Laura Borràs i Castanyer nació en Barcelona el 5 de octubre de 1970. Es hija del médico Antoni Borràs Gaju, ya fallecido, y de su esposa, que fue agente de seguros. Era la suya una familia acomodada; no en vano Laura estudió en la Escola Virolai, institución moderna y laica fundada en los años 60, pero que no es precisamente un centro de alfabetización para obreros. Laura salió inteligente, alta y, como el tiempo demostraría, un tanto pagada de sí misma. Escribía bien desde chiquilla; estaba acostumbrada a ganar premios en juegos florales y certámenes por el estilo.
Estaba claro que lo suyo eran las letras. En 1993 se licenció en Filología catalana por la Universidad de Barcelona. Cuatro años después se doctoró en Románicas por la misma Universidad con una tesis sobre textos medievales (Formas de locura en la Edad Media) que fue muy celebrada… por sus amigos, que siempre tuvo muchos. Pero hubo algunos profesores que no se mostraron tan entusiastas. El ya fallecido catedrático Gabriel Oliver Coll se preguntaba cómo pudo salir adelante aquella tesis escrita por una persona que “no sabía ni latín, ni provenzal, ni francés ni catalán antiguos”. Eso es parecido a presentar una tesis doctoral en Matemáticas sin saber multiplicar ni dividir.
Este problema se planteó cuando Laura Borràs optó a una plaza en el equipo de profesores del Departamento de Literatura Comparada que dirigía el catedrático (hoy jubilado) Jordi Llovet i Pomar. Había que votar. Laura Borràs tenía que salir o el propio Departamento correría riesgos. Salió, desde luego. El profesor Oliver no asistió a la sesión para no tener que votar en contra, pero salió. Esa es la ventaja de tener muchos amigos en los puestos apropiados. Esto lo cuenta el propio catedrático, Jordi Llovet, que votó a favor y que hoy dice: “Todo lo que ha pasado más tarde en la vida de Laura Borràs es, por lo tanto, al menos en parte, culpa mía”.
Llovet recuerda también cómo se presentó Borràs a unas oposiciones para ser profesora titular. El otro candidato era el filólogo David Viñas Piquer. Viñas presentó una memoria y un proyecto docente de incuestionable seriedad y mérito. El de Borràs no tenía, ni mucho menos, aquella altura, pero ella se justificó explicando que había estado de parto y que lo había pasado mal, y que por eso no había podido hacerlo mejor. Por si le faltasen argumentos, Borràs se presentó acompañada de un grupo de familiares y amigos –sigue diciendo Llovet– que gritaban y exhibían pancartas en favor de su candidata, y que aseguraban que si le daban la plaza a Viñas se demostraría que el tribunal estaba amañado. Este argumento clásicamente trumpista, “si pierdo yo es que ha habido fraude”, es lo nunca visto en una prueba académica y en una Facultad de Letras, pero así lo recuerda el catedrático Llovet. También tiene memoria de que Borràs recurrió a la ayuda de amigos muy influyentes para ganar la plaza. Todo lo cual prueba lo importante que es tener amigos en esta vida.
Gracias a ellos Laura Borràs, cada vez más segura de sí misma y más afianzada en su posición cerca del poder nacionalista, obtuvo numerosos puestos, premios y distinciones que sería largo detallar aquí. Colaboró profusamente en medios de comunicación de corte nacionalista o secesionista. Su amigo Artur Mas, presidente de la Generalitat de Cataluña, la nombró en 2013 directora de la Institución de las Letras Catalanas. Su no menos amigo Quim Torra, presidente de la Generalitat de Cataluña después de la fuga de Carles Puigdemont, la hizo Consejera de Cultura del gobierno autónomo catalán. Eso fue en 2018. Entre 2019 y 2021 fue diputada en las Cortes Generales (Congreso de los Diputados) en representación de su partido, JxCat, que antes fue CNxR, a su vez escisión de PDeCAT, heredero que fue de CDC. Para entendernos: el partido que acabó siendo de Carles Puigdemont. En esos dos años fue la portavoz del partido en el Congreso. Después fue diputada por Barcelona en el Parlamento autonómico de Cataluña, y por fin, desde el 12 de marzo de 2021, presidenta de ese mismo Parlamento.
