Luís Filipe Montenegro Cardoso de Morais Esteves nació en Oporto (Portugal) el 16 de febrero de 1973, aunque se crio en la ciudad vecina de Espinho, donde ha seguido viviendo con su mujer y sus dos hijos. Procede de una familia acomodada que se ha dedicado al Derecho desde hace generaciones y cuya historia, buceando en los siglos pasados, da para una novela. Tuvo dos hermanos, uno de los cuales falleció en 2017. El joven “Filipinho”, como le llamaba su familia, casi no tenía más remedio que dedicarse al Derecho.
Sus amigos de la infancia le llamaban “ervilha” (guisante) porque era más bajo que alto, tirando a redondito y con los ojos verdes. Salió formal, responsable, conservador, sonriente y sobre todo paciente. No era un líder, no tenía carisma, no era el más popular del colegio ni de la Facultad de Derecho de la Universidad Católica Portuguesa, en la que se licenció; también hizo un posgrado en Protección de Datos personales. Le gustaban la playa (fue socorrista) y los deportes: el voleibol playero, el golf y sobre todo el fútbol, que es una de sus pasiones.
Otra era la política. Comenzó muy joven en el Partido Social Demócrata, equiparable a lo que en España es el Partido Popular. Iba con sus padres a los mítines conservadores y lideró las juventudes del partido en su pequeña ciudad, Espinho; allí fue también concejal (tenía 23 años) y presidente de la Asamblea Municipal, un organismo que se encarga de controlar el trabajo del Ayuntamiento. Se presentó a la Alcaldía… y perdió. Dos veces. Era un buen chico de familia rica que no tenía tirón entre los electores. O no suficiente.
Luís Montenegro lleva en el PSD un cuarto de siglo. Ha ocupado numerosos puestos tanto dentro del partido como en las instituciones; ha sido diputado en el Parlamento durante 16 años, pero nunca lo llamaron para ocupar una cartera ministerial. No tiene problemas económicos porque, además del bufete de abogados, preside dos importantes empresas: Rádio Popular y el grupo Ferpinta, dedicado al turismo; así que hace años que puede dedicar su tiempo a la pasión política.
Su primer protagonismo serio lo alcanzó en 2011, en la época en que el PSD progresaba bajo el liderazgo de Pedro Passos Coelho. Aquel año ganaron las elecciones y Montenegro fue designado presidente del Grupo Parlamentario de su partido en el Parlamento. Repitió cuatro años después, en 2015.
En el año de la pandemia, 2020, el “guisante” Montenegro decidió intentar un salto hacia delante y se presentó a las primarias para presidir su partido. El contrincante era un peso pesado de la derecha portuguesa, Rui Rio. La batalla fue reñida pero… Montenegro perdió por apenas 2.000 votos. Seguía sin tener tirón no ya entre los electores, sino tampoco entre las bases conservadoras. Aunque su apoyo crecía.
Pero tenía suerte, aunque su buena estrella brillase sobre la desdicha de su propia formación política. Las elecciones generales de 2022 fueron un desastre para el PSD: los socialistas de Antonio Costa lograron la mayoría absoluta, así que el líder conservador, Rui Rio, presentó la dimisión después de que su partido perdiese 77 escaños. El PSD necesitaba un nuevo líder y Luís Montenegro lo intentó por segunda vez. La virtud de la paciencia (y la mala espina que daba su contrincante, el exministro Jorge Moreira da Silva) triunfó por fin, y Montenegro fue elegido líder de un partido que estaba en la oposición y que parecía destinado a quedarse ahí durante bastante tiempo, porque los socialistas (el PS) estaban fuertes.
Se dedicó a viajar por el país, a darse a conocer, en una campaña a la que acertadamente llamó “Sentir Portugal”. Montenegro, con su paciencia y su falta de brillo público, consiguió lo más difícil: consolidar el partido, “reunificarlo” bajo su liderazgo y acallar los tradicionales levantamientos internos. Y esto sobre todo: estableció una manera de proceder totalmente distinta del recién nacido partido de extrema derecha, Chega, cuyo líder (André Ventura) era un señor con barba que había sido durante mucho tiempo militante del PSD, curiosa coincidencia con la formación de ultraderecha española. Porque Chega es el Vox portugués. Pero al contrario que en España, y gracias al liderazgo tranquilo y un poquito gris de Montenegro, la derecha tradicional supo diferenciarse completamente de sus vecinos populistas, tanto en su programa como en su forma de actuar. En las palabras y en los hechos. En la ética y en la estética.
Otro golpe de suerte: una extraña acusación de corrupción, que después se demostró falsa, hizo que el primer ministro socialista, Costa, dimitiese y convocase elecciones anticipadas. Todo el mundo daba por hecho que el PS, a pesar de aquel escándalo tan raro y tan sospechoso, ganaría sin dificultad, pero ahí volvieron a brillar la habilidad, la paciencia y la serenidad de Montenegro: mientras en su partido maniobraban para sustituirle como líder, él hizo una campaña “con todo”: puso en danza a los antiguos primeros ministros Passos Coelho, el prestigioso Durao Barroso y hasta el anciano Aníbal Cavaco Silva.
