España

Lágrimas en la principal iglesia ucraniana de Madrid: "Cada día vienen madres a rezar por sus hijos"

Una catedral ortodoxa en Madrid sirve de refugio espiritual para ucranianos que han huido de la guerra, que oran por sus familiares o que quieren volver a su país para plantar cara al tirano Putin

Hoy es el cumpleaños del marido de Evgenia, pero ni ella ni su madre están con él para celebrarlo. Soplará las velas de su 25 cumpleaños en un inhóspito búnker en Leópolis con la compañía de su padre. Los hombres mayores de 18 años no pueden dejar Ucrania. Es domingo, hace un día soleado, y la Catedral de San Andrés y San Demetrio, en la Calle Nicaragua de Madrid, está llena de miradas cabizbajas y gestos devastados. Este lugar, al que se ha trasladado Vozpópuli, se ha convertido en un refugio para el alma de muchos ucranianos que viven la hora más oscura de su historia reciente.

Una de ellos es Evgenia, que en sus ojos verdes alberga un dolor difícilmente disimulable. Llegó hace cuatro días a Madrid tras cinco largas jornadas de travesía. En Leópolis, Evgenia era una bailarina profesional y dirigía su propia academia de baile. Ahora, en Madrid, no es dueña ni de su propio abrigo, verde como su mirada. “Me lo han donado los españoles, están siendo muy amables”, dice.

Para salir de su país tuvo que protagonizar una verdadera Odisea, ya que sus dos perros no tenían la documentación correspondiente y una situación bélica como la actual no es la más idónea para hacer papeles. De Kiev a Polonia, de allí a Praga, después Múnich, París, Irún y, finalmente, Madrid. A su lado corretea un pequeñajo rubio muy guapo. Tendrá 6 años.

P. ¿Es tu hermano?

R. No, es mi hijo.

Él ya estaba en Madrid cuando llegó su madre. La suegra de Evgenia y la abuela del niño se encontraban de vacaciones en España cuando estalló la guerra. Se rompe en mil pedazos cuando menciona que su hijo cumple hoy 25 años. Como ella, muchas madres acuden a buscar cobijo espiritual en esta iglesia ortodoxa, construida en los años 70 y profusamente decorada con frescos griegos.

Iglesia ortodoxa de ucranianos en Madrid
Evgenia posa con su hijo y la familia de su marido, que se ha tenido que quedar en Ucrania/ Clara Rodríguez

Bessarión, arzobispo metropolitano de la Iglesia Ortodoxa en España y Portugal, está al frente de la catedral. Es griego, pero habla cinco idiomas, entre ellos ucraniano: “Aquí todos los días viene gente con lágrimas en los ojos y muchas madres acuden para rezar por sus hijos. Mi sacerdote me ha dicho que muchos feligreses han vuelto a Ucrania para luchar en el frente. Aquí hay una comunidad muy grande de ucranianos llegados en los 90, con el colapso de la Unión Soviética. Son gente trabajadora que conserva familiares y amigos en su país”.

Dos señoras españolas suben con cierta dificultad las escaleras que conducen a la catedral. Traen bolsas con ropa y comida. Las dos visten de domingo. Dejan la bolsa en la imagen de la Virgen María que saluda la entrada al recinto de la catedral. A sus pies, donde en tiempos de paz los fieles depositaban flores, hay decenas de bolsas con conservas, productos sanitarios y mantas. La iglesia se encarga de recogerlas y mandarlas a los ucranianos que lo necesiten.

Alla, que viene de Járkov, es otra de las fieles que viene a rezar, pero en lugar de por sus hijos, lo hace por su madre. Su ciudad es una de las que más está sufriendo los sanguinarios bombardeos rusos. No hace falta hacerle una sola pregunta. Ponerle el micrófono delante basta para que irrumpa una catarata de recuerdos y llanto: “Ahí está mi madre. No puede bajar al sótano cuando bombardean porque es mayor y tiene mal las piernas –a Alla se le quiebra la voz-. No tiene tampoco las pastillas que necesita tomar. Mi hermana también está ahí con su familia. Mi barrio ya no existe. Muchísima gente está sin casa, sin comida. Primero bombardearon los supermercados para que la gente no tuviera comida. Ahora están sin luz, sin calefacción… y en Járkov hace mucho frío. No entendemos lo que está pasando. Nuestra ciudad era muy bonita; en los últimos años el Ayuntamiento estaba construyendo fuentes, parques… Era como una ciudad europea, y, ahora, ya no está”.