Pero pasó algo no previsto. Veinte años antes, a principios del presente siglo, la filóloga Borràs había impulsado un organismo interuniversitario que se llamó Hermeneia. Este grupo estudiaba las conexiones entre los estudios universitarios y las tecnologías digitales, algo que siempre interesó mucho a Borràs. Allí conoció a un informático que se llamaba Isaías Herrero. Este hombre sería profesor en el posgrado de Literatura Comparada y Literatura digital… que, casualmente, Borràs dirigió en la Universidad de Barcelona. También Isaías Herrero ganó tres veces (2006 y 2007; en este último año logró dos galardones) el premio Ciutat de Vinaròs de Literatura digital… que, casualmente, impulsaba Borràs a través de Hermeneia, y que tenían una nada despreciable dotación económica. Quizá no hemos dicho aún lo importante que es tener amigos en esta vida.
En octubre de 2021 se abrió un proceso judicial por corrupción ante el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. Laura Borràs habría cometido malversación, prevaricación, fraude y falsedad documental. Entre 2013 y 2018 fraccionó presuntamente 18 contratos por valor de 300.000 euros para favorecer a su amigo Isaías Herrero, pertinaz ganador del premio Ciutat de Vinaròs. Fue apeada de la presidencia del Parlament y suspendida como diputada, a pesar de que hizo lo que cabía esperar: envolverse en la bandera catalana y clamar que aquello era una conspiración contra Cataluña.
Laura Borràs, la autora de libros impagables como Filla del’1 d’octubre (de 2017: la parodia de referéndum de autodeterminación organizado ilegalmente por los secesionistas, el momento culminante del llamado procès), fue la persona que el pasado 17 de agosto, en las Ramblas de Barcelona, asistió impertérrita al sabotaje que unas decenas de independentistas cometieron contra el homenaje a las víctimas de la matanza yihadista de agosto de 2017. Y luego se acercó a los saboteadores para saludarlos, llena de sonrisas, y para dejarse abrazar, aclamar y ser llamada “presidenta”. Todos los grupos políticos, incluido el suyo (al menos parte del suyo, JxCat) han condenado severamente tanto el sabotaje como la actitud jactanciosa y provocadora de esta mujer que siempre ha tenido tantos y tan buenos amigos.
La jactancia del áspid
El áspid (Vipera aspis) es una especie de víbora de la familia de los vipéridos. Como todas las víboras, es venenosa. Es fácil encontrarla en toda Italia, la mitad inferior de Francia y el norte de España. Incluida buena parte de Cataluña, desde luego.
Es un animal social, sobre todo en la época de la cópula y la procreación. Es fama que los áspides defienden a sus amigos o congéneres frente a los ataques de los depredadores. Mejor dicho: los defienden hasta que dejan de considerar útil o conveniente hacerlo. Entonces ya los defienden un poco menos.
Su mordedura es muy dolorosa, como saben bien quienes no son áspides, y puede llegar a causar la muerte, pero en realidad se trata de una víbora pequeña (apenas pasa del medio metro de longitud) y no puede decirse que sea de las serpientes más tóxicas del mundo. Se alimenta de otros reptiles, roedores y subvenciones: nada singular en nuestro país.Lo que le pasa al áspid es que se cree mucho más importante de lo que en realidad es, quizá por su notable papel en la literatura clásica y en la historia de Roma. Es una víbora leída, por así decir, lo cual conlleva cierta jactancia que se aprecia en su mirada. El áspid se hizo muy famoso gracias a Shakespeare, a Haendel y a Elizabeth Taylor, porque es fama que Cleopatra, última reina de la dinastía ptolemaica de Egipto, se quitó la vida haciéndose morder en el pecho por uno de estos jactanciosos animalitos. Tras un óbito tan teatral, Egipto se dejó de ilusiones y pasó a ser una provincia o comunidad autónoma más del Imperio Romano. Y la vida continuó sin mayores contratiempos.
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