Nadie maneja como Esperanza Aguirre el elemento sorpresa y los tiempos políticos. Hoy ha dado el aldabonazo con el anuncio de su retirada después de meses de run run por los mentideros madrileños. Y cuando prácticamente se daba por seguro que aguantaría hasta el fin de la legislatura ha sorprendido a propios y a extraños, sobre todo a propios, con la decisión de dejar todos sus cargos públicos, esto es, la presidencia de la Comunidad y el escaño autonómico. ¿Será capaz de irse? Ella misma ha narrado con emoción como llevaba más de treinta años en esto de la política por lo que había decidido que era el momento de dejarlo, pasar a segunda línea, dedicar más tiempo a su familia. Sin duda alguna, un sector de su otra "familia", la popular, queda en una situación de orfandad porque si una virtud tenía la que lo ha sido casi todo en política era la de conectar con amplios sectores sociales que profesaban sus ideas políticas "sin complejos" y "sin resignación".
La persona que convirtió en proclama el "no me resigno", se ha resignado finalmente a no aspirar a más, a no competir por el postmarianismo, a no ser, al menos, una de las voces que se deje escuchar cuando llegue ese proceso e, incluso, cuando aspiren a la sucesión algunos de sus otrora "enemigos" -ya se sabe lo que se dice de los adversarios y de los enemigos- como Alberto Ruiz-Gallardón. Es cierto que su cáncer sirvió para acercarle al actual ministro de Justicia, que vivió en su esposa, Mar Utrera, la misma y traumática experiencia. Con ese bagaje personal, con más tres décadas al pie del cañón y con sesenta años cumplidos, Aguirre cree llegado el momento de dar un paso atrás y facilitar, con este gesto, además, la sucesión en la persona de Ignacio González.
Su cáncer sirvió para acercarla a Alberto Ruiz-Gallardón, que ha vivido la misma experiencia en su mujer
Cuesta, sin embargo, creer de este "animal político", como le definen incluso sus críticos en el PP, que no haya más motivos que los explicados en su comparecencia de prensa. Aguirre se crece ante las dificultades y las andanadas, sabe enfrentarse a las bofetadas y devolverlas, hasta le divierte el proceso de demonización que la izquierda ha hecho de su persona. Y es que poco a poco, la política caricaturizada en programas televisivos, a la que se le atribuye la falsedad de confundir al Nobel Saramago con una tal Sara Mago, fue adquiriendo unas proporciones que le venían incluso grandes a su casa política, el número 13 de la madrileña calle de Génova, donde está la sede nacional del PP.
Aguirre fue adquiriendo perfil propio cuando, de la política municipal salta a la nacional como ministra de Educación y Cultura, donde, por cierto, le sucedió Mariano Rajoy; se convierte después en la primera mujer que preside el Senado y, un ya lejano mes de julio de 2002, José María Aznar decide apostar por ella al convertirla en candidata a la presidencia de la Comunidad de Madrid. No ganó por mayoría, y otra historia se estaría escribiendo de Aguirre y de la Comunidad de Madrid sin la espantada de los diputados socialistas Eduardo Tamayo y María Jesús Sáez.
Es la Comunidad, con poder y presupuesto, la plataforma a partir de la cual Aguirre construye su Fort Knox, acompañada por un equipo al que, salvo Ignacio González, ella misma se ha ido encargando de defenestrar, como ha sido el caso de Francisco Granados y de Alfredo Prada. A Aguirre nunca le han valido las lealtades a tiempo parcial, ni siquiera la mera sospecha de una mínima infidelidad. Se estaba con ella o contra ella, sin medias tintas. Y es que la también condesa de Murillo y grande de España sabía cosechar adhesiones gracias a su capacidad para cautivar en las distancias cortas incluso a los menos partidarios.
Aguirre ha hecho bandera de lo políticamente incorrecto, de su espontaneidad, de meterse en todos los charcos y encabezar el sector crítico
Ella ha hecho bandera de lo políticamente incorrecto, de su espontaneidad, de meterse en todos los charcos y de encabezar al sector crítico, con indudables apoyos mediáticos, contra Mariano Rajoy. Incluso, hace apenas quince días, cuando ya estaba madurada su decisión de irse, cuestionaba en el comité ejecutivo del PP la posición del Gobierno sobre la excarcelación del etarra Bolinaga. Para muchos, aquello supuso el regreso de los fantasmas del Congreso de Valencia de 2008 y alertaban del riesgo de que los críticos volvieran a hacer de las suyas. Ahora han quedado claramente descabezados. Sin Aguirre son pocos orgánicamente hablando, aunque su marcha deja a un buen puñado de votantes libres de su compromiso de volver a depositar la papeleta con las siglas del PP. Para los socialistas ha sido una especie de regalo de Navidad adelantado. Aspiraban a poder hacerse con el ayuntamiento de Madrid tras la marcha de Gallardón. Ahora sueñan con el doblete.
Aguirre se ha ido dejando heredero. Pero ella es mujer inteligente y sabe que los "delfines" se convierten en aves y acaban volando solos y por su cuenta. Ayer intentaron relacionar su marcha con el camino político iniciado por el que fuera un popular de pura cepa --ella no era "pata negra", aterrizó en Alianza Popular de la mano de los liberales de José Antonio Segurado-- Francisco Álvarez-Cascos y es que hay muy pocos que, en las primeras horas tras el anuncio, se crean que Aguirre ha tirado la toalla, que Aguirre, en definitiva, se ha resignado.
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