- Hola, mamá.
- Hola, ¿dónde estás?
- En la óptica, estoy trabajando.
- Ya... Pues ten cuidado.
Cuando Daniel colgó el teléfono aquella tarde del 17 de agosto, en medio del paseo de Las Ramblas, ni siquiera se percató de que su madre no le había creído. Ella sabía perfectamente que su hijo no estaba vendiendo gafas en el centro comercial del Triangle de Barcelona donde trabaja, le conoce bien, así que decidió telefonear directamente al establecimiento. Y comprobó lo que se temía: su hijo había salido de detrás del mostrador para acudir a toda prisa a la zona donde, pocos minutos antes, una furgoneta Fiat Talento de color blanco con matrícula 7086JWD había embestido de forma indiscriminada a los viandantes.
Un atentado terrorista acababa de azotar a la Ciudad Condal y su hijo de 24 años, que había trabajado como socorrista en la ONG Proactiva, estaba tratando de ayudar a las víctimas. 15 muertos [poco después, se sumarían otras dos personas a la lista de fallecidos: una en Cambrils y otra apuñalada en la Diagonal] y centenares de heridos. Aún no habían llegado los servicios sanitarios y la policía y fuerzas de seguridad aún no se habían desplegado por completo. Tampoco se había localizado a Younes Abouyaaqoub, el terrorista que conducía y que consiguió abandonar el vehículo. Ni al resto de la célula que planeó la masacre. Pero ella tomó aire y acertó a pedirle que tuviese cuidado.
Vocación
Hoy, tres meses después del ataque, Daniel Candelera, confiesa el orgullo que siente por su madre, pues según el joven, supo mantener la calma y respetar su decisión en un momento caótico. Le dejó atender a todas esas personas con las que se fue encontrando en lo que se convirtió un peregrinaje de dos horas en el que, había tantos heridos, que ni siquiera le dio tiempo a tener miedo mi a llorar. Ni siquiera cuando vio cómo Luca Russo, ingeniero italiano de 25 años, dejaba de hablarle, perdía el conocimiento y terminaba engrosando la cifra de víctimas mortales.
Después del atentado me fui a un pueblecito de Calabria, en Italia, para desconectar. Casi no tenía cobertura, así que me dediqué a escribir un diario contando todo lo que había pasado. Algún día lo volveré a leer"
"Intenté engañar a mi madre para que no se preocupase, pero ella sabía que estaba en el 'mantecado', aun así se mantuvo fría y, lejos de ponerse histérica y pedirme que saliese corriendo de allí, me pidió que tuviese cuidado. Le estoy muy agradecido porque volvería a hacerlo mil veces, aunque sea un riesgo", cuenta el joven barcelonés a 'Vozpópuli'. "Al principio estuve de luto, no podía dormir, pero poco a poco fui superándolo, quizá porque el cerebro tiene un mecanismo de defensa ante las cosas malas", dice.
"Ahora estoy bien, aunque es cierto que hay cosas que no se me van a olvidar nunca. Recuerdo aquella conversación con el joven italiano. No pude hacer nada. Después del atentado me fui a un pueblecito de Calabria, en Italia, para desconectar. Casi no tenía cobertura, así que me dediqué a escribir un diario contando todo lo que había pasado. Algún día lo volveré a leer", confiesa.
Cambio de rumbo
Daniel no se considera ningún héroe y dice no estar capacitado para aconsejar a nadie que, de repente, se vea metido "en una de estas". "Te tiene que salir de dentro y a mí me sale, pero no soy ningún héroe", insiste. Pese a que reconoce que nunca ha tenido mucha fuerza de voluntad para estudiar, ahora combina su trabajo de 40 horas semanales con el estudio en una academia para ser enfermero del Servicio de Emergencias. "A veces, cuando estás trabajando, tienes un deseo pero no lo cumples por falta de tiempo. Yo aquel día me di cuenta de que quería dedicarme a esto, es mi vocación y, aunque ahora me despierto todos los días a las siete de la mañana y no paro, tengo claro que voy a ser enfermero y ayudar a la gente", asegura.
Había mucho caos, faltaban muchas manos y había muy poca ayuda ciudadana. Me hubiera gustado que tuviéramos más apoyo a la hora de hacer todo lo posible para tener el máximo de víctimas vivas"
Aquella fue una fatídica tarde también para Lluís, su compañero de trabajo en la óptica. Estudiante de Emergencias Sanitarias, no dudó en salir corriendo a las víctimas de los atentados. "Lo recuerdo como un día desagradable, un día que nunca pensé que me iba a tocar vivir. Había mucho caos, faltaban muchas manos y había muy poca ayuda ciudadana. Por una parte, entiendo que era un momento de miedo, pero me hubiera gustado que tuviéramos más apoyo a la hora de hacer todo lo posible para tener el máximo de víctimas vivas", reconoce el joven a este diario tres meses después del atentado.
"Para siempre"
Cuando llegaron las ambulancias, continúa, pude hacer un respiro. "Ya que no tenía herramientas para actuar, estuve ayudando a la unidad 'Yankee India 12' del SEM,. ¡Son un 10 trabajando, ojalá el día que me toque trabajar, pueda hacerlo con gente tan buena, rápida y efectiva!", apunta. Y recuerda que, el día después de la masacre, aún estaba en shock. "Yo mismo me notaba muy frío, el día siguiente tuve que ir a trabajar y estuve unos cinco días sin poder dormir bien. Se me aparecían en sueños las mismas escenas , las que me llegaron más adentro", lamenta.
Dice que su vida no ha cambiado en nada, aunque asegura que esa tarde comprobó que la enfermería en Emergencias Sanitarias "es y será mi profesión para siempre". "Me gusta mucho. Me di cuenta en las prácticas, pero con el atentado, vi que el 98% de las reacciones era correr, mientras que la mía era quedarme con todas las consecuencias. Cuando pasó todo, me alegré de mi reacción", reflexiona. Lluís volvería a ayudar a la gente "las veces que hicieran falta". "Si me pasara a mi o a algún conocido, me gustaría que me ayudaran, así que siempre lo haré", concluye quien antes la veía "súperbonita" La Rambla y ahora solo ve "una calle de desgracia".
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