Luis Manuel Rubiales Béjar nació en Las Palmas de Gran Canaria el 23 de agosto de 1977, aunque casi toda su infancia y juventud las pasó en Motril (Granada). Es uno de los hijos de Luis Manuel Rubiales López, profesor y hombre público que llegó a ser alcalde de la localidad granadina y que ha militado en diversas organizaciones políticas, y de su esposa, que regentó una peluquería.
La formación académica de Luis Rubiales ha sido lenta e irregular, porque lo que al niño le interesaba por encima de ninguna otra cosa en este mundo era el fútbol. Condiciones debía de tener, aunque tampoco demasiadas porque su carrera deportiva no ha sido gran cosa, pero desde que era un bebé se manifestó en él una especie de maldición que no lo abandonó mientras se empeñó en ser futbolista: las lesiones. Es él mismo quien asegura que, teniendo apenas un mes, su hermana Evelyn se le cayó encima y le fracturó las piernas por varios sitios. Pero suplió esa desventaja (sigue diciendo él) con una obstinación y una fuerza de voluntad que nadie que le conozca se atreve a negar.
Siendo un crío, Rubiales despertó el interés de Vicente del Bosque, quien propuso a la familia llevarlo a la capital de España para meterlo en la cantera del Real Madrid. Pero, por razones quizá difíciles de entender, la familia puso al chaval en manos del Valencia. Allí, en la ciudad levantina, el jovencito –tenía quince años– aprobó el COU y la selectividad, y se matriculó en Educación Física para cambiar después a Enfermería. Algún tiempo después le fichó el Amorós, filial del Atlético de Madrid, y le llamaron para la selección nacional sub-18. Su puesto natural era la defensa. Todo parecía ir bien. Pero su maldición regresó con una fuerza definitiva: se rompió el músculo recto anterior del cuádriceps de la pierna derecha. Para un futbolista, esa es una lesión gravísima. El muchacho se volvió a Motril, hundido.
Ahí se manifestó una de las características de su personalidad: una enorme fuerza de voluntad, que muchos llaman obstinación, otros tenacidad, otros cabezonería y otros más un ego hipertrofiado. Logró, a pesar de tenerlo todo en contra, hacerse futbolista. Jugó donde pudo. El Guadix. El Granada 74, de la tercera división. El Mallorca B. El Lleida. Llegó a jugar en el Levante cuando el club llegó a la primera división, entre 2004 y 2008. Fue capitán del equipo y, según dice la leyenda, estaba allí el mágico día en que el equipo granota venció al Real Madrid por 0-1 en el Bernabéu, el 4 de febrero de 2007. Pero, perseguido siempre por las lesiones (el cuádriceps, las rodillas), su estrella declinó de nuevo y acabó retirándose del fútbol en 2009, a los 32 años, en un oscuro partido que jugó su oscuro equipo de entonces, el Hamilton Academical, de la liga escocesa.
Luis Rubiales ha tenido siempre un carácter terrible. Hombre sanguíneo y apasionado, es capaz de grandes ternuras y de cóleras tremendas, extremos ambos que se suceden a veces en muy poco tiempo. Nunca ha soportado que le lleven la contraria. Sus amigos aseguran que es “todo corazón”, generoso, altruista y alegre. Sus detractores, que tiene muchísimos, dicen algo parecido pero con otras palabras: que no han conocido nunca a nadie más peleón, perdonavidas y maleducado, salvo en algunas películas de Tarantino. Pero todos le reconocen su fuerza de voluntad: curso a curso, como podía, acabó licenciándose en Derecho por la universidad católica (CEU) de Elche. No es en absoluto un intelectual, más bien todo lo contrario. Pero acabó Derecho. También hizo un curso de dirección deportiva.
