España

Ione Belarra y los balidos de ‘Copo de nieve’

Copo de Nieve es el nombre de ficción de un personaje de dibujos animados que aparecía en la serie Heidi y cuya identificación es dudosa: su poca edad le hacía parecer un corderillo, pero algunos aseguran que se trataba de una cría de cabra de los Alpes

  • Ione Belarra, secretaria general de Podemos y ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030.

Ione Belarra Urteaga nació en Pamplona el 25 de septiembre de 1987. Es la hija mayor de un psicólogo y de una abogada cuyo origen es Alsasua. Tiene, por obvias razones de edad, una biografía corta. Ella misma admite estar muy “enmadrada”: de la madre dice haber aprendido un profundo sentido de la justicia. De su padre, la calma y la afición por la música que sonaba en La Mandrágora de Madrid en tiempos ya muy lejanos: Krahe, Sabina, Alberto Pérez, pero sobre todo Krahe.

Ione estudió en el colegio Larraona hasta que, influida por su padre (esto se deduce de que lo mismo hizo su hermana pequeña, Esther), comenzó a estudiar Psicología en la Universidad Autónoma de Madrid. Nunca fue una alumna destacada pero tampoco mostraba especial falta de aptitudes; estaba, como tantos, en la zona media de la tabla. En la Facultad conoció a Irene Montero, de quien se hizo muy amiga después de decirle que le gustaba mucho su bolso. Pero Belarra demostró más perseverancia en los estudios que Montero y así adquirió una formación algo superior. Además de la licenciatura en Psicología, se hizo técnica superior en Integración Social (FP), hizo un master en Psicología de la Educación y llegó al segundo año de doctorado en Educación, Desarrollo y Aprendizaje. Hoy dice que le gustaría estudiar Derecho.

En aquel tiempo de su primera juventud (la segunda es esta, porque tiene 34 años) no le interesaba tanto la política como el activismo social. Y también el patinaje de velocidad, algo en lo que llegó a ser muy buena, como recuerdan en el club UDC Txantrea. Ya de chiquilla trabajó en la Cruz Roja, en SOS Racismo y en la Comisión Española de Ayuda al Refugiado. Dicen quienes la conocen que es una mujer alegre, sonriente y calmada, cariñosa como un cordero pero también dura, cabezota y tesonera. Ah, y con unos “prontos” de corte romántico que la vuelven imprevisible.
Un amigo suyo inmigrante, que tenía un niño de pocos meses, fue deportado de manera repentina. Eso caló hondo en el corazón de Belarra y ha dedicado buena parte de su actividad a las personas migrantes.

Su carrera política ha ido siempre de la mano de su “compi” de Facultad, Irene Montero (y, obviamente, con Pablo Iglesias). Pero mientras Montero disfrutaba brillando y parloteando ante los micrófonos, Belarra parecía más cómoda en un segundo plano. Estuvo en los movimientos del 15-M, pero nunca llegó a formar parte del “núcleo fundador” de lo que pronto sería Podemos. Uno de sus primeros cometidos en la formación fue “organizar los aplausos”, una especie de jefe de claque de los antiguos teatros, función que ahora se ha trasladado a la política con todo éxito y en todos los partidos.

Belarra empezó a darse a conocer (poco) cuando, gracias a su amistad con Irene Montero, entró en Consejo Ciudadano Estatal de Podemos. Eso fue en noviembre de 2014. Lo hizo lo bastante bien como para ganarse el primer puesto en la candidatura de su partido al Congreso por Navarra en las elecciones de diciembre del año siguiente, 2015. Ganó el escaño. La nombraron vocal suplente de la Diputación Permanente y miembro (también suplente) de la delegación española en la Asamblea de la UIP. Lleva desde entonces en el Congreso, legislatura tras legislatura, sin dar un ruido ni molestar a nadie. No destacaba especialmente, pero era la que “siempre estaba ahí”. Fue nombrada portavoz adjunta del Grupo Parlamentario de podemos en 2017 (la portavoz era Irene Montero). Más o menos por la misma época se produjo la asamblea de Vistalegre II, en la que Pablo Iglesias fulminó al “errejonismo” y se hizo con el control total de Podemos. Belarra estaba ahí, como siempre. En el bando ganador.

