En casa pronto supieron que aquel chico espigado iba para figura. Tanto en el bachillerato, con los Marianistas de Cádiz, como en la Escuela de Ingeniería Industrial de Sevilla, Luis M. siempre consiguió unas notas que le delataban como un talento en ciernes. Antes de terminar sus estudios sevillanos, la Universidad de Illinois, USA, que pasa por ser la mejor del mundo en estudios de ingeniería, le llamó para ofrecerle una beca con la que poder cursar un postgrado. Tras casi un año en Inglaterra mejorando su inglés, marchó a la ciudad de los lagos para afrontar el reto, compatibilizando los estudios, como es norma en esas universidades convertidas en grandes consultoras, con trabajos para corporaciones como Boeing, Caterpillar o la US Navy, entre otras. Luis era uno de esos españoles brillantes llamados a desarrollar su carrera lejos de España, gozosamente obligados a elegir entre ofertas de trabajo de 175.000 dólares anuales de salida. Un doloroso acontecimiento familiar le hizo regresar a España, y hoy trabaja en Idom Consulting, empresa vasca líder internacional en el sector de servicios de ingeniería, ocupado ahora mismo en el diseño de la carcasa y el sistema de refrigeración del reactor de fusión nuclear europeo ITER. Un chico andaluz trabajando en una empresa vasca, el sur pobre en el norte rico, el fin de los tópicos, el mundo al revés, o la constatación de que una España distinta es posible, una economía basada en la tecnología, el conocimiento y la industria es posible, allí donde solo parecían tener cabida los servicios. Una España de ingenieros, frente a otra de albañiles y camareros. Tiene que ser posible.
A Luis le sorprendió en Chicago la sólida formación de los ingenieros españoles, frente a los de otras nacionalidades con los que compitió. El destino de muchos de ellos, como el de tantos profesionales liberales altamente capacitados, es, sin embargo, la emigración. España exporta hoy sin rubor un capital humano altamente cualificado tanto a países emergentes como a nuestros socios y competidores europeos, sin que aquí seamos capaces de crear las oportunidades vitales que reclama la generación quizá mejor formada de nuestra historia. Como ocurre con esa crisis política -por no hablar de la económica- que mantiene nuestra democracia bajo mínimos, también en este terreno estamos pagando la falta de visión de futuro de unas elites, una casta que decidió un día hacer tabla rasa del entramado productivo del país, para entregarse en cuerpo y alma a la especulación inmobiliaria y a la economía financiera como tótem exclusivo y excluyente de nuestra economía. Ladrillo y bancos. La caída del “modelo” nos obliga a repensar el futuro de España.
Si la industria significaba el 18,13% del PIB en 2000, el porcentaje se redujo hasta el 12,62% en 2009. En esos nueve años de burbuja el sector servicios pasó del 66,39% al 71,67%
El estallido de la burbuja vino a poner en evidencia las debilidades estructurales del tejido productivo español, con gran parte del antiguo parque industrial desmantelado, porque España iba a ser un país de servicios (la mitad de los casi 100.000 nuevos empleos generados en mayo lo fueron en la hostelería, pan para hoy y hambre para mañana), que no necesitaba depender de la industria. En efecto, si el sector industrial era responsable del 18,13% del PIB en el año 2000, ese porcentaje se redujo dramáticamente hasta el 12,62% en 2009. En esos 9 años de burbuja, el sector servicios pasó de representar el 66,39% al 71,67% del PIB. Según datos de Eurostat, el peso de la industria en el VAB total de Alemania era del 22% en el citado 2009, por el 18,8% en Italia y apenas el 15,1% en España.
