España

Luis Argüello y la función de las gárgolas

Luis Javier Argüello García nació el 16 de mayo de 1953 en Meneses de Campos; e

Luis Javier Argüello García nació el 16 de mayo de 1953 en Meneses de Campos; es este un pequeño pueblo de lo que hoy se llama España vaciada, que ronda el centenar menguante de habitantes y que está en la provincia de Palencia, muy cerca del límite con Valladolid. Conserva, sin embargo, su condición de municipio. Luis es uno de los hijos (uno ha fallecido ya) que tuvieron Luis Argüello, agricultor y alcalde que fue del pueblo, y su esposa, Juana García. Una familia humilde, trabajadora, conservadora y católica a machamartillo.

Luis Argüello aprendió a leer y a escribir en la pequeña escuela “unitaria” de su pueblo, que hoy ya no existe porque quedan muy pocos niños. A los once años lo metieron interno en el colegio de Nuestra Señora de Lourdes, que los hermanos de La Salle tienen en Valladolid; allí estuvo desde 1964 a 1971, hizo brillantísimamente el bachillerato (fue premio nacional) y obviamente destacó por su inteligencia, su seriedad y su disciplina en el trabajo. Su sólido cristianismo se lo debe, dice él, a su madre, Juanita.

Su vocación juvenil era el Derecho. Lo estudió en la universidad de Valladolid con el mismo éxito que el bachillerato: también fue premio extraordinario de fin de carrera y se licenció a los 23 años. Debió de llamar la atención porque inmediatamente lo “ficharon” en la misma universidad como profesor de Derecho Administrativo, algo que compaginaba con su trabajo de abogado novato. 

Esto es muy importante porque Luis Javier Argüello no iba para cura. Es uno de los contados casos, todavía hoy, de obispos españoles que han tenido una “vida civil”, que no fueron encerrados en un seminario a los nueve años (muchas veces se hacía esto para asegurarse de que al chico le diesen de comer decentemente) y ya nunca más salieron. Argüello no. Argüello sabe lo que es ganarse la vida con su trabajo. En aquel tiempo, poco después de la muerte de Franco y en los albores de la Transición, aquel muchacho serio, no demasiado alto, con una sólida mata de pelo (que conserva hoy) y con una gran capacidad de trabajo, anduvo medio metido en política. Aunque nunca se afilió a ningún partido, colaboró con la candidatura del PSOE a las elecciones municipales (que los socialistas ganaron en 1979) y anduvo cerca de movimientos sociales y sindicales. Alguna vez ha presumido de haber corrido “delante de los grises”, que era como en aquellos tiempos remotos se llamaba a la nada cariñosa Policía Armada de Franco.

La foto da vueltas en internet y persigue a Luis Argüello desde hace años, para horror de la ultraderecha y disfrute de los atizadores de cuentos “conspirañeros”

Luego está lo de la foto. Un nieto de Blas Piñar, lógicamente próximo a Vox, insultaba a Luis Argüello hace algunos años, por supuesto en Twitter, mostrando una foto en la que se ve a Santiago Carrillo en el primer mitin que dio en Valladolid, en abril de 1977. Detrás del líder comunista hay un chaval con gafas, camisa a cuadros y pelo peinado con raya a la izquierda, que sonríe y que se parece a Argüello. Lo que pasa es que no es él; es un hijo de Carrillo. Aunque bien podría haberlo sido, porque Argüello (lo ha dicho él mismo) estaba en ese mitin. Da lo mismo. La foto da vueltas en internet y persigue a Luis Argüello desde hace años, para horror de la ultraderecha y disfrute de los atizadores de cuentos “conspirañeros”.

Primero fue un encuentro con el exministro Joaquín Ruiz Giménez, quien convenció a Argüello para que montase en Valladolid la asociación cristiana progresista Justicia y Paz. Luego fueron unas clases sobre la Constitución que dio en su antiguo colegio, el de La Salle. Algo se movió en aquel corazón. La religiosidad del brillante Argüello, algo adormecida durante los años anteriores, revivió con fuerza. Y en 1983, a los treinta años, desencantado de la política, decidió hacerse cura e ingresó en el Seminario Diocesano de Valladolid. Lo que se dice una vocación tardía. El arzobispo de la ciudad, José Delicado Baeza, se empeñó personalmente en que aquel chaval ya no tan joven pero muy brillante no se le escapase. Él mismo le ordenó sacerdote tres años después, en agosto de 1986. 