Y entonces llegó su primer momento de gloria, cuando en el verano de 2018 Montero y Pablo Iglesias se tomaron bajas por maternidad, previstas en la ley. Cumplió muy bien. Le faltaba entrenamiento, costumbre en la tribuna, mañas en el debate público y la fuerza mediática que tenían otros compañeros, pero cumplió. Cuando la famosa moción de censura tumbó el gobierno de Mariano Rajoy (junio de 2018) y se terminó de formar el gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos, Belarra fue nombrada de nuevo para la segunda fila: secretaria de Estado para la Agenda 2030.

Pero entonces ocurrió algo imprevisto. Pablo Iglesias, vicepresidente del Ejecutivo, dejó el gobierno, se subió a su caballo blanco, tomó la lanza y se fue a combatir contra Isabel Díaz Ayuso en las elecciones regionales de Madrid. Fue en la primavera de 2021. El fundador y líder indiscutido de Podemos estaba convencido de que su magnetismo personal, su don de gentes y su brillantez política harían pedazos a aquella ambiciosa advenediza de la derecha. Se llevó una costalada de tales dimensiones que dejó la política, molido y quebrantado. Podemos se había quedado sin líder en una sola campaña electoral.

Belarra, tras la salida del gobierno del vicepresidente, vio cómo “corría el escalafón” y a ella le tocaba, en la cuota de Ministerios que controlaba su partido, el de Derechos Sociales y Agenda 2030. Empezó a llamar mucho más la atención, aunque solo fuese por los sonoros topetazos que se daba con la ministra de Defensa de su propio gobierno, la leonesa Margarita Robles. No se podían ni ver.

Pero apenas tres meses después de su toma de posesión como ministra llegó su segundo gran reto: fue elegida, por amplísima mayoría, secretaria general de Unidas Podemos, en sustitución de Pablo Iglesias. Había superado por fin a su amiga Irene Montero, que seguía de ministra pero que no ha dejado de declinar tras el adiós (político y personal) del Fundador. Los enemigos de Belarra dentro de Unidas Podemos (que los tiene, como todo el que destaca en España) empezaron a dejar de llamarla “la chica de la curva”, mote que le pusieron porque sus logros personales en política eran muy exiguos… pero siempre te la encontrabas ahí, como una sombra, protegida por Iglesias y Montero.

El mayor problema era la evidente bicefalia. Quien sustituyó a Iglesias en la vicepresidencia del gobierno fue la poderosa gallega Yolanda Díaz. Pero quien llegó a la secretaría general de Podemos fue Belarra. A la navarra le gustan la electrocumbia y el cine. A la gallega le encanta la ópera. Y sabe bien que no hay nada que haga saltar más chispas en una representación operística que un enfrentamiento entre dos divas, dos sopranos que, casi irremediablemente, intentarán oscurecerse la una a la otra.

Mientras Díaz va esparciendo por ahí su idea de un “nuevo proyecto político” (destinado, como es evidente, a reemplazar al languideciente Unidas Podemos), Belarra usa su poderosa voz, que la tiene, para que se la oiga.
El problema es que no siempre afina. Mentira parece en alguien de Navarra, con el oído que tienen allí. Estaba claro que Unidas Podemos no podía traicionar sus raíces y, en cuanto Putin invadió Ucrania, Belarra se agarró al asta de la bandera del “No a la guerra”. Posición muy compasiva la de oponerse al conflicto cuando este ya está en marcha, pero ya decía el filósofo Emile Cioran que “la compasión no compromete a nada; por eso es tan frecuente”.

