Lamine Yamal Nasraoui Ebana nació en Esplugues del Llobregat (provincia de Barcelona) el 13 de julio de 2007. Es el hijo que tuvieron Mounir Nasraoui, emigrante de origen marroquí que ha trabajado en cincuenta cosas, y su entonces pareja, la ecuatoguineana Sheila Ebana. Cuando Lamine nació, su padre tenía 21 años y su madre 16.
¿Educación y currículo? No digamos tonterías. Lamine Yamal cumple 17 años hoy, sábado 13 de julio. Un niño de 17 años no tiene biografía a no ser que sea W. A. Mozart. No le ha dado tiempo. Lo único que se puede decir es que ha terminado la ESO hace unos días, que está aprendiendo inglés con bastante facilidad y que desde que supo andar muestra una inteligencia superior a lo normal.
Podría decirse que nació con un balón pegado a los pies. Hay por ahí una foto en la que Lionel Messi le hace cucamonas a un Lamine recién nacido y gordezuelo. Pero el chaval se crio en el barrio de Rocafonda, en Mataró, un lugar nada idílico al que la extrema derecha califica de “estercolero multicultural” porque el número de vecinos de origen foráneo supera el 30%. El balón es casi lo único con que los niños pueden entretenerse.
Hace algunos años, el legendario entrenador argentino César Luis Menotti dijo que, entre la gente más humilde, había dos tipos de futbolistas, en función de dónde se habían acostumbrado a jugar. Estaban los futbolistas de playa (Ronaldinho, por ejemplo) y los de barrio, como Messi. Y como Lamine Yamal. Críos pequeños habituados a manejar la pelota en canchas de cemento o de tierra y a lidiar con chavales mayores que ellos: todo un aprendizaje de supervivencia porque ahí, en esas condiciones, o te mueves como una sabandija o puedes acabar en Urgencias.
Lamine Yamal no levantaba un metro del suelo (tenía cuatro años) cuando un especialista, Inocencio Díez, vio jugar a la criatura en el campo del club La Torreta, en La Roca del Vallés. No lo dudó un segundo. La Torreta fue el primer equipo del chavalín, que corría como un conejo y sabía hacer de todo. Allí estuvo dos años. A los siete llamó la atención de un cazatalentos del Barcelona, Jordi Roura, quien tampoco tuvo la más mínima duda: aquel tapón morenito que no se estaba quieto un segundo tenía que entrar en la “familia” del Barça, como fuese.
Era difícil porque la vida de Lamine Yamal era un constante vete y ven. Sus padres, ya separados, vivían una en Granollers y el otro en Mataró. El centro de la vida del niño estaba en Rocafonda, Mataró: allí tenía a sus amigos y allí estudiaba, pero se pasaba la vida entre un sitio y otro. Una edad difícil y un entorno que lo era todavía más. Cuando el chico empezó a jugar en las categorías infantiles del Barcelona, era su padre quien le llevaba a los entrenamientos, a veces casi sin dormir y siempre en tren porque no había dinero para más.
El club le concedió una beca de estudios, pero la familia era complicada, el entorno también y el dinero parecía escurrirse entre los dedos. Así que, cuando Lamine tenía trece años, lo metieron en La Masía, la fábrica de genios del Barça. Era la única manera de controlar los horarios, el descanso, la alimentación, las rutinas, las compañías y hasta el dinero del crío, al que empezaba a acercarse demasiada gente. Puso su administración financiera en manos del grupo de Jorge Mendes. Pero nada habría sido capaz de separarle de su barrio de Rocafonda (cuyo código postal ya conoce medio mundo: 08304) ni de sus amigos de chavalín, su primo Mohamed y su colega Sohaid.