Antes de malograrse definitivamente como futbolista, Luis Rubiales se hizo un nombre como caballero andante de los compañeros que no lograban cobrar su sueldo, algo que hace década y media era frecuente y que ahora… pues también. Le pasó a él. Cuando era capitán del Levante, los jugadores no cobraban y Rubiales, erigido en su líder y defensor, organizó una huelga en el club. Acabaron cobrando y el Levante, calamitosamente gestionado por Pedro Villarroel, estuvo a punto de desaparecer.
Aquella aventura fue la que le metió en la vía de los despachos. En 2010, Rubiales se presentó a la presidencia de la Asociación de Futbolistas Españoles (AFE), una suerte de sindicato de jugadores que estaba allí porque en esta vida tiene que haber de todo y que presidía Gerardo González Movilla desde hacía más de veinte años. Ante aquel tipo que parecía venir galopando, lanza en ristre y dando horrísonas voces, Movilla renunció a competir con él y Rubiales fue elegido presidente de la AFE.
Lo primero que hizo, naturalmente, fue convocar una huelga de jugadores para garantizar que se les pagase. Fue la primera huelga de futbolistas en 27 años. Tuvo éxito. Nadie niega hoy a Luis Rubiales su constante pelea por los derechos de los futbolistas, sobre todo de los modestos, que son la inmensa mayoría. Siguió ganándose enemigos, algunos muy poderosos.
Pero el “fútbol de los despachos” había entrado en las venas de aquel tipo que ahora mismo estaba tan tranquilo y que en menos de cinco minutos era capaz de entrar en erupción como el Etna. En 2017 abandonó la AFE para presentarse nada menos que a la presidencia de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), que había ocupado durante casi treinta años Ángel María Villar; el exfutbolista vasco viene a ser a la RFEF lo que Isabel II es a la monarquía británica, nadie ha estado allí más tiempo. A Rubiales no le arredró en absoluto que Villar hubiese acabado en prisión por corrupción. No lo consideró un precedente a tener en cuenta. Quizá lo era.
Tampoco le preocupó (más bien al contrario) que, en un país con la pasión futbolística que tiene España, el cargo de presidente de la Federación sea el más peligroso que existe, incluidos los de presidente del Gobierno y el de ministro de Hacienda, porque inevitablemente concita odios africanos e inextinguibles. Para el puesto de presidente de la Federación se necesita a un hombre con una templanza y una serenidad extraordinarias. No es en absoluto el perfil de Luis Rubiales, a quien unos llaman “Pundonor Rubiales” pero otros lo consideran un peligro público y algo parecido a un matón.
Del carácter de Rubiales hablan los hechos. Al poco de llegar a la presidencia de la Federación destituyó al seleccionador nacional de fútbol, Julen Lopetegui, dos días antes de que comenzase el Mundial de Rusia, en 2018. Más tarde nombró al actual seleccionador, Luis Enrique. Se cargó a Victoriano Sánchez Arminio (25 años al frente de los árbitros) y lo cambió por Velasco Carballo. Nombró director deportivo a José Francisco Molina en sustitución de Fernando Hierro. Cosas parecidas hizo con el equipo de comunicación de la Federación. ¿Estaba en su derecho? Sí. ¿Se lo pensó dos veces antes de hacerlo, preguntó al menos? Pues…
Otro que ha sido seleccionador nacional, el vasco Javier Clemente, declaró que quien actúa así al llegar a un cargo de importancia, además de un novato es un paleto. Puede ser. Pero reconozcamos que Javier Clemente tampoco es precisamente miembro de la Real Academia de Ciencias Morales ni de la Cámara de los Lores.
Rubiales fue reelegido presidente de la RFEF en 2020 y se las arregló –es vanidoso, no hace falta decirlo– para que lo eligiesen miembro del Comité Ejecutivo de la UEFA y para que Aleksander Ceferin lo propusiese como vicepresidente. Lo sigue siendo hoy.