Un denominado “Plan Integral de Política Industrial 2020”, elaborado en 2010 por la Secretaría General de Industria, siendo Miguel Sebastián titular de la cartera, del que nunca más se supo, aseguraba que “Dado el carácter global de los mercados, y la entrada en escena de los países emergentes con estrategias muy agresivas de competencia basadas en bajos costes laborales, la industria española apenas dispone de margen para seguir compitiendo en mercados internacionales en base a costes laborales reducidos”. El largo documento describía la situación de una industria que, en su conjunto, mostraba y muestra todavía un bajo contenido tecnológico, con el 85,4% de las empresas, el 64,7% de la producción y el 73,6% de la ocupación dedicadas a actividades manufactureras de intensidad tecnológica baja o media-baja; una excesiva orientación hacia el mercado interior, porque la fuerza de la demanda interna hacía innecesario pasar penalidades buscándose las habichuelas fuera; una reducida escala (con predominio de la pequeña y mediana empresa), atomizada, por tanto, lo que justifica su escasa orientación hacia el negocio global y su predilección por el mercado europeo; concentrada en actividades muy intensivas en trabajo y de bajo valor añadido, que por encima de todo había ido perdiendo competitividad de forma alarmante por la suma de los tres factores determinantes en los costes de producción: los laborales unitarios, que crecieron en España a un ritmo medio anual del 2,8% en el periodo 2000-2008, frente al 0,6% de la zona euro, el disparatado coste de la energía (la electricidad le sale a la industria española un 15,3% más cara que la media de países UE), y los costes logísticos.
El “milagro” de la revolución exportadora española
La brutalidad de la crisis, entendida como purga de los excesos cometidos por aquella economía financiera donde el dinero parecía brotar por generación espontánea, ha venido a provocar lo que algunos llaman ya el “milagro” de la revolución exportadora española. En efecto, España registró en el primer trimestre de 2013 la mejor balanza comercial trimestral desde que existen registros (año 1971), con una fuerte caída (-62% anual) del déficit comercial de bienes, lograda gracias al aumento hasta el 93,3% de tasa de cobertura, máximo histórico, casi diez puntos por encima de la obtenida en el mismo periodo de 2012 (83,6%). En el mes de marzo pasado, España consiguió el primer superávit comercial de su historia económica moderna. Ese record trimestral se consiguió gracias a unas exportaciones que en términos reales aumentaron un 5,3% interanual, mientras las importaciones cayeron un 3,7% interanual. ¿Estamos en los prolegómenos de un cambio de ciclo de los sectores no financieros, es decir, en la llamada economía real?
España registró en el primer trimestre la mejor balanza comercial desde que existen registros en el año 1971, con una fuerte caída del déficit comecial de bienes
Como señala Pedro Beneyto Arias, “el crecimiento de las exportaciones se ha logrado a pesar de que nuestros mercados tradicionales disminuyeron sus importaciones españolas (las dirigidas a la UE cayeron un 2,0%, por un 3,2% las destinadas a la zona euro), y mientras, primer trimestre del año, las ventas al exterior de Alemania caían un 1,5%, un 3,4% las de Francia, y un 4,4% las de Reino Unido”. Lo cual quiere decir que España está reorientando sus exportaciones hacia mercados donde la coyuntura es más favorable (un 22,5% de crecimiento las dirigidas a Asia); que están aumentando las ventas en sectores con mayor valor añadido e interconexión sectorial (en el primer trimestre, los bienes de equipo crecieron un 20,5%, en especial la maquinaria específica para la industria, un 83,8%, y el material de transporte, un 42%); que se diversifican tanto la variedad de los productos como el número de países a los que se exporta, y que está creciendo la base exportadora (58.932 empresas, un 8,8% más que en el mismo periodo del año 2012).
Todo ello ha hecho posible que el déficit de la balanza por cuenta corriente en el primer trimestre del año haya disminuido el 81,5% interanual (11.260,9 millones, el 1,07% del PIB) y que la necesidad de financiación externa de la economía en el mismo periodo haya descendido en 11.977 millones hasta sólo 1.169 millones (equivalente al 0,11% del PIB). En lo ocurrido ha jugado papel esencial una ganancia de competitividad que el Banco de España ha cifrado en el 2,6% para 2012. Dicho en otras palabras, el proceso de devaluación interna consecuencia de las reformas, particularmente la laboral, y los ajustes, ha permitido a España recuperar el 80% de la competitividad que había perdido desde 1998 respecto a la zona euro.