Desde los trece años hasta ahora, la carrera deportiva de Lamine Yamal ha sido parecida a una centella. Entró en el equipo Juvenil A un poco por la puerta de atrás, porque no tenía la edad suficiente; pero tenía todo lo demás. Xavi Hernández, entonces entrenador del primer equipo, se quedaba con la boca abierta cuando le veía jugar y le hizo debutar contra el Betis ¡a los quince años! Los aficionados de todo el mundo se preguntaban quién era y de dónde había salido aquel cachorrito zurdo que se movía como una ardilla, que atacaba tan bien como defendía, que llevaba “brackets”, que se había puesto unos rizos rubios en los caracolillos del pelo y que parecía siempre tan tranquilo, porque el mareo de la fama no se le había subido a la cabeza en absoluto. Eso a pesar de los siete goles que había marcado con los diversos equipos del Barcelona.
Hubo un momento en que tuvo que tomar una decisión importante. Su extraordinaria calidad hizo que empezasen a llegarle tentaciones de tamaño estatal. Su padre es marroquí. Su madre, ecuatoguineana. Él es español. ¿Con qué selección nacional querría jugar? Lamine Yamal ni se lo pensó: España. Debutó con las selecciones sub15, sub-16 y sub-17 entre 2021 y 2023. Doce goles.
Con 'La Roja', con la selección española absoluta, se estrenó en 2023. Formó de inmediato un tándem perfecto con otro niño, el navarro Nico Williams (de padres centroafricanos), de 21 años, y su gran momento llegó el pasado 9 de julio, en el partido de semifinales de la Eurocopa contra la poderosa selección de Francia, la de Mbappé, Dembelé, Griezmann, Camavinga y los demás. En el minuto 21 (España iba perdiendo), Lamine Yamal recibió un pase, cambió la pelota del pie derecho al izquierdo con su habilidad de regateador de barrio, dejó estupefacto a un defensor y, desde fuera del área, lanzó un zurdazo perfecto, impecable, que se coló exactamente por la escuadra del portero francés, Maignan. Los más viejos del lugar recordamos de inmediato el legendario gol de Zidane al Bayer Leverkusen, en la final de la Champions League de hace 22 años. Fue muy parecido.
Su padre, Mounir, vestido con la camiseta de la selección española, botaba y cantaba, exultante: “Yo soy español, español, español”. El gol del pequeño cachorrito entró no solo en la portería francesa sino en la historia de la selección. El Rey de España lo comentó, maravillado, en la entrega de los premios de la Fundación Princesa de Girona.
Y el niño dice: “Lo de ser un icono no me ayuda nada en el campo”. Pues a ver cómo lo hace, porque ha roto ya como cincuenta récords de precocidad, hay quien le compara con Pelé y hasta Messi (el ídolo de Lamine Yamal desde que era niño) se deshace en elogios hacia el muchachito.
Ya no va en tren a los entrenamientos. Ahora le llevan en coche, porque no tiene edad para conducir. Y sigue haciendo con los dedos el número 304, últimos dígitos del código postal de su barrio. Como habría dicho Winston Churchill, “Rocafonda rules”.
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El border collie es un perro de trabajo, o perro pastor, cuya raza procede de Inglaterra y Escocia. No es demasiado grande y su pelaje es casi siempre blanco y negro. Quienes recuerden la película “Babe, el cerdito valiente”, sin duda lo tendrán en la memoria porque los maravillosos perros del granjero Hoggett eran justamente border collies.
Este cánido guapo y elegante, de formas armónicas, tiene una característica singular: es el perro más inteligente del mundo. En cuanto a cerebro, ninguna otra raza de cánidos puede compararse ni lejanamente con él. Sus habilidades son extraordinarias, lo mismo que sus reflejos, su agilidad, su capacidad para tomar decisiones rápidas y desde luego su lealtad al amo. Esto por no hablar de su simpatía… y de su humildad. ¡Y esto se nota desde que son cachorros! El border collie es uno de los perros más precoces que se conocen, y está en condiciones de trabajar como el que más a edades en que otros perros todavía buscan los mimos de mamá.
No consta en los anales de la ciencia veterinaria que un border collie se haya visto en la tesitura de meterle un gol a Francia, al menos no en una Eurocopa. Pero ya veremos lo que pasa el día en que a alguien se le ocurra proponérselo…
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