Incendios forestales

Arde todo, María

Una foto oficial en un paisaje calcinado vende, pero no devuelve la riqueza perdida… todo el oro convertido, de pronto, en carbón

Siempre he necesitado el silencio para leer igual que Virginia Woolf una habitación propia para escribir. Sin embargo, hace cosa de año y medio, un descubrimiento asociado a Netflix, alteró -mejoró en realidad- esta rutina solitaria. En los días en los que el frío sacudía con fuerza las ventanas de casa queriendo entrar, cogía el libro, me acercaba al sofá, encendía el televisor, conectaba esa plataforma que hasta entonces había creído especializada en series, películas y documentales y sobre la lupa que hace las veces de buscador, ponía lo siguiente: “fireplace”. Ni ramas, ni leña, ni papel de periódico, tampoco pastillas o cerillas.  Bastaba un “play” -cosas de la era 2.0- para que mi chimenea comenzara a arder. Y con el crepitar de las llamas de fondo, refugiada bajo una manta de lana e imaginándome en una cabaña de madera en mitad de la nieve, me perdía entre mil y una palabras. El sonido del fuego como fuente de felicidad.

Hace dos días fue la luz del fuego, fuente de magia en la noche de San Juan. Los destellos de cientos de hogueras volvieron a iluminar unas playas que son ya el mejor escenario para disfrutar de un primer verano sin mascarillas. Prendieron los deseos como chispas y ardieron, para siempre, los trozos de papel con los retazos de un pasado reciente digno del olvido.

La guarida del lobo

Pero, también el fuego ha sido, esta semana, fuente de destrucción, de dolor, de desgracia. Las tres palabras con “d” condensadas en un sólo grito. El de Dani, también con “d”. Cómo olvidarlo. Sus sollozos han dado la vuelta al país. Ni se lo podía imaginar este joven de Ferreras de Arriba, en Zamora, cuando le grabó el video a su hermana narrándole el horror que tenía de frente: “Mira María, está ardiendo todo, todo… qué locura. Arde todo, María". Su voz desgarrada, junto a la imagen de un resplandor anaranjado amenazando su vivienda, su pueblo. Más de 30.000 hectáreas han sido devoradas en la reserva natural de la Sierra de la Culebra. El mayor incendio, en lo que va de siglo, en España. Ya no se escucha allí el chisporroteo de las llamas, sólo el quejido agudo de unos vecinos a los que el fuego les ha arrebatado parte de su pulmón y uno de sus principales motores económicos. No queda pasto para el ganado, no es ahora tierra apetecible para el turismo, ni siquiera la mejor guarida para el lobo ibérico. Y no hay visita, mucho menos la del presidente del Gobierno, que acompañe a unas personas que lo que denuncian es precisamente tanto abandono. Porque una foto oficial en un paisaje calcinado vende, pero no devuelve la riqueza perdida… todo el oro convertido, de pronto, en carbón. Serán necesarios años y años para que esas tierras vuelvan a recuperar el color.

Tremenda imagen la de esos tres bomberos de Álava, diminutos como tres pequeñas sombras oscuras con sus mangueras casi imperceptibles, tratando de apagar la inmensa lengua ardiente del monstruo

No soy capaz de imaginar cómo debe ser tener que abandonar una casa, en cuestión de segundos, porque es el fuego quien golpea, insistente, la puerta. A nadie le preparan para eso, para tener que dejarlo todo, en cuestión de segundos. Tampoco te preparan para intentar salvarlo. Es la tesitura a la que se han tenido que enfrentar, también, estos días, muchos navarros que han visto arder, ante sus ojos indefensos, más de 10.000 hectáreas. Cultivos, viviendas, parcelas que hoy son noticia, mañana ya no. Igual que el trabajo de los cientos de efectivos volcados para mitigar semejante catástrofe. Vaya imagen la de esos tres bomberos de Álava, diminutos como tres pequeñas sombras oscuras con sus mangueras casi imperceptibles, tratando de apagar la inmensa lengua ardiente de un monstruo que parece a punto de engullirlos. Igual de cruda es la fotografía de César Manso que circula por las redes. Si no la habéis visto, imaginaos una pintura al óleo completamente naranja, como si el artista hubiera arrojado la yema de un huevo sobre el lienzo entero. Una estampa admirable si no fuera porque se trata de una bola de fuego gigante salpicada por unas siete pequeñas motas marrón oscuro que son, en realidad, siete profesionales batallando contra las llamas vivas en Pumarejo de Tera, Zamora. David contra Goliat. Supongo que va en el oficio, pero no sé cómo alguien puede mantener la entereza ante semejante bestia.

Deberían, los que mandan, ponerse el traje de esos bomberos y combatir los incendios en invierno. Limpiando bosques. Retirando malezas de los montes. Apostando por la naturaleza. Sólo así será el sonido del fuego fuente de felicidad y de magia, también, en las noches de San Juan.

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