Juan García-Gallardo Frings nació en Burgos el 18 de marzo de 1991. Es uno de los cuatro hijos (y único varón) de Juan Manuel García-Gallardo Gil-Fournier, abogado, y de Ana Patricia Frings Herrera, abogada también. Estamos ante una familia dedicada al Derecho desde hace al menos tres generaciones, porque el abuelo de Juan, Juan Manuel García-Gallardo del Río, fundó hace 65 años el despacho de abogados que lleva el nombre de la familia. Allí trabaja una de sus hermanas; la madre está en la Diputación Provincial de Burgos. Así que Juan casi no tenía más remedio que estudiar Derecho.
Lo hizo. Es inteligente y le fue bien. Ha presumido de que terminó la carrera "en tiempo y forma, no como otros, que tardaron el doble por estar jugando al mus en la cafetería". Este zasca va dirigido a Alfonso Fernández Mañueco, de quien hoy es vicepresidente en la Junta de Castilla y León. El caso es que el joven Juan se licenció en la Universidad Pontificia de Comillas, sacó un Máster en Derecho empresarial en Deusto, aprendió inglés y alemán (francés, pues no tanto), pasó un tiempo trabajando en las oficinas madrileñas de King & Wood Mallesons (un despacho internacional con sede en China) y por fin se incorporó al despacho familiar. Uno de los timbres de gloria de la firma García-Gallardo es haber defendido, varias veces con éxito, a la familia Ruiz-Mateos, lo cual sin la menor duda es prueba de lo avezados que están los García-Gallardo (también Juan, por supuesto) en las argucias jurídicas, la dialéctica y la prestidigitación procesal. Eso curte.
Todas las biografías que últimamente van apareciendo como setas sobre este joven letrado repiten una misma cosa: se le da muy bien debatir. De chico participó, con todo éxito varias veces, en concursos y competiciones de debate, lo cual puede que sea útil en una sala de vistas (no necesariamente) pero sí parece más provechoso para la actividad política.
Ya está. No hay mucho más. La juventud del personaje excusa mayores logros académicos, profesionales o bibliográficos. Hay una excepción con los logros deportivos: le gusta la equitación y ha ganado varios campeonatos. Tiene novia, Teresa, que también procede de familia de juristas. Juan resultó ser un millennial ni especialmente tímido ni tampoco un echao p’alante de los que van arrasando por la calle. Un chaval claramente de derechas, como casi toda la familia, simpático, que no hablaba demasiado y que no parecía molestar a nadie en especial.
Pero Juan García-Gallardo tiene una característica singular: los "prontos". Cuando se le sube la sangre a la cabeza, o cuando se pone estupendo, dice cosas tremendas de las que, eso sí, o no se arrepiente o lo hace… pero porque no le queda más remedio. Parece mentira en un especialista en debatir en público, pero es así. A la misma edad en que triunfaba en aquellos concursos “de oratoria y retórica”, que se habría dicho en otras épocas, este muchacho, nacido casi al mismo tiempo que las redes sociales y muy activo en ellas desde siempre, publicaba unos tuits que ya entonces ponían los pelos de punta.
Bien, en realidad los tuits son para eso: para armar bronca, para llamar la atención, para sentirse parte de un grupo cuya agresividad verbal se retroalimenta porque los miembros no quieren quedarse atrás en su protagonismo. Así funciona esa red. Pero esto es lo que escribía Juan García-Gallardo: "Me parece una gran idea recuperar a Raúl para la Eurocopa. Hay que heterosexualizar ese deporte repleto de maricones". Otro: "Qué ridículo suena que las mujeres exijan igualdad de trato, cuando lo que quieren es seguir siendo tratadas igual de bien que hasta ahora". Otro: "Ser feminista es una ridiculez, más aún si no eres una mujer". Otro: "¿Podrías decirme por qué se vivía peor con Franco? A los que no lo sabemos por experiencia personal nos gustaría saberlo". Otro: "Lo dice la podemita feminazi y lesbiana por experiencia propia. Sonia Vivas, experta en penes". Hay muchos, muchísimos más.