Montenegro formó coalición (la Aliança Democrática) con dos partidos pequeños: el Centro Democrático y Social, más conservador que el PSD, y los poquísimos monárquicos. Y anunció dos cosas. La primera, que solo aceptaría ser primer ministro si ganaba las elecciones; es decir, si obtenía más votos que nadie, no le bastaba con sumar diputados para construir mayorías dentro del Parlamento y no fuera, en la calle. Y la segunda: nunca, bajo ninguna circunstancia, aceptaría formar gobierno con la extrema derecha. Sus correligionarios españoles, los del PP, se reían, porque estaban seguros de que nunca lo conseguiría con esas condiciones.
Pero lo consiguió. El pasado 10 de marzo ganó las elecciones. Contra todo pronóstico, la Aliança de Montenegro alcanzó apenas 50.000 votos más que los socialistas, a los que superó en solamente dos diputados. Su mayoría es debilísima: es muy difícil gobernar con 79 escaños sobre un total de 230. De haberse puesto de acuerdo con la extrema derecha habría superado con creces la mayoría absoluta, pero Montenegro había dicho que eso nunca y mantuvo su palabra. Probablemente es el primer ministro más débil de la historia de la democracia portuguesa, pero su mayor capital consiste en que los portugueses saben que cumple lo que dice.
¿Qué va a hacer? Pues “remar”, como suele decirse. Los ultras de André Ventura ya han dicho que, si no les dejan entrar en el gobierno (que era lo que exigían), irán contra Montenegro, diga lo que diga y haga lo que haga. Pero el primer ministro, a quien su propio partido no permitiría montar una “gran coalición” al estilo alemán, con los socialistas (y estos tampoco parecen dispuestos), sí se propone negociar con ellos acuerdos concretos, entre ellos los fundamentales Presupuestos. De nuevo, los correligionarios españoles se echaron las manos a la cabeza, porque aquí eso es imposible. Pero en Portugal no existe la crispación, el encono, el odio personal y sobre todo la teatralidad que tiene la política española. Y al frente del gobierno está un pragmático que, por más pragmático que sea, se niega a traicionar la palabra dada, a decir digo donde antes había dicho Diego y a tomar el pelo a sus electores.
Si le sale bien, qué lección, ¿verdad?
La sepia de luto, sepia austral o sepia plangon es un molusco cefalópodo del orden y familia de las sépidas, que reúne a muchas decenas de especies. Esta en concreto vive en los mares australes, cerca de la costa sur australiana y de la Gran Barrera de Coral. Allí es abundante.
El curioso nombre, “sepia de luto”, se debe al aspecto que tiene. O que se cree que tiene, porque todas las sepias comparten la facultad de cambiar de color a su antojo. En la plangon, los machos parecen estar decorados (si no se proponen otra cosa) con vistosas y un tanto fúnebres rayas negras sobre fondo blanquecino. Las hembras, sin embargo, son mucho más claras, de un gris suave con algunas manchitas.
Bien. Pues llega el momento, digamos, de apareamiento electoral. Pongamos que la hembra se coloca en el centro del escenario y el macho pretendiente se sitúa a su izquierda para empezar el cortejo. A ella el muchacho no le disgusta, para qué vamos a decir otra cosa. Pero de repente, por la derecha o la extrema derecha, aparece otro macho fardón, petulante, avasallador y “echao p’alante” que pretende coaligarse con la hembra del medio. Y que exige, además de la cópula, tres o cuatro ministerios.
¿Qué hace la hembra? Pues muy fácil: dice que no. ¿Y cómo lo dice? Partiéndose, cromáticamente, en dos mitades. La mitad que mira a la izquierda, es decir, al “sepio” que le gusta, sigue como estaba: con color de hembra, gris clarito. Pero la mitad que da a la (extrema) derecha, por donde ha aparecido el “sepio” chuleta y perdonavidas, cambia por completo e imita con toda exactitud la coloración de un macho: rayas negras sobre fondo blanco. Así el recién llegado, que sobre ser un tanto bruto es también no poco tontito, se dice: “Ahí va, si es un tío. Pues me largo, a ver qué van a decir de mí si no los camaradas españoles, que a los maricones les tienen mucha tirria”. Y sale zumbando, muchas veces dejando tras de sí una nube de tinta nueva que tú bordaste en rojo ayer.
Así la sepia hembra puede acoplarse con quien más le gusta, fabricar montones de diminutas sepias metidas en sus huevecitos y, con el tiempo, quién sabe, quizá llegar a un acuerdo sobre los presupuestos. Cosas más raras se han visto en el fondo del mar.
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