Iglesia ortodoxa de ucranianos en Madrid
Alla reza durante la misa/ Clara Rodríguez

La misa ortodoxa dura dos horas. Durante toda la eucaristía no dejan de sonar las voces del coro de mujeres. Cantan en ucraniano, pero la música no necesita traducción y arraiga en lo más profundo. Tras la primera hora de ceremonia, siguen llegando ucranianos y búlgaros. A algunos el dolor les impide hablar. Otros no saben dónde están sus hijos y familiares pues se ven obligados a ocultarlo por si les descubren los rusos.

“Quiero ir a la guerra, pero mi mujer no me deja”

Como decía el arzobispo Bessarión, muchos feligreses han vuelto a Ucrania a ayudar a su país de una u otra manera. Encontramos rápidamente a dos hombres que aseguran querer ir a la guerra a combatir a Rusia, pero no pueden por motivos distintos. Uno es militar, pero trabaja como carpintero en España: “Mi hermano también es militar y está ahí. No puedo ir porque no dejan pasar a más gente a Ucrania. Falta comida”. Su novia, también ucraniana, interviene en la conversación y afirma que su padre también es militar y que está combatiendo a los rusos: “Fue guardaespaldas de Turchínov, que fue primer ministro de Ucrania”.

El otro es Mihail (“Miguel en español”), que trabaja como transportista de pinturas y lleva 22 años en Madrid. Acude a misa con su mujer, Valentina, que trabaja como enfermera en una clínica dental. “Yo quiero ir a la guerra, pero mi mujer no me deja. De momento no vamos a ir. Colaboramos como podemos, con ONGs, con iglesias… lo que esté en nuestra mano. Estamos fuera de Ucrania, pero no podemos estar con los brazos cruzados”.

Valentina, que viste de elegante azul, tiene familiares en Ucrania: “Yo, como enfermera, si hubiera estado en Ucrania mi obligación hubiera sido ir a la guerra. Los doctores y enfermeros tenemos que ayudar en los hospitales. Me duele mucho el corazón por lo que está pasando. Tenemos familia en la capital, Kiev, en Donetsk… y lo están pasando fatal. No tienen comida, agua… se refugian en el metro. Llevo días sin poder contactar con una prima y no sé que ha pasado”.

Iglesia ortodoxa de ucranianos en Madrid
Celebración de la misa ortodoxa en ucraniano/ Clara Rodríguez

Zelenski, “nuestro héroe”

Cruzando el ecuador de la misa, una mujer ucraniana sale con lentitud, mareada. Viste de negro, tiene el pelo rubio corto y los ojos azules. Con ayuda de una amiga consigue abandonar la iglesia mientras suenan las angelicales voces de las mujeres del coro. No sin dificultad, consiguen que se siente en un banco y le llevan agua. Las emociones están a flor de piel.

Un nombre flota en el ambiente, el del presidente ucraniano Zelenski. Es nuestro héroe”, dice Mihail, “todo el mundo se refería a él al principio como un cómico, un payaso… pero ha demostrado ser un héroe, una persona que no ha dejado Kiev y que no se esconde, al contrario que otros presidentes anteriores que huyeron. Nosotros votamos por él y estamos muy contentos de haberlo elegido como presidente”. Valentina añade: “Ojalá Dios ayude a Zelenski a superar todo esto. Está en un momento muy difícil. No sé cómo puede sobrevivir a todo esto”.