Lo más caritativo que se puede decir de esos mensajes es que no contienen ni una sola falta de ortografía, algo que es casi obligado si quieres ser popular en Twitter. Pero parece evidente que están escritos por alguien que pretende "dar caña", nada más, y a quien ni se le ha pasado por la cabeza dedicarse a la política. ¿Esa que reflejan los tuits es, hoy, la forma de pensar de Juan García-Gallardo? No es fácil saberlo. Borró casi todos esos mensajes. Eso es verdad. Pero solo cuando entró en política y cuando le pidieron que lo hiciese. Han estado a disposición de cualquiera durante bastantes años. No parece, pues, ni dolido ni arrepentido de lo que entonces dijo.
Pero los "prontos", tan fáciles en las redes sociales, no cesaron con la edad. Este le dedicaba a Pablo Casado… en diciembre de 2020: "Ojalá tú hubieras aprovechado mejor las oportunidades académicas que te dieron tus padres en lugar de dedicarte a colocar las sillas en los mítines del PP". Eso es lo que se llama ganar amigos.
Cuando escribió ese tuit, Juan García-Gallardo posiblemente ya había ingresado en Vox. Hay quien dice que lo hizo en ese mismo año, 2020; hay quien retrasa la fecha hasta junio de 2021. En cualquier caso, el motivo de su ingreso en las filas de la ultraderecha lo da él mismo: estaba harto de los recortes de libertades ciudadanas que impuso el Gobierno durante la pandemia. La lógica del argumento no es fácil de apreciar, y menos en un campeón internacional de debates, pero eso es lo que él dice.
No había participado en política en su vida. No había pertenecido a ningún partido, a unas juventudes, a nada. Pero Santiago Abascal necesitaba un castellanoleonés (en realidad necesitaba más de uno) para su candidatura a las elecciones a la Junta de esa comunidad, que se celebraron el 13 de febrero de este año. Le hablaron de aquel abogado burgalés que se había apuntado al partido hacía nada. Conversaron. Abascal ofreció a García-Gallardo un puesto con escaño seguro. El abogado le respondió que, o encabezaba la lista, o nada. A Abascal le hizo gracia aquel arrojo casi juvenil y le puso de número uno; total, ¿qué más daba? Las encuestas pronosticaban un crecimiento espectacular de la extrema derecha, fuese quien fuese el candidato, en aquellas elecciones forzadas por la ambición y la escasa capacidad de cálculo de Pablo Casado. Y a Abascal le cayó bien aquel abogado listo, aficionado a los toros, que defendía la sublevación de Franco y que hablaba tan bien. Cuando hablaba.
García-Gallardo hizo una campaña discreta, sin grandes alharacas ni apenas "prontos" de los suyos; mientras Casado parecía enloquecer y se dedicaba a meterse en todas las granjas, en todas las plazas y en todos los charcos, el candidato de la extrema derecha hizo la campaña, por decirlo claramente, de un novato que no sabe lo que hay que hacer y se ve obligado a dejar la estrategia en otras manos. Pero salió bien.
"Tienes cara de vicepresidente", le dijo un exultante Abascal la misma noche de las elecciones. Así fue. Casado, aprendiz de brujo, consiguió que el PP de Castilla y León cambiase su alianza con un partido sensato y leal por otra con un partido "trumpista" que nunca se sabe lo que va a hacer, salvo intentar "comerse" al partido con el que se acaba de aliar. Gracias a esta colosal jugada, la extrema derecha entró en un gobierno autonómico en España, por primera vez. Y Juan García-Gallardo se sentó, en las Cortes de Castilla y León, a la derecha del presidente Mañueco. El que no estudiaba porque prefería jugar al mus, según él.