No se le escapó, no. Era un cura “progre” (esa fama tenía), con formación universitaria, gran capacidad de trabajo, que sabía organizar y que encima tenía una notable facilidad de palabra: un mirlo blanco. Le cargó de responsabilidades desde el primer momento. Delicado Baeza hizo con Argüello lo mismo que habían hecho en la Facultad de Derecho: ponerle a formar a los que hasta hace nada habían sido sus compañeros, los seminaristas del Diocesano. Diez años después era el rector del seminario.

Muy pocos clérigos conocen la complicadísima maquinaria interna de la Iglesia española como Luis Argüello. En los 38 años que han pasado desde que se hizo cura ha hecho prácticamente de todo. En Valladolid, casi desde el principio, fue miembro del Consejo Episcopal. Vicario. Miembro de la Permanente del Consejo Presbiteral. Veinte cosas más, una tras otra o varias a la vez. En 2016, cuando el entonces arzobispo de Valladolid (el ya cardenal Ricardo Blázquez) consiguió que el papa Francisco le dejase nombrar un obispo auxiliar, porque a los 74 años el capelo pesa ya mucho, cabían muy pocas dudas sobre quién iba a ser: Luis Argüello, que en aquel momento era vicario general de la archidiócesis y moderador de la curia. En realidad, era difícil imaginar que la archidiócesis funcionase sin él. Así, alguien que se hizo cura a los 33 años llegó a obispo justo después de cumplir los 66. Y en 2022, después de que el Papa prolongase durante nada menos que cinco años el mandato del cardenal Blázquez (ya octogenario), Argüello fue nombrado arzobispo de Valladolid.

Antes de eso ocupó el cargo que más famoso le ha hecho: el de secretario general y además portavoz de la Conferencia Episcopal, entre 2018 y 2022; año en que, como había anunciado mucho tiempo atrás, renunció.

No tiene demasiados followers, apenas 9.600, pero en sus más de 420 post opina de todo: las autonomías, la educación la guerra de Ucrania, las fake news, el Poder judicial, desde luego la amnistía (está en contra), la pornografía, la polarización política, el sexo…

Pero aquel chavalín, el hijo de los labriegos de Meneses, el pitagorín del colegio, el estudiante modelo de la facultad; el “curita progre” que se ufanaba de haber corrido delante de los “grises”, había ido cambiando poco a poco. Ningún clérigo español, salvo los orates lefebvrianos que se hacen llamar “La Vendée” y muy pocos más, reconocerá nunca que el papa Francisco le cae gordo. Pero es una realidad incontrovertible que Francisco es el Papa menos querido por el clero español (también por el español) desde hace muchas décadas. Luis Argüello parece llevarse bien con Francisco; otra cosa es lo que piense de sus ideas y sus iniciativas. 

Como portavoz de la Conferencia Episcopal Española (organismo creado en 1966 e impulsado por el concilio Vaticano II, en el que los obispos votan y no se limitan a obedecer), Argüello fue aún más moderado en las ideas que su predecesor, José María Gil Tamayo, pero igual de locuaz. No se recuerda a ningún obispo español que se haya manejado en Twitter con semejante desparpajo. No tiene demasiados followers, apenas 9.600, pero en sus más de 420 post opina de todo: las autonomías, la educación la guerra de Ucrania, las fake news, el Poder judicial, desde luego la amnistía (está en contra), la pornografía, la polarización política, el sexo… lo que le echen. 

Sin embargo, ni uno solo de esos tuits tiene que ver con la marea de casos de pederastia que tanto daño han hecho a la Iglesia española. Ese, que es el mayor de los problemas de la institución ahora mismo por lo mucho que ha minado su credibilidad, es algo que a Luis Argüello parece interesarle poco, todo lo contrario que al Papa. Dice que son “unos pocos casos”, que por qué se investiga a la Iglesia y no a las instituciones deportivas, que son ganas de desacreditar, y por ahí seguido. Cuando, le preguntan directamente, deja que conteste otro.

