María Teresa Castells, José Ramón Rekalde e Ignacio Latierro. A poca gente le resultarán familiares estos nombres, pero son tres héroes contemporáneos, al menos en la definición que les hubiera otorgado George Eliot (“Que el bien siga creciendo en el mundo depende en parte de actos no históricos”). Entre lo cómodo y lo justo, eligieron lo segundo. Hace medio siglo abrieron la librería Lagun en pleno corazón de San Sebastián. Hoy resiste como un símbolo de la resistencia antifranquista y contra ETA.
Ubicado en la calle Urdaneta, este “Fuerte Apache” parapetado entre paredes de libros que llegan hasta el techo ejerce como protagonista de un documental llamado Lagun y la resistencia contra ETA (Quality Media). Estrenado en la pasada edición del festival de cine de Valladolid, se emitirá próximamente en TVE. Está llamado a ser uno de los documentos imprescindibles en la construcción del relato de la lucha contra el terrorismo etarra. El proyecto vital de estos tres libreros vascos sirve de hilo conductor para repasar la dictadura que quiso imponer la organización criminal.
El filósofo Fernando Savater, periodistas como José María Calleja, escritores de la talla de Fernando Aramburu… clientes, vecinos, familiares y amigos hacen memoria de los años en los que comprar un libro en Euskadi suponía un acto de rebeldía. El documental se proyectó este jueves en un abarrotado cine de Bellas Artes de Madrid. En la sala había varios miembros del Gobierno como los vascos Isabel Celaá o Fernando Grande-Marlaska, algunos protagonistas de las imágenes, víctimas y políticos desde Borja Semper hasta el diputado de Bildu Jon Iñarritu.
Lagun ha sido el símbolo de resistencia más importante que hemos tenido en la ciudad y la prueba es que no han podido con ella
“La librería Lagun ha sido un ejemplo de lo que ha supuesto la resistencia del País Vasco”, “ha sido un ejemplo de lo que la ciudadanía valiente ha podido hacer desde la cultura desde la difusión de las ideas”, “esos sí que aguantaron dos dictaduras, la de Franco y después de los totalitarios, de los intransigentes de ETA”, “ha sido el símbolo de resistencia más importante que hemos tenido en la ciudad y la prueba es que no han podido con ella”... Varias voces en off sirven de prólogo a un viaje que pasó de las visitas de los censores del régimen o una bomba de los fascistas Guerrilleros de Cristo Rey a los cócteles molotov de ETA.
María Teresa Castells era una apasionada de la lectura. Su marido, José Ramón Rekalde, un exabogado donostiarra que había militado en el antifranquismo pagando el precio de la cárcel y la tortura. Ignacio Latierro -el único que sigue con vida- se sumó a la pareja para fundar Lagun (Compañero). “Éramos el mayo del 68 donostiarra”, dice a la hora de describir las ansias de libertad y las primeras inquietudes políticas de su generación.
El guion de José María Izquierdo y Luis R. Aizpeolea engarza los acontecimientos que marcaron a la sociedad española en el último medio siglo con los testimonios de quienes lo vivieron en primera persona. Vuelven a verse las imágenes de calles repletas de manos blancas, el grito desesperado en la plaza de Ermua cuando se anunció el asesinato de Miguel Ángel, las primeras convocatorias de Gesto Por la Paz o Basta Ya, los coches bomba, las viudas y los huérfanos. Y en medio de ese ecosistema de terror, la librería como un objetivo más.
En 1983 les pintaron la fachada por primera vez al negarse a participar en una huelga en apoyo de un etarra muerto
En 1983 les pintaron la fachada por primera vez al negarse a participar en una huelga en apoyo de un etarra muerto al manipular explosivos. La respuesta de la Guardia Civil a la petición de protección fue que no se atrevían a entrar en la parte vieja de la ciudad, tomada por los proetarras. Años después, les rompieron las lunas del escaparate al exhibir un libro homenaje a Gregorio Ordóñez.
El peor día fue en plena Nochebuena de 1996. “Ese día -rememora Latierro- sí que habían conseguido echar todos los cristales abajo. No existía puerta, habían echado pintura a todas las estanterías. Tuve la sensación que se había acabado”. El desenlace fue el contrario, la gente fue en oleadas a comprar los libros manchados como muestra de solidaridad. Aún hubo más ataques que les obligaron a cambiar desde la plaza de la Constitución a su ubicación actual. Para el traslado hubo que hacer un crowdfunding cuando todavía no se llamaba así. El día de la inauguración había más escoltas que clientes.
Entre la pluralidad de perfiles, el contrapunto lo ponen testimonios como el de Ramón Saizarbitoria, escritor euskaldun, que reconoce que él estaba en “otra banda”, la de la izquierda abertzale y admite que tardó en caerse del caballo. Pero nunca entendió “por qué elegían a esta gente para hacer los atentados”. Fernando Aramburu, autor de ‘Patria’, lo explica así: “Quemar libros en la memoria colectiva es algo injustificable, por supuesto no voy a poner a los libros por encima de las personas, pero quien quemó libros quedó mal en la historia colectiva”.
María Teresa Castells, a su marido tras sufrir un atentado: "No te preocupes, José Ramón, que de un tiro en la boca no se muere nadie"
Uno de los éxitos del documental es la forma en la que combina la dureza del recuerdo con los guiños de humor que engrandecen si cabe más la dignidad de sus protagonistas. Como cuando Latierro recuerda la mañana en la que se encontraron la librería reventada y llena de pintura. Un mendigo que acostumbraba a pasar la noche junto a su escaparate se esforzaba en dejar claro que él no había sido. En otra ocasión, los proetarras quemaron toda una estantería que estaba pegada a la entrada. Coincidió que eran las baldas donde estaban los diccionarios de euskera.
Andrés Rekalde, hijo de los libreros, narra así el momento en el que ETA intentó asesinar a su padre con un disparo en la mandíbula al bajar del coche:
-‘¡¿Qué ha sido eso, Ramón?!’
-“Un tiro”
-“¡¿Un tiro a qué?!
-“Un tiro a mi”.
Ya nerviosos lograron subir las escaleras y llamar a emergencias. “Mi madre trataba de convencer a mi padre: ‘No te preocupes, José Ramón, que de un tiro en la boca no se muere nadie”. José Ramón no murió. Su librería, tampoco.
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