El fuego amigo apunta de nuevo hacia un despacho de Moncloa. Soraya Sáenz de Santamaría corre el riesgo de convertirse en el chivo expiatorio del zafarrancho independentista catalán. “Se buscan culpables”, comentan en el PP. Alguien tiene que aparecer como responsable del gran fiasco. Hay en marcha una campaña interna de descrédito a la vicepresidenta, aseguran en estas fuentes. Lo primero, dicen, es frenar el referéndum. Luego, "que cada palo aguante su vela". Y la de Santamaría es difícil de sostener, señalan.
El acelerón y cambio de estrategia de los secesionistas es clave. El anzuelo del 1-O era, hasta hace nada, la ‘independencia’. Estrictamente. Se pasó luego a las urnas y el ‘queremos votar’. Tras la operación Anubis, con las sorpresivas detenciones de altos cargos de la Generalitat y el desmantelamiento de gran parte de la logística de la consulta, se ha pasado abiertamente al “Rajoy, represor”. El presidente del Gobierno aparece ahora en el punto de mira de los miles de catalanes que se han echado a las calles. Podemos se ha subido a este carro. “Presos políticos, represión, estado de sitio, vuelta al franquismo”. Pasado el jalón de referéndum, quizás también el PSOE señale al presidente como el principal artífice de la mayor crisis vivida en la España democrática. Esta es una de las preocupaciones de Moncloa.
El futuro político de Mariano Rajoy está en juego, pendiente de un hilo. Pase lo que pase el 1-O, el mal ya está hecho, se piensa incluso en sus filas. Un problema sin fácil solución. Alguien tendrá que apechugar con la culpa. Soraya Sáenz de Santamaría pasaba por ahí y está a punto de convertirse en el ‘pato de la boda’, de acuerdo con estas versiones.
El fuego amigo está de nuevo en danza. A Santamaría le adjudicó Rajoy, hace menos de un año, una misión envenenada e imposible. Le descabalgó del micrófono de los viernes en el Consejo de Ministros y le nombró ‘ministra para Cataluña’. Una catapulta hacia el cadalso político, pensaron en su entorno. Luchadora y eficiente, Soraya aceptó el reto y se puso en marcha. Organizó un personal ‘puente aéreo’, nombró a Enric Millo su embajador en Barcelona, se buscó un despachito en la delegación de Gobierno y la ‘operación diálogo’ se puso en marcha. “Voy a hacerme imprescindible en Cataluña”, aseveró entonces.
Junqueras, nada de fiar
Para sacar adelante sus planes, la vicepresidenta confió en el personaje más sibilino y falsario del Govern. Descartó cualquier entente con Puigdemont, ‘un locoide paranoico’ decían en el Gobierno, y comenzó a granjearse la simpatía del número dos del Govern, Oriol Junqueras, todo amabilidad, buenas palabras, afable hasta el almíbar, ambicioso y traidor.
Junqueras quería ser presidente. A Soraya no le venía mal la apuesta. ERC podía convertirse en la nueva Convergencia. Separatista hasta la médula pero con intereses muy particulares. Con un PDeCat declinante, Junqueras sería el nuevo representante de los catalanes en Madrid. El que abre puertas, logra favores, consigue presupuestos, redondea tratos. Una mezcla de Pujol y Roca. Un independentista sin urgencias. Aquella foto en la inauguración del Worldmobile, con su manita sobre el hombro de la vicepresidenta, pareció la consumación de la gran jugada, el principio de una duradera amistad.
Puigdemont, pese a su obnubilación enfermiza por convertirse en Jefe del Estado catalán, se olió la jugada y colocó a Junqueras en la sala de máquinas del referéndum. El líder de ERC no tenía escapatoria. Quedó investido como el responsable máximo de la infraestructura del 1-O. Financiación, informática, estrategia, logística…Todo pasaba por su despacho. Todo dependía de él y de su equipo, desmontado días atrás por iniciativa judicial. Puigdemont calentaba el ambiente con sus mítines exaltados y Junqueras debía organizar la gran jornada.
Tarde se apercibió Santamaría de la trampa. Tampoco el CNI estuvo muy avisado en este trance. Junqueras, que no podía defraudar a los dos millones de separatistas que anhelaban la gran desconexión, se vio atrapado en la red que le tendió su 'president'. Y se echó al monte con indeciso entusiasmo. La vicepresidenta se quedó sin interlocutor, sin punto de apoyo, sin pareja de baile.