Ha llegado a decir que los requisitos para ser clérigo son que los candidatos “estén dispuestos a ser célibes y pedimos también que se reconozcan y que sean enteramente varones, por tanto, heterosexuales”. Esa vez acabó pidiendo perdón por semejante barbaridad. Rectificó: “No he querido decir que los homosexuales no sean varones”. Pues no lo querría decir, pero fue exactamente lo que dijo. De esas hay unas cuantas.

Este es el hombre que, a sus casi 71 años, acaba de ser elegido presidente de la Conferencia Episcopal Española (es decir, el presidente de todos los obispos de España y Andorra) por mayoría absoluta, 48 votos. El arzobispo de Valladolid venció en la votación al cardenal de Madrid, José Cobo, que era el preferido de los “francisquistas”. Si Francisco pretendía impulsar la candidatura del cardenal Cobo como Pablo VI maniobró magistralmente para imponer, en 1971, al cardenal Tarancón, no le salió bien. Pero es evidente que nadie reconocerá que esa era la intención del Papa.

Luis Argüello, décimo presidente de la Conferencia Episcopal Española, no es Tarancón, eso sin duda, pero tampoco es Guerra Campos

Luis Argüello, décimo presidente de la CEE, no es Tarancón, eso sin duda, pero tampoco es Guerra Campos. Ni Rouco. Ni Suquía. Está, por así decir, en el centro del tablero, pero con una clara querencia hacia lo conservador. Como se ve en sus tuits, es un combativo guardián de la fe, de la tradición, de las esencias de siempre: de la Iglesia “juanpablista”, por así decir. Dentro no puede haber nada malo (o nada malo de lo que merezca la pena hablar); todos los problemas proceden del exterior, del “mundo profano”.

Le quedan cuatro años por delante. No repetirá en el cargo, porque den 2028 ya tendrá casi 75 y esa es la edad obligatoria de jubilación. Ahora llega la prueba del algodón sobre la sintonía entre el Papa y el jefe de los obispos españoles: vamos a ver cuánto tarda Francisco en crear cardenal a Luis Argüello. Si es que lo hace.

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Las gárgolas son figuras fantásticas que adornan muchísimos templos góticos en toda Europa, aunque su origen es muy anterior. Suelen ser animales mitológicos o, sencillamente, inventados por el cantero que las talló, y su aspecto es cualquier cosa menos tranquilizador. Están siempre, sin excepción, en el exterior de los templos.

Tienen dos funciones. La primera es puramente utilitaria: son desagües por los cuales se vierte a la calle el agua que cae sobre el techo de las iglesias o catedrales. En el siglo XIII no se habían inventado aún las bajantes ni los canalones, así que la manera de librarse de lo que sobraba (el agua de lluvia, en este caso) eran las imaginativas gárgolas.

Pero la segunda no es menos importante, y es puramente simbólica e incluso ideológica. Las gárgolas tenían un aspecto deliberadamente aterrador (en la Edad Media debían de dar mucho miedo) y miraban siempre hacia el exterior, hacia la calle. Mensaje: somos los protectores del Bien, que se halla aquí dentro, y estamos aquí tan ferozmente para impedir que el Mal entre en la iglesia. O en la Iglesia, como institución. Somos las guardianas de la ortodoxia, de la rectitud y del pasado. Aléjense los réprobos, que mordemos.

Hay gárgolas (en otros casos son “quimeras”, que no sirven como desagüe y tienen una función solamente ornamental y “asustante”) maravillosas como las de la catedral de Notre Dame de París. Con el tiempo, algunas debían ser reemplazadas porque se estropeaban, y la libertad creativa de los maestros canteros ha producido cosas muy curiosas. Hoy hay gárgolas que reproducen el monstruito de Alien, o la cabeza de Darth Vader, o a un señor con una cámara de fotos al cuello… 

Y luego, claro, están las gárgolas de Twitter. Estas no son de piedra ni tienen figuras fantásticas. Pero hay que ver lo que asustan algunas… 

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