Juan García-Gallardo no ha causado grandes dificultades ni ha protagonizado escándalos durante tres meses. Eso es parte de su naturaleza. Pero hace unos días, en las Cortes, tuvo una “enganchada” con una procuradora del PSOE, Noelia Frutos, a propósito de una discusión (más bien retórica, en los términos en que se planteó) de las personas con discapacidad. Al señor vicepresidente, que obviamente no está acostumbrado a las puñalás verbales de los parlamentos, se le volvió a subir la sangre a la cabeza y dijo esto: “Mire, señora Frutos, yo no le voy a tratar con ninguna condescendencia y le voy a responder a sus faltas de respeto como si fuera una persona como todas las demás…”. El presidente Mañueco bajó la cabeza. La Cámara reventó de gritos. Aquello era un insulto como la copa de un pino.
¿Por qué? Porque Noelia Frutos, diseñadora gráfica, parece enanismo distrófico y se desplaza en silla de ruedas. Era el peor momento para que a García-Gallardo se le ocurriese hacer un "tuit verbal" de los suyos o le diese uno de sus clásicos "prontos". Pero eso fue lo que hizo. Y, fiel a la estrategia de su partido (inspirada en Donald Trump, a quien se lo enseñó Roy Cohn: nunca pidas perdón por nada, sea lo que sea), rechazó tajantemente la posibilidad de disculparse. Se ratificó en sus palabras. Varias veces.
Imposible saber qué peso tendrá este incidente en la campaña andaluza, ya inminente. Imposible también saber si, por seguir el lema de "sostenella y no enmendalla", Vox pasará a incluir entre su colección de consignas el desprecio a los discapacitados. Y aún más imposible averiguar qué hará a partir de ahora Juan García-Gallardo. Puede pasar cualquier cosa. O ninguna. Quizá ninguna.
El gecko leopardo
El gecko leopardo (Eublepharis macularius) es un animal pequeño y escamoso, como todos los geckos. Es un reptil que pertenece a la no siempre bien avenida familia de los eublefáridos, y es corriente en Oriente Medio, India, Pakistán y, últimamente, también en Valladolid, por lo que va pareciendo.
Parece una lagartija grande, amarillenta y con motas más oscuras, negras o rojizas. Para su desdicha, carece de las almohadillas adhesivas que tienen en los dedos muchos otros geckos, con lo cual no pueden hacer proezas como caminar por el techo o por la parte inferior de un cristal. Pero sí pueden trepar convenientemente, estén preparados para ello o no. Todo depende de dónde les pongan.
Se alimenta de insectos, que son más pequeños que él. Es, por lo común, un animal callado, tranquilo y poco dado a los aspavientos. Pero hay algo que le hace temible: sus gritos. Como dice National Geographic, al gecko leopardo le dan unos arranques, arrebatos, ímpetus, raptos, accesos de cólera o prontos que dejan helado a cualquiera. Sobre todo porque nadie espera unas furias tan terribles de un bicho tan pequeño y de apariencia tan jurídica y tan discreta.
Cuando se dispone a cazar, y cuando sabe que tiene la presa segura, el gecko leopardo abre la boca, bufa un segundo y a continuación emite un chillido espeluznante. Luego, muerde sin contemplaciones y después ya sí, ya se queda tranquilo. Algunos dueños de geckos (es muy popular como mascota) llegan a pensar que el animalito está poseído, siempre según el National Geographic.
¿Y qué dice el gecko cuando le dan esos espasmos rabiosos? Pues eso es lo curioso: que en realidad no dice nada. Nada importante, al menos. Se limita a chillar, a amedrentar, a provocar antes de hincar los dientes. Pero decir, lo que se entiende por decir, pues poca cosa. Así que no hay que tomarlo demasiado en serio. Si acaso, cogerle con cuidado y devolverlo a su terrario electoral, del que nunca debió salir.
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