Sin industria no hay futuro
Cada vez parece más claro, por eso, que la salida de la crisis será a través del sector exterior o no será. “La contribución del sector exterior al crecimiento económico desde el inicio de la crisis está suavizando el impacto del ajuste interno de la economía” aseguraba ayer en El Mundo Pedro Antonio Merino, director de estudios de Repsol. “Hasta qué punto supone un cambio estructural es una cuestión todavía en el aire, pero existen señales que apuntan en esa dirección”. Una ventana de oportunidad que debería propiciar una reflexión colectiva sobre la necesidad de un Pacto de Estado dirigido a recuperar nuestra capacidad industrial y tecnológica, a reindustrializar España. La actividad industrial ha sido siempre una fuente de crecimiento y progreso, y un prolijo generador de ideas y tecnología que, transferidas a otros sectores, permite aumentar su productividad. Según José Manuel Sanjurjo, miembro de la Real Academia de Ingeniería, “si bien la salida de la crisis aconseja, a corto plazo, frenar el deterioro de la base industrial existente, sería un error asumir que este tejido podrá sobrevivir: la futura economía exigirá enfocarse cada vez más hacia la producción de componentes y productos de alto valor añadido y de sus servicios relacionados (High Complexity, High Value Manufacturing). Y esto exige transformar la base industrial europea y española de un modelo intensivo en mano de obra a otro intensivo en conocimiento”.
Un somero repaso a lo que ocurre en el País Vasco arroja pistas sobre el camino a seguir. El mundo no empieza y termina en el ombligo de la economía financiera
La crisis nos ha enseñado una gran lección que todos deberíamos aprender: sin industria no hay futuro, como tampoco lo hay sin pymes. Carente de materias primas, España sólo puede contar con la capacidad de su gente, el conocimiento que emana de su capital humano, la materia prima más valiosa. Dispone del esfuerzo y emprendimiento de tantos jóvenes bien formados, y del coraje de tantos empresarios como se han echado al mundo con su mochila al hombro: “Hoy no vendemos aquí ni un colín; todo fuera, y el dinero que gano fuera lo traigo a España para pagar los sueldos de las 600 personas que tengo en nómina”, asegura un importante empresario madrileño. Hay que volver a apostar decididamente por el I+D, romper las barreras mentales y técnicas de las políticas públicas que burocratizan y coartan la iniciativa empresarial, y enfatizar la importancia de las empresas tractoras como elemento estratégico capaz de desarrollar un parque de proveedores clusterizado, asentado en pymes altamente competitivas y con vocación internacional. Un somero repaso a lo que ocurre en el País Vasco arroja pistas sobre el camino a seguir. Es el caso de la antigua Iberduero, ejemplo vivo, con industriales serios al frente como fueron Gómez de Pablos y José Antonio Garrido, de cómo una acción estratégica seria desde la fortaleza de una empresa líder es capaz de crear tejido industrial e innovación tecnológica en un país o región.
El mundo no empieza y termina en el ombligo de la economía financiera. Recuperar la industria es vital, como lo es relacionar industria y competitividad, y reforzar la presencia internacional clusterizando nuestras empresas líderes con las pymes, poniendo, en definitiva, en valor la cultura industrial en detrimento de la cultura del monopoly y del artificio financiero. También crear las condiciones para que la iniciativa empresarial se inserte en el ADN de la juventud española. La crisis actual nos brinda la oportunidad de regenerar nuestra base económica, pero también la de recuperar esos valores, el del esfuerzo y el trabajo bien hecho, que parecen hoy los únicos capaces de alumbrar un futuro de prosperidad para nuestros jóvenes. Necesitamos recuperar el hambre de futuro.
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