Ojalá Dios ayude a Zelenski a superar todo esto. Está en un momento muy difícil. No sé cómo puede sobrevivir a todo estoValentina

El hijo de Evgenia corretea por el jardín de la catedral, jugando con otros niños, como ajeno a lo que está ocurriendo en el mundo. Quizá para él todo se trata de un juego, como al pequeño Giosuè de la película ‘La vida es bella’, al que su padre convence de que no están en un campo de concentración, sino participando en un concurso. Desde luego, lo que sí conserva es la capacidad de hacer sonreír a su madre, hasta en un momento como este.

Putin y Hitler

Si el nombre de Zelenski suele ir seguido del sustantivo héroe, el de Putin va seguido siempre del calificativo criminal. Vira y Vasylyna llegan juntas a orar. No hablan bien español, pero se les entiende a la perfección. “Muy malísima Rusia (sic). La sirena que anuncia los bombardeos suena tres veces al día. Pobres niños pequeños y personas mayores, que no pueden bajar rápido a los sótanos. Tenemos mucha pena, mucha pena”, dice Vira. Su amiga Vasylyna añade: “No hay palabras para Putin y todo el Gobierno. Matar niños, matar recién nacidos… No perdonar nada para Rusia”. “Ayer decían que habían muerto 29 niños. ¿Qué pobre madre puede vivir sin niños? Eso más feo que Hitler, Rusia” (sic), concluye Vira.

Otro ucraniano que acude con rostro serio a la catedral, Nicolás, hace una comparación semejante. “No tengo palabras para explicar mi dolor. Es terrorismo global. Rusia contra todo el mundo. Esto que ha pasado es como el inicio de la Segunda Guerra Mundial, cuando los nazis bombardearon Kiev, entonces parte de la Unión Soviética. Putin tiene las mismas razones que Hitler”. Nicolás considera que esta guerra era predecible, ya que Putin llevaba “años lanzando mensajes en las películas rusas”.

La fe, el último refugio

Valentina clama que “ojalá Dios ayude a los ucranianos”. Hay personas a las que no les queda país, no les queda familia, no les queda presente, y solo tienen algo a que agarrarse: la fe. El cristianismo ortodoxo es la religión más profesada en Ucrania, y el arzobispo Bessarión reconoce que la catedral, abarrotada este domingo, recibe más fieles que nunca desde que estalló la guerra.

“La fe es una forma de existir. Una persona que no va a la iglesia no significa que tenga menos fe que el que va más. En momentos difíciles, la fe también se activa. Ahora la gente va más a la iglesia para mostrar compasión: una sonrisa, una caricia, una lágrima…”, explica Bessarión.

Iglesia ortodoxa de ucranianos en Madrid
Catedral ortodoxa de San Andrés y Demetrio en Madrid/ Clara Rodríguez

La Iglesia Ortodoxa, afirma, tiene una visión clara sobre el conflicto: “Esto es un gran pecado, una guerra, una agresión a un país pacífico. El patriarcado ecuménico está contra esta guerra. Todas las metrópolis en España y Portugal están concienciadas con los refugiados ucranianos. Aquí no se puede ser neutral, hay que decidir blanco o negro. La posición de la Iglesia es decir claramente la verdad: la guerra es un crimen contra la humanidad. Toda persona es hijo de Dios y, por tanto, toda persona tiene dignidad”.

Cesa la música del coro. La gente empieza a abandonar el templo. Algunas mujeres llevan un pañuelo en el pelo y otras no. “Gracias, muchas gracias España”, se dirigen a nosotros algunos ucranianos. A la puerta, dos gitanos rumanos piden limosna. “En los momentos más duros se revelan cosas escondidas en el corazón de los hombres. El mejor alfabeto para rezar es el amor. En la fe cristiana todo empieza con amor y acaba con amor”, sentencia Bessarión. La catedral se va vaciando, a la par que va creciendo el espacio dedicado a bolsas para comida y ropa. Evgenia marcha con su hijo, que ahora lleva también unas gafas de sol. Quizá, como dice, empiece a dar clases de danza en algún colegio. Quizá, vuelva a Ucrania, una esperanza que no cesa. ¡Slava Ukrayini! -gritan muchos-, que no significa otra cosa que ¡Gloria a Ucrania! El lema de una guerra contra el absurdo.

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