El diálogo se esfumó. Después de semanas de trabajo, de viajes, de verse con decenas de representantes políticos y sociales de Cataluña, la operación Soraya hacía aguas. La vicepresidenta empezó a escuchar críticas a su labor. Alguno de sus compañeros de Gabinete deslizaba en secreto ácidos comentarios. El exminsitro de Exteriores, García Margallo, su feroz enemigo, alimentaba diariamente la hoguera.
Militares en el Prat
En el partido también algunos se sumaron a la campaña. Dolores de Cospedal, con inteligente sigilo, aguardaba el final de la partida. La secretaria general del PP ha permanecido alejada del laberinto catalán. Los separatistas querían tanques en la Diagonal, para redondear la foto. Tras el atentado de las Ramblas, la ministra de Defensa esquivó el nivel 5 de la alerta antiterrorista, que obligaba al despliegue del Ejército. Ni un soldado por las calles de Barcelona, ni un militar presente en El Prat.
“Eso es cosa de Soraya. Lo de Cataluña es su negociado”, comentan en Génova. Impávida ante los comentarios, que pretenden descabalgarle de cualquier opción de futuro, la vicepresidenta no escurre el bulto y sigue adelante en su empeño. Organiza a conciencia el contraataque al órdago secesionista. Monta el equipo jurídico, la documentación, los informes, los recursos, coordina a los abogados del Estado, su gran fuerza de choque.
La pugna del postmarianismo
La máquina del Estado, coordinada por Santamaría, ha reaccionado estos días con eficacia y precisión en estos días de turbamultas y protestas. Demasiado tarde, comentan en algunos círculos. El TC ha descabezado la máquina de la votación pero no ha podido frenar la gran avalancha. Los fiscales no han paralizado la embestida. Los abogados del Estado no han contenido la rebelión. La marabunta ha tomado las calles. “Falló la política”, se comenta desde todos los frentes. Y señalan a Rajoy, ‘el carcelero, el represor, el franquista’, de acuerdo con los cánticos y declaraciones de independentistas y podemitas. La derecha caciquil catalana y la izquierda radical juegan ahora en el mismo campo y bajo la misma pancarta. El pacto Junqueras-Iglesias en la mansión del empresario Roures se ha hecho inequívocamente visible.
La imagen de la vicepresidenta ha sufrido un leve deterioro en estos últimos tiempos. La ‘operación diálogo’ le está pasando factura, algo que aprovechan algunos de sus compañeros con ganas de revancha. E incluso con ambiciones de cara al ‘postmarianismo’. Pese a que esté empeñado en ello, será difícil que Rajoy repita en 2019, se escucha ya en altos despachos de Génova.
Pedro Sánchez se frota suavemente las manos. Pretende que Cataluña se convierta en la gran rampa de lanzamiento que le ponga en órbita hacia la Moncloa. De momento, el secretario general del PSOE cuida las formas, se oculta de los medios y se deshace en palabrería en defensa del Estado”. Ha puesto en marcha una comisión inocua sobre la reforma constitucional. Intenta dar la imagen del político que dialoga, que se mueve, que habría evitado ‘el incendio de Cataluña’. “Con Rajoy no se puede solucionar el principal problema de este país”, será la cantinela. Los nacionalistas y la izquierda radical, que pretende dinamitar el régimen del 78, están también en ello.
En el equipo de Rajoy, pese a reconocer lo dramático de la situación, no dan por hecho que la sublevación en Cataluña les perjudique en los sondeos. Quizás ni siquiera les amargue unas futuras elecciones. “Por ahora nada indica que no pueda repetir como candidato”, señalan. Todo depende de cómo evolucionen los acontecimientos tras el 1-O. Y apuntan a Santamaría como la responsable del gran pinchazo. “Ella llevaba el ministerio de Cataluña, y no se ha hecho bien”, añaden ya sin contemplaciones. Entonces, alguien bajará el pulgar y señalará a la víctima. El cordero sacrificial. En estos días, llueve fuego amigo sobre algunos despachos de la Moncloa. Y no es tan sólo el de Rajoy.
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