de relaciones epidérmicas y de aquellas más intensas, las que mantenemos con amigos cercanos y familiares, etc.
El cardiólogo Jason Gill, uno de los autores del estudio, confesó durante su presentación hace unos días la puesta en escena de algo que no se esperaban encontrar. “Parece claro que hay un efecto umbral. Una vez que empiezas a ver a tus amigos y familia mensualmente, el riesgo se mantiene bastante estable. Da igual que sea una visita mensual, semanal, varias veces a la semana o todos los días”, señaló Gill.
Otro de los participantes en el ensayo, Harmish Foster, profesor de la Universidad de Glasgow, resaltó las palabras expuestas por el cardiólogo y apuntó una nueva idea: el tipo de soledad experimentada también hace mella en la esperanza de vida, así como otros factores como participar o no en actividades grupales. "Cada uno de estos tres aspectos (vivir solo o acompañado, recibir visitas y hacer ejercicios en compañía) se asoció con un mayor riesgo de muerte en su carencia, destacando en particular el caso de las personas que afirmaron no recibir nunca visitas".
A través de datos cualitativos y cuantitativos, el estudio llega a una clara conclusión: las visitas a personas aisladas de la sociedad, más aún en el caso de personas mayores de edad, ayudan a aumentar su esperanza de vida. Los encuentros entre familiares y amigos cercanos y las relaciones con las personas del entorno son importantes, y a partir de ahora confirmado, desde el punto de vista de la salud. Por otro lado, para aquellos que no cuenten con esa posibilidad, existen otros programas y experiencias, como la del voluntariado, que también pueden ayudarles a explotar el lado social escondido.