El que la sigue, la consigue. El viejo refrán ha vuelto a cumplirse en relación al largo y afanoso trabajo realizado por la Guardia Civil de Galicia y la UCO (Unidad Central Operativa) en torno a un complicado caso de asesinato y violación que ha traído de cabeza al cuerpo armado durante la última década. Ahora, tras diez años de investigación, el presunto asesino de Elisa Abruñedo, la mujer de Cabanas (A Coruña) cuyo cadáver apareció tirado en una zona de monte cercana a su casa el 1 de septiembre de 2013, ha sido al fin detenido y esta mañana fue puesto a disposición de los Juzgados de Ferrol. Se trata de R. S. Rodríguez Vázquez, un hombre de 49 años y residente en Narón, localidad muy cercana a Cabanas, a quien los agentes de homicidios acusan de un crimen que provocó un gran revuelo en el tranquilo municipio donde residía la víctima, de poco más de tres mil habitantes, y en todo el área de Ferrolterra debido a la aparente imposibilidad de cazar al asesino pese a las muestras de ADN que se hallaron en la zona.
El sospechoso, tras ser sometido a un agotador interrogatorio por parte de la UCO, se derrumbó y confesó el crimen antes de ser trasladado a los juzgados, según adelantó Europa Press. Ahora, la investigación está centrada en dilucidar si el detenido pudo estar implicado en otros crímenes que llevan mucho tiempo sin resolver y que guardan un perfil parecido al registrado en Cabanas.
Como tenía por costumbre, Elisa Abruñedo salió aquella tarde veraniega de 2013 a dar un paseo por los alrededores de su casa, en la que vivía con su marido y sus dos hijos, pero nunca regresó. Horas después, su cuerpo fue hallado a muy poca distancia de su residencia tras un intenso rastreo realizado por profesionales y voluntarios. La víctima, que contaba 46 años, presentaba varias heridas de arma blanca y la autopsia dictaminó que fue violada.
La investigación se puso en marcha de inmediato con la esperanza de detener cuanto antes al asesino, pero las escasas pistas no dieron resultado y los restos biológicos recogidos en el lugar de los hechos tampoco arrojaron luz sobre el caso al no existir coincidencias con las bases de datos de ADN que manejan los cuerpos de seguridad. Una cosa estaba muy clara: el criminal no estaba fichado y su detención no sería sencilla. Los agentes comprendieron que estaban buscando una aguja en un pajar, pero se negaron a tirar la toalla.
Los años fueron pasando y todo indicaba ya que el delincuente saldría impune, pero al fin un hallazgo decisivo permitió reactivar el caso con altas posibilidades de éxito. Y así fue. Una década después, gracias a los cribados masivos de ADN que se realizaron durante todos esos años entre numerosos voluntarios residentes en la comarca de Ferrol, los investigadores fueron capaces de estrechar el cerco sobre el presunto asesino a través del análisis biológico de un familiar que se había sometido a las citadas pruebas genéticas. También la pericia de un forense, que determinó que el autor era pelirrojo, fue vital para detener al escurridizo delincuente, que es muy conocido por su afición a la caza y a los caballos. El cazador, al fin, ha sido cazado, y todo indica que le esperan muchos años de “jaula”.
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