Ahora bien; cuando Ione Belarra dividió la opinión de los españoles en dos, los que llamó “partidos de la guerra” y los demás, no terminó de darse cuenta de que en ese “los demás” estaba ella y casi nadie más. Su monumental ejercicio de demagogia no consiguió convertir al resto de los ciudadanos en unos asquerosos belicistas sedientos de sangre, sino en gente que se daba perfecta cuenta de que, sin el envío de armas a Ucrania, esta sería despedazada y destruida a manos de un tirano agresor. Cosa que aún puede ocurrir perfectamente. Eso de los “partidos de la guerra” (a toro pasado trató de sacar al PSOE de ese grupo; no lo consiguió) era de una insolidaridad espeluznante para con los ucranianos. Todo el mundo se dio cuenta. Menos ella.

Apaciguar a un matón es casi imposible. Bien lo supieron los europeos en 1938: en Munich, Neville Chamberlain cavó su tumba política por intentar parar a Hitler con sonrisas y buenas palabras, y cayeron sobre los campos de Europa 46 millones de cadáveres. La “no intervención” de las naciones democráticas occidentales hundió a la segunda República española. Comparar a los agresores con los agredidos, que piden armas para sobrevivir, es un disparate de tales proporciones que sobrepasa cualquier demagogia mal llamada “pacifista”. El balido de la señora Belarra salió desafinadísimo. Seguramente muy a su pesar. Pero es conveniente poner en marcha la máquina de pensar antes que la de hablar. Si no, pasan estas cosas.

Copo de Nieve

Copo de Nieve es el nombre de ficción de un personaje de dibujos animados que aparecía en la serie japonesa Heidi y cuya identificación taxonómica no está del todo clara: su poca edad le hacía parecer un corderillo, pero los exégetas aseguran que se trataba de una cría de cabra de los Alpes (Capra Ibex), completamente blanca, con la que Heidi jugaba y triscaba por los prados y florestas. Dicho de otro modo: el adorable Copo de Nieve era seguramente un íbice, antepasado de la cabra doméstica (que era la otra posibilidad con Copo de Nieve).

Si damos esa definición por buena, habremos de saber que el íbice alpino es difícil de domesticar; tiende al aislamiento y a vivir en los riscos, y seguramente desprecia a quienes no se atreven a tanto. De recién nacidos, los íbices alpinos son como absolutamente todos los óvidos: adorables. Mimosos, perezosos, juguetones cuando están despiertos. No molestan a nadie, no dan problemas a los mayores y son los destinatarios de las sonrisas de todo el que los ve, porque son cariñosos y tiernos. Muy listos no es que sean, ¿eh?, pero qué importancia tiene eso cuando eres una cabritilla pequeña a la que todos quieren.

Según demostraron Les Luthiers, el balido de estos animales puede ser bilabial nasal laríngeo, “Meeeee”, o bien bilabial fricativo laríngeo, “Beeee”. Hay un porcentaje de animales que unas veces balan “Meee” y otras “Beee”, según las circunstancias, y pueden clasificarse como animales de balido ambivalente o ambibalante.

En cualquier caso, el balido de los íbices mantiene una constante que es independiente de la edad que tengan: no se paran a pensar en lo que dicen, ni de recién nacidos ni de adultos. Prueba evidente de ello la tenemos en el célebre cuento Los siete cabritillos y Vladímir Putin, de los hermanos Grimm, en el que los siete recentales demuestran una considerable estupidez y son devorados por el lobo, que les había mostrado no solo la patita sino numerosas columnas acorazadas, bombas de racimo y aviones con certeros misiles. De eso sirve, queridos niños, balar sin sentido, creer que estás haciendo una gracia que te va a dar votos cuando en realidad estás balando una barbaridad que pone en peligro a todo un rebaño inocente, por lejano que esté.

Y es que hay cosas que un íbice adulto no debe balar si quiere que le tomen por sensato; ni con “Meee”, ni con “Beeee”, ni con “partidos de la gueeeerra”. Hay que tener más cuidado con lo que se bala, caramba.

Apoya TU periodismo independiente y crítico

Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación Vozpópuli