Ha creado algunas empresas. Figura como presidente de la Mutualidad de Deportistas Profesionales. Es administrador de Ciudad de Fútbol, SL. Es ambicioso, sin duda. Pero pocos esperaban que “Pundonor” Rubiales, aquel chavalín que adoraba a Bernd Schuster mientras le daba patadas al balón en Motril, acabase metido en un cenagal de dinero como el que ha aparecido a propósito de las maniobras para llevar una competición menor, la Supercopa de España, a Arabia Saudí.
Es sabido que el aroma petrolífero de los dólares marea a muchos, pero los audios que ha intercambiado Rubiales con Gerard Piqué, jugador del Barcelona y alma de la empresa Kosmos, no tienen mucho que envidiar a las conversaciones y mensajes de los “comisionistas” de las mascarillas en el Ayuntamiento de Madrid. Parecen dos niños ante el escaparate de una pastelería. El motivo de llevar la Supercopa a Arabia no era puro exotismo, ni el afán humanitario de construir baños para mujeres en el estadio de Riad (palabras de Rubiales). Era dinero, muchísimo dinero que había para repartir en comisiones, porcentajes y coimas diversas.
Decía lord Acton hace casi dos siglos que el poder corrompe. Quizá sí o quizá no, pero desde luego marea. La sensación de impunidad, de poder hacer lo que a uno le dé la gana sin que nadie se entere, no es solamente un error: es que hace que el “poderoso” pierda el sentido de la realidad y meta la pata de una manera penosa. “Pundonor” Rubiales, de nuevo inflamado e iracundo, enrojecido y colérico, está haciendo numerosas declaraciones a muchos medios en las que trata de presentarse como víctima: alguien le ha hackeado el teléfono móvil, dice, en el que tiene las fotos de sus hijas. Quizá sí, quizá no. Pero el tipo que habla en esos audios y que se engolosina con el dineral que va a atropar es él, de eso no cabe duda.
¿Le estaban buscando las cosquillas? Puede ser. Pero lo cierto es que las tenía y se las han encontrado. La mujer del César, además de ser honrada, debe parecerlo, dice el viejo proverbio. Pues el presidente de la Federación de Fútbol, al menos en España, no puede tener un gramo menos de santidad que el cardenal Cisneros; en caso contrario, lo despedazarán. Y Luis Rubiales será muchas cosas, unas buenas y otras todavía peores, pero a la vista ha quedado que de santo e intachable no tiene ni las sandalias.
Las dos vidas del pez globo
Los peces globo son una amplia familia de animales, casi siempre marinos, que pertenecen al orden de los tetraodóntidos. Parecen divertidos. No lo son. Habitan en los mares templados, no en las zonas frías.
¿Es el pez globo un hábil nadador, envidiado por los demás peces? Pues la verdad es que no. Quizá sus condiciones naturales, quizá las lesiones, hacen de él un pececillo más bien torpe a la hora de conducirse en el agua.
Hay más de 120 especies distintas de peces globo. Algunos, la mayoría, son muy voraces, aunque no lo parezcan. Ambiciosos, sus dientes nunca dejan de crecer y por eso se meten en dificultades a la hora de alimentarse: buscan presas duras como almejas, caracoles o erizos de mar, aunque si el hambre aprieta no desdeñan algas, esponjas o pequeños invertebrados.
El pez globo tiene una característica singular que le ha hecho muy popular en películas de dibujos animados (Buscando a Nemo, por ejemplo) y en la Prensa deportiva: parece tener dos vidas distintas. Cuando se cabrea, se hincha. En pocos segundos cambia de tamaño y de forma, duplica o triplica su volumen, se vuelve amenazante y saca unas espinas llenas de veneno (es el tercer vertebrado más venenoso del planeta; parece mentira con su aspecto, ¿verdad?) que lo convierten en un animalejo verdaderamente peligroso, porque es obstinado y cabezón como muy pocos peces más.
Luego, cuando se calma, recupera su tamaño habitual, su apariencia gentil y pundonorosa, y sigue por ahí deambulando por la mar océano, en busca de problemas. Que eso sí que se le da bien.
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