El pasado miércoles, un edificio de Majadahonda se convirtió en noticia por protagonizar un auténtico asedio: unos okupas violentos, que llevaban meses haciendo la vida imposibles a sus vecinos, tuvieron la visita de la empresa Desokupa. El recibimiento fue hostil: uno de sus integrantes recibió un navajazo. Después de ese episodio, el juzgado de instrucción de Majadahonda acordó ayer sábado el desalojo, que ha sido realizado por un dispositivo de 150 agentes la Guardia Civil en colaboración con la Policía Local de Majadahonda.
El desalojo se ha producido sin incidencias, aunque los GRS de la Guardia Civil encargados del desalojo se han encontrado armas caseras para resistir, como cócteles molotov, que en ningún momento han sido utilizados para repeler la acción policial. Los agentes han detenido a cinco personas durante el desalojo a consecuencia de los graves altercados registrados el pasado miércoles. Los quince integrantes de la 'comunidad de vecinos' reúnen entre todos "más de 250 antecedentes", según explicó a Vozpópuli el fundador de Desokupa Daniel Esteve.
Llevaban meses viviendo de forma ilegal en el edificio. Por encargo del propietario, el equipo de Daniel Esteve de Desokupa accedió al inmueble con 15 empleados. Antes de esta entrada se reunió con la Policía Local y la Guardia Civil. "No he tenido ni una sola condena en ocho años que llevo trabajando", recalcó Esteve en una conversación telefónica con Vozpópuli.
Este equipo consiguió soldar la puerta del patio y fue piso por piso solicitando a los okupas que se fueran del edificio. El problema llegó con las represalias de este grupo violento, que les tiró piedras y llegó a amenazarles con un cuchillo. Es más, uno de los empleados de Esteve resultó apuñalado en esta intervención.
También sufrieron los mismos actos la Policía Local y la Guardia Civil que se personó en la zona, tal como se ha podido ver en los vídeos difundidos por redes sociales que desmienten la versión de los inquilinos que dicen solo haberse defendido. "Pasamos 15 minutos de infierno hasta que llegaron las fuerzas de seguridad. Una piedra del tamaño de una sandía me pasó a un centímetro de la cara", explica.
La tensión, que era palpable en la zona, por fin ha acabado, cumpliendo así el único deseo que tenían los vecinos: terminar con la pesadilla que llevan viviendo